Lo primero de Reyes
Don Alfonso Reyes es patrimonio, ya no sólo de esta golpeada América Latina, que busca con afán caminos para su redención social, política, económica y cultural...
Hace ya casi tres años cayó en mis manos el volumen que compendia los primeros cuentos del escritor mexicano don Alfonso Reyes, titulado El plano oblicuo, de Drácena Ediciones (Madrid, 2017), al cuidado de Guadalupe Melgosa y Gastón Segura. Cada libro tiene su tiempo (me convenzo cada vez más de este aserto), y en días recientes disfruté de estos relatos de juventud de un autor que es emblemático, y al cual me había acercado de manera un tanto tangencial, cuando leí hace ya muchos años la correspondencia que cruzó con el escritor venezolano Mariano Picón-Salas (en Odiseos sin reposo: compilación del buen amigo Gregory Zambrano y entregada al público en el 2007 por la Universidad Autónoma de Nuevo León y la Universidad de Los Andes). Podría decir entonces que a Reyes lo conocía por meras referencias de otros autores, a quienes el respeto por la calidad de su prosa y el elevado intelecto era casi reverencial: Jorge Luis Borges, Augusto Monterroso y el ya mencionado Picón-Salas, quien dicho sea de paso no se cansa de llamarlo en su correspondencia “admirado maestro”.
De entrada me sorprenden unos textos eruditos, anclados casi todos en el mundo de lo helénico, que no dejan de ser deliciosos introitos a la vastedad de una cultura fundante de nuestra cosmovisión. No podría afirmar acá que se trate solo de meros relatos, como solemos entender a la narrativa breve, ya que en palabras del antes citado Gregory Zambrano, en la prosa de Reyes “confluyen estilos y muchos géneros de manera simultánea. Más que tratado, más que ensayo, más que relato, hay un sentido poiético, es decir, creativo, de las potencialidades del lenguaje, que no marcan de manera rígida un género definido sino, al contrario, conllevan la síntesis de todo lo leído, de todo lo sabido, que se quiere compartir sin petulancias ni ampulosidades” (p. 211).
Los textos aquí publicados rompen de manera contundente con el denominado canon, al hibridarse en una suerte de panoplia discursiva que va más allá de lo conocido por el género narrativo, para internarse en los densos territorios de la recreación de lo mitológico y de lo semántico. A pesar de la data de los relatos (todos tienen más de 100 años), nos siguen hablando a los lectores de hoy, eso sí, con denodadas exigencias argumentales y culturales, al echar mano de una vastedad que nos impele a ponernos a la altura de sus muy elevadas cimas filosóficas y literarias.
Como lector agradezco a Drácena la extraordinaria oportunidad de poner en mis manos una verdadera joya literaria (en edición limitada), que busca, ya lo dice Antonio Colinas en su Prólogo, descubrir a este original autor entre los españoles. Yo agregaría: entre los hispanohablantes en general, porque lamentablemente su obra ya no es editada entre nosotros (con la excepción hecha de su país natal, en donde es muy celebrado) y nos perdemos de una prosa exquisita, elegante y envolvente, que teje con sutileza los finos hilos de una memoria colectiva que, por no tener dolientes (por lo menos en apariencia), es territorio de nadie.
Don Alfonso Reyes es patrimonio, ya no sólo de esta golpeada América Latina, que busca con afán caminos para su redención social, política, económica y cultural, sino de todo el gran conglomerado de personas (cientos de millones) que nos comunicamos con la lengua de Cervantes, desperdigados en todos los continentes, que podríamos desvelar en estos textos primeros del gran maestro mexicano y universal, luces en medio de la oscuridad de nuestros días. Los clásicos son siempre verbo y esperanza, y este pequeño tomo es un magnífico ejemplo.
@GilOtaiza
rigilo99@hotmail.com
De entrada me sorprenden unos textos eruditos, anclados casi todos en el mundo de lo helénico, que no dejan de ser deliciosos introitos a la vastedad de una cultura fundante de nuestra cosmovisión. No podría afirmar acá que se trate solo de meros relatos, como solemos entender a la narrativa breve, ya que en palabras del antes citado Gregory Zambrano, en la prosa de Reyes “confluyen estilos y muchos géneros de manera simultánea. Más que tratado, más que ensayo, más que relato, hay un sentido poiético, es decir, creativo, de las potencialidades del lenguaje, que no marcan de manera rígida un género definido sino, al contrario, conllevan la síntesis de todo lo leído, de todo lo sabido, que se quiere compartir sin petulancias ni ampulosidades” (p. 211).
Los textos aquí publicados rompen de manera contundente con el denominado canon, al hibridarse en una suerte de panoplia discursiva que va más allá de lo conocido por el género narrativo, para internarse en los densos territorios de la recreación de lo mitológico y de lo semántico. A pesar de la data de los relatos (todos tienen más de 100 años), nos siguen hablando a los lectores de hoy, eso sí, con denodadas exigencias argumentales y culturales, al echar mano de una vastedad que nos impele a ponernos a la altura de sus muy elevadas cimas filosóficas y literarias.
Como lector agradezco a Drácena la extraordinaria oportunidad de poner en mis manos una verdadera joya literaria (en edición limitada), que busca, ya lo dice Antonio Colinas en su Prólogo, descubrir a este original autor entre los españoles. Yo agregaría: entre los hispanohablantes en general, porque lamentablemente su obra ya no es editada entre nosotros (con la excepción hecha de su país natal, en donde es muy celebrado) y nos perdemos de una prosa exquisita, elegante y envolvente, que teje con sutileza los finos hilos de una memoria colectiva que, por no tener dolientes (por lo menos en apariencia), es territorio de nadie.
Don Alfonso Reyes es patrimonio, ya no sólo de esta golpeada América Latina, que busca con afán caminos para su redención social, política, económica y cultural, sino de todo el gran conglomerado de personas (cientos de millones) que nos comunicamos con la lengua de Cervantes, desperdigados en todos los continentes, que podríamos desvelar en estos textos primeros del gran maestro mexicano y universal, luces en medio de la oscuridad de nuestros días. Los clásicos son siempre verbo y esperanza, y este pequeño tomo es un magnífico ejemplo.
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