Xochimilco: la pequeña Venecia
Pasear por sus aguas representa un viaje a la cultura tradicional de México arraigada en sus habitantes
ERIKA PAEZ
La sementera Florida, así llamaron los antiguos habitantes de Xochimilco a su pueblo desde antes de la llegada de los españoles, y esa es la primera explicación que ofrece Roberto Solís, un remero de trajineras, a los visitantes que llegan a conocer su comunidad y preguntando por el significado de su nombre.
En 1987 la UNESCO declaró este sitio Patrimonio Cultural de la Humanidad por ser "prueba elocuente del espíritu creador y de los esfuerzos del hombre para formar un hábitat en un medio geográfico poco favorable". ¿Por qué? Xochimilco es un asentamiento edificado a partir de islotes ubicados en un extenso lago que se encuentra encerrado en un valle a 2.200 metros de altura. El llamado centro del poblado es el lugar donde se concentran los servicios históricos, religiosos, el mercado y los nueve embarcaderos que en un principio eran utilizados por los habitantes del lugar como centro de acopio para llevar a tierra firme el producto de su siembra: las flores. Allí se encuentra Roberto en el embarcadero de Belén, con su cartel en mano invitando al paseo, mostrando a quienes llegan las fotografías de lo que resultaría un recorrido por su vecindario.
El medio de transporte es la trajinera, una embarcación de madera en la que dependiendo del tamaño se pueden ubicar mesas y sillas y hasta músicos para el disfrute del paseo.
Estos barcos son coloridos, llenos de amarillo, rojo, verde, azul, tal vez para que contrasten con el color negro de las aguas de los canales. Al frente llevan su nombre, orgullosas, cada una ostenta una personalidad que unas veces será la de una María, otras la de una Lucía, tal vez una Camila.
El precio y el tiempo del viaje se discute con el remero. Hay paseos de media hora, cuarenta y cinco minutos, de una hora y media y hasta cinco horas. Entre más tiempo más costoso y entre menos personas suban a la lancha, mayor será la cantidad de dinero que haya que cancelar por concepto de viaje.
Una vez acordado el costo con el "capitán" de la embarcación, este hace caminar a los clientes sobre los barcos apelmazados en el agua, saltar de uno a otro hasta llegar al suyo y comenzar el recorrido. Realmente esta lancha no es de su propiedad, indica Roberto. Él cuenta que aunque aprendió el oficio desde los seis años no tiene un "vehículo de transporte" propio, esta que se encarga de navegar a diario "pertenece a un señor que tiene varias y nos contrata para que hagamos los servicios".
El paseo comienza y Roberto va hablando y señalando a los viajeros que a cada lado tienen los diferentes barrios que conforman su comunidad, que los canales son las calles por las cuales tienen que transitar sus habitantes cada día y que por eso todo el mundo tiene su trajinera en casa, claro más pequeñas que las dedicadas a los paseos turísticos. De esta forma los niños van al colegio, las madres a hacer compras, los hombres transportan las flores.
De la siembra de flores viven en esta delegación. Se dice que estas personas son considerados los mejores jardineros del mundo. Producen rosas, orquídeas, gardenias, gerberas y la flor de cempazuchitl que es famosa por ser aquella con la que adornan las festividades de Día de Muertos.
A medida que se avanza, la vegetación se hace más tupida, las casas más esporádicas y es entonces cuando empieza a escucharse el sonido de una trompeta o las notas de una guitarra. Sobre las aguas de Xochimilco, todo se ofrece. Roberto Solís les indica a sus turistas que pueden pedir que se pare para escuchar una ranchera, para disfrutar de un salterio. Por cien pesos los mariachis entonan Cielito Lindo y, mientras esto sucede, otros vendedores ambulantes se van acercando para ofrecer sopes, quesadillas y refrescos para calmar el hambre y la sed; piezas tejidas, mantas para abrigarse o réplicas de las muñequitas que forman parte de la leyenda del lago.
Así recuerda Roberto que tiene que contar la historia de la Isla de las Muñecas, que para muchos es el final del recorrido. Luego de transitar por horas los laberínticos canales se llega a lo que fue el hogar de Julián Barrera, un humilde jardinero del pueblo que se dedicaba a ir todos los días al mercado con su carretilla para vender lo que sembraba. Dice Solís que la leyenda indica "que un buen día este hombre comenzó a recolectar muñecas, a llevarlas a su casa y a colgarlas en todos los árboles de la isla". De esta forma aseguraba que espantaba el espíritu de una niña que se había ahogado en el lugar hacía tiempo. La historia se fue expandiendo y hoy representa uno de los mayores atractivos del viaje. Después de llegar hasta allá y dejar que la gente se tome sus fotografías, la trajinera retorna al embarcadero. Roberto recuerda a los viajeros visitar la iglesia, el museo arqueológico y el mercado, "donde por cierto se pueden comer unos deliciosos tacos de ovejo" según el remero.
@erikapaz