Por Luis Eduardo Martínez
@luisemartinez h

Nadie en su sano juicio hubiese pronosticado veinte años atrás que Donald Trump se convertiría en el 45vo Presidente de los Estados Unidos. Bueno, para ser exactos, nadie no: en Marzo del 2000, en “Bart to the future” Lisa Simpson sentada detrás del escritorio Resolute le explicó a su equipo “como saben, hemos heredado una grave escasez de presupuesto del presidente Trump”.

En Marzo del 2020, cuando según Bob Woodward en “Rage”, Trump le afirmó que “estaba restando importancia deliberadamente al peligro que suponía el nuevo coronavirus”, era impensable suponer que no sería reelecto para un segundo mandato en la Casa Blanca.

“Cosas Veredes” señalaríamos, usando una expresión que erróneamente se le atribuye a Don Quijote pero que en rigurosa verdad se remonta al “Cantar del Mío Cid”: Donald Trump sucedió a Obama pero a la fecha corre el riego de pasar a formar parte de una pequeña cofradía, el último de la lista el republicano Bush padre, de mandatarios americanos de un solo período.

Nacido en Queens hace 73 años, presentador de programas de telerrealidad y promotor inmobiliario que nunca había ocupado una posición política ni un cargo de elección, rico de cuna como diría mi abuela, Trump sorprendió al mundo cuando se impuso en las primarias republicanas y con las encuestas, especialistas y grandes medios de comunicación en contra derrotó sorpresivamente a Hillay Clinton. Tan fue así que Michael Wolf en “Fire and Fury” cuenta que nadie en el equipo de Trump esperaba ganar las presidenciales del 2016 incluido Trump mismo, citando a su hijo Donald jr quien supuestamente había dicho que su padre “parecía como si hubiera visto un fantasma” cuando se dio cuenta que había ganado y Melania Trump “estaba llorando y no de alegría”.

Lo cierto es que ya Presidente, Trump se ajustó a sus promesas de campaña ratificadas en su discurso de investidura una lluviosa mañana de Enero del 2017. Yo que fui, con mi esposa Larissa, uno de los pocos venezolanos que asistimos a la ceremonia frente al Capitolio en Washington, aún recuerdo los aplausos y la emoción de los presentes, cuando reiteró que América, entiéndase Estados Unidos, sería la primero, que protegería las fronteras internas, crearía riqueza y empleo y construiría infraestructuras cerrando con un vigoroso llamado a “juntos, vamos a hacer que América vuelva a ser grande”.

Y así era, hasta que el coronavirus se desbordó.

Con la expansión de la pandemia, que ya suma más de 200,000 muertos, vino el parón de la economía, la perdida de millones de empleos, el cierre de empresas y el aumento de las tensiones que derivaron en un renacer de la conflictividad racial que en las calles se ha convertido en enfrentamientos, saqueos y algunos caídos si bien los más emblemáticos pueden ser atribuidos a episodios aislados de abuso policial.

En circunstancias tan difíciles, en lugar de apelar a la unidad de los estadounidenses Trump derivó hacia el autoritarismo que solo la estricta división de poderes y la blindada arquitectura institucional ha logrado contener a la par que brotó lo peor de su personalidad dándole razón a sus más acervos críticos que por increíble que parezca fueron muy cercanos. De él, su antiguo asesor de seguridad nacional John Bolton, en “The room where it happened”, afirmó que "es un presidente amoral” para agregar que "es su forma de ser, pero no soy loquero, no voy a explicar por qué es así, qué le pasó en la infancia, ni nada de eso. No me importa; lo que importa es su forma de comportarse y ha sido así siempre" mientras que su sobrina Mary –hija de su hermano- psicóloga de profesión, lo describió en “Too Much and Never Enough” como un narcisista sin principios que ha adoptado el engaño como un “modo de vida” tras haber quedado traumatizado por su padre, que le impidió “desarrollar y experimentar todo el espectro de emociones humanas”. Por su parte tras 18 conversaciones en los últimos meses con el ahora Presidente-Candidato, el antes citado Woodward en “60 Minutes” de la CBS, declaró: “Sí, he escrito que es la persona errónea para el cargo. Me baso en evidencias, muchísimas evidencias, como no haber protegido a la población del virus y no haber dicho la verdad” que no dista mucho de la advertencia de Mary L Trump: “Si se le concede un segundo mandato, sería el fin de la democracia".

Según algunos expertos los votantes que elegirán compromisarios el próximo 3 de noviembre por vez primera en la historia reciente no decidirán entre dos candidatos distintos –a pesar que son doce los que compiten- en este caso Trump versus Biden sino que frente tendrán el capítulo final de un duelo inédito Trump versus Trump, lo mejor de Trump versus lo peor de Trump.

A menos de mes y medio de que presencialmente sufraguen los estadounidenses, porque por correo tienen días votando, todo indica que en 46 estados las suertes están echadas y Biden toca las puertas de la Casa Blanca con según cálculos propios 264 votos seguros en el Colegio Electoral pero aún no entra. Pensilvania, Ohio, Georgia y Florida no decantan todavía por ninguno de los oponentes constituyéndose en decisorios de esta elección que apropiadamente Trump ha calificado como histórica.

Anoche en mi casa, conversando con cinco buenos amigos diputados que con el debido distanciamiento social compartimos un largo rato, entre tantos temas surgió el de las elecciones de los Estados Unidos y les di mi opinión: si las elecciones fuesen hoy ganaría Biden pero al parlamentario que estaba a mi lado, que fue gobernador junto conmigo, le recalqué: “pero las elecciones no son hoy y todos los aquí presentes sabemos que hasta que no se cuenta el último voto no se puede cantar victoria” a lo que me respondió: “si lo sabré yo que en el 2000 me acosté electo gobernador y cuando me levante el CNE había proclamado a otro”.