Máxima felicidad posible
Para la crítica argentina los personajes de esta pieza construyen una partitura para un trío, en la que los instrumentos marchan al unísono, se apartan y regresan de formas diferentes
Mientras se monten sus obras teatrales y estas susciten cultas polémicas entre los artistas y los espectadores, él seguirá vivo y sus prédicas no se habrán perdido. Decimos esto porque hace temporada en Caracas el espectáculo La máxima felicidad (1975), una versión escénica sobre la homónima obra teatral de Isaac Chocrón Serfaty (Maracay, 25 de septiembre de 1930 / Caracas, 6 de noviembre de 2011); la cual se presenta en la sala experimental del Celarg, bajo la precisa dirección de Leonardo Mendoza y con la participación profesional de Gonzalo Velutini, John Vicent y María Jaimes. El resto del equipo artístico es conformado por Jesús Carreño, encargado del montaje lumínico de la propuesta, y Óscar Salomón Ley, quien se ocupó del levantamiento escenográfico de la propuesta.
La máxima felicidad sí escandalizó a los caraqueños de los años 70, como también lo había hecho antes con La revolución, y ahora en este agitado y acalorado siglo XXI relanza al economista y célebre escritor por su visión profética sobre los cambios que se suscitan en las sociedad venezolana, ya que ahí se materializa un triángulo de tres seres humanos íntimamente preocupados por el amor y la soledad. No es el clásico y estremecedor triangulo pasional, sino una formación o una propuesta de tres humanos que buscan la máxima felicidad, la cual puede interpretarse o materializarse como una indagatoria de los vínculos amorosos posibles y capaces de abordar inquietudes sobre las contexturas que el grupo familiar ha ido adquiriendo a través del tiempo, no solo en Venezuela sino en otras sociedades.
El homosexual Pablo, la turbulenta Perla y el joven Leo forman, pues, un triángulo familiar para compartir el amor y la convivencia. No se trata del clásico triángulo donde interfiere un tercero, sino que es una formación de tres que buscan “la máxima felicidad” humana posible, donde el sexo es secundario. Ahí, uno de sus personajes proclama que “la familia es la gente que nos fue legada automáticamente, uno escoge gente extraña para crearse otra familia: la que se elige”.
Para la crítica argentina los personajes de esta pieza construyen una partitura para un trío, en la que los instrumentos marchan al unísono, se apartan y regresan de formas diferentes. “En esas tensiones y distensiones se crea una música que canta al amor, a intentar maneras de vivirlo cuando zozobra el sistema tradicional”.
Chocrón dijo que “el amor es todo, que lo demás son contingencias, avatares que se convierten en noticias de unos hacia otros”. Esto es lo que el autor quiere mostrar: no existe amor sin compromiso, no importa la fórmula que se use. Las alternativas de este trío son un camino que si bien no lleva a “la” felicidad, sí lleva a la “máxima felicidad” posible.
Para Chocrón, y no es desechable reiterarlo, su texto gira en torno a un trío de seres desarraigados, que se debaten entre soledades compartidas y el deseo, nunca satisfecho, de encontrar ese estado pleno de armonía definido como felicidad. Y hasta se ha demostrado que ‘la máxima felicidad’ se traduce en metáfora de vida, en ‘anhelo constante’, que no cesa y que da aliciente para la lucha y la búsqueda de ese supremo objetivo: ser feliz, a pesar de ciertas críticas de grupos conservadores.
Seguramente el dramaturgo Chocrón, al escribir su obra, no pensó en la categoría que estaba creando como referencia de los niveles de vida satisfactoria y plena de las personas. Esa es una de las cualidades del arte: ser testigo de su tiempo y visualizar lo que el común de los mortales, pudieran no percibir. Hoy, pues, su teatro sigue vigente.
Hoy en día, ‘la máxima felicidad’ es, en Venezuela, mucho más que el título de una exitosa obra de teatro. Es la certeza de un país que decidió, con su pueblo, salir a escena para ser libre, próspero y soberano, a cualquier precio, pero sin desechar al amor que todo lo iguala.
Nos sorprendió, gratamente el ritmo del espectáculo y la veracidad de las actuaciones ahí logradas, especialmente del ya veterano Velutini, quien fuera uno de los comediantes que formara Carlos Giménez hacia los años 80, bien secundado ahora por Vicent y Jaimes, valiosos jóvenes.
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