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Los tebeos de la vida

“Los tebeos son dibujos infantiles con chilindrinas presentadas en historietas, mientras los cómics van para vuestros compañeros que están ya en el sexto grado”.

  • RAFAEL DEL NARANCO

23/02/2020 05:00 am

Pertenecemos a una generación moteada de tebeos, cómics o dibujos animados, cuyas historietas nos llevaban a territorios fantasiosos de nunca jamás, y la niñez aún no nos había llevado a esos parajes en que la existencia salía a nuestro encuentro, mientras alguien nos recordaba que ya no éramos niños, y al hacerlo así, lo matizaba con esa pesadumbre coagulada de cebolla en los versos carcelarios de Miguel Hernández, cuando comenzábamos a saber “que por doler, nos duele hasta el aliento”.

En la medianera del mitad y mitad, supimos la diferencia entre los tebeos y cómics, dos términos que marcan a el adiós a la inocencia. Eso sucedió en el instante impreciso en que don Baudilio, el maestro recordado de nuestra pubertad, nos explicó la diferencia en medio de ese torbellino que marca hacia otro sendero cuyos primero pasos asustan e ilusionan a su vez:

“Los tebeos son dibujos infantiles con chilindrinas presentadas en historietas, mientras los cómics van para vuestros compañeros que están ya en el sexto grado”. ¡Ah, el sexto grado!, ese territorio comanche lejano e inalcanzable en nuestra pequeñez que nos parecía inaccesible. 

Después el cine nos ha ido develando el hechizo de nuestros personajes pueriles, y así llegamos a saber que los productores iban escarbando en los tebeos en pos de sueños emocionantes para mejorar la cotidiana realidad alucinada.
 
Somos, en parte, la ensoñación que arrastramos desde niños, lo cual demuestra algo: la realidad –la efectiva -mora dentro de uno mismo y va cambiando ella sola sin contar ya con nosotros. 

Hemos sido lectores de Emilio Salgari, Robert L. Stevenson o Mark Twain, sino de “El Zorro”, el vengador enmascarado, ese don Diego de Vega que caminando a galope entre las tierras sedientas de la California hispana del siglo XIX, solucionaba entuertos y repartía justicia, siempre dejando la rúbrica de una “Z” con su espada prodigiosa.

Fueron tiempos saturados de emoción. La vida entonces era un ir entre páginas de dibujos reconfortados. El futuro no existía y la supervivencia se reducía a un día completo inmenso y perdurable que parecía no finalizar nunca.

Las viñetas representaban el baúl en el cual acrecentaban los anhelos de muchachos impresionables en aquella posguerra del hambre, el estraperlo y las ansias truncadas, al servir como el mejor antídoto contra el aburrimiento, frente a la monotonía cotidiana donde nadie sabía lo que era la televisión, y la radio constituía una ostentación de lujo.

“El Zorro” nació de la mano de Johnston McCulley en 1919 y un año después ya estaba en la pantalla cinematográfica interpretado por Douglas Fairbanks. Después vinieron Batman, King Kong, El hombre Araña y Robin Hood.

Otro extraordinario protagonista, “Superman”, llegó del espacio de la mano de dos adolescentes, Jerry Siegel y Joe Shuster, jóvenes de una portentosa imaginación demostrada en la aceptación total de la historia del héroe del planeta Krypton por millones de personas.

Clark siempre tuvo una novia: Luisa Lane; era un amor como los antiguos, de mírame y no me toques. Se dice que el personaje siempre fue un poco maldito: basta recordar que Chistopher Reeve, el tercer Superman del cine, se quedó inválido y su predecesor en el papel se pegó un tiro. Es más, sus creadores, vendieron en 1938 por 165 dólares los derechos que generarían después toda una fortuna.

Sobre esa racha de infortunios se debe hablar de Kirk Alyn, el primer actor que encarnó el personaje y sufrió mal de Alzheimer. El segundo, George Reeves, muy popular en los años 50, se voló de un tiro la tapa de los sesos. Así nació una paradoja: el héroe blindado contra las balas moría de un disparo, y es que la maldición de Superman, como la de Tutankamon, es pura y real superstición.

Todo esto lo hemos sabido tiempo después, cuando vivir comenzaba a ser una disputa sin reposo. En los tebeos solamente existían personajes buenos y malos. La existencia era sencilla y cuadriculada, siendo mucho más tarde, al crecer cual magnolias, cuando llegó el período de las sinuosidades de la vida con su dureza y amargura. 
 
Ya no hay tebeos estilo nuestro tiempo –es un decir- o eso creo. Al menos, no como antes. Ahora poseen el estilo de “Yu-Gi-Oh”, “Las noches locas de Criptea”, Ran o las aventuras eróticas de Liz y Beth.

No obstante, diré la realidad pura: soy arcaico y estoy cansando, pero aún recuerdo a los españolitos “Mortadelo y Filemón” con agrado.

rnaranco@hotmail.com
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