El paso por delante
Lejos aún de una transición -a pesar de las compulsivas previsiones de inicios de año- quizás procede reorganizarse desde esas bases y con los remanentes anímicos que van quedando
El pasado 20 de noviembre se conmemoró una fecha especialmente señera para la historia de España: se cumplen 44 años de la muerte del “heroico caudillo”, también tenebroso dictador, Francisco Franco. El aniversario, que aterriza en ambiente caldeado por la reciente exhumación de los restos del gobernante y su traslado desde Valle de los Caídos al Cementerio de Mingorrubio-El Pardo, brinda excusas para revisar el crucial trecho que recorrió España a partir de 1975. Momento que marca la transición a la democracia, y cuya vorágine hace pensar que la sociedad española, tenaz y al acecho, esperaba por una ocasión para salir de la oscurana impuesta durante casi cuatro décadas.
Sí: la rapidez que signó a estas transformaciones no deja de sorprender. Las imágenes de la famosa serie documental sobre la transición, escrita y narrada por Victoria Prego, desgranan ese brinco entre el aquelarre nacionalista previo y el luminoso después. El mismo país que apenas meses antes de la muerte del dictador era testigo del apego que a no pocos aún inspiraba esa leyenda minada por el mal de Parkinson y la cardiopatía, franquistas que copaban las calles de Madrid y clamaban “¡viva España, muera Europa!”, pareció rearmarse de la noche a la mañana en virtud de la mudanza propuesta por los reformistas. Un milagro, podría decirse. Pero como suele suceder en política, el milagro no fue tal, y así lo aclaran protagonistas y entendidos. He allí la obra de un liderazgo que respondió efectiva y coherentemente a la enfocada presión de una sociedad civil, ávida de evolución.
Lo que es racional es real, y viceversa: el imperio de la razón parecía manifestarse a través de una constelación de actores inesperados. Contra los diques del determinismo, eso sí, Adolfo Suárez -un “falangista converso”, hombre surgido de las vísceras del régimen moribundo y cuyo ascenso fue tachado enseguida por la prensa crítica como “El error Suárez”, “un paso atrás”, “un disparate”- asume un rol estelar en medio de las muchas imprecisiones sobre el qué hacer.
Paradójicamente, la incertidumbre reinante parecía trocar en elemento que favorecía la transición. Algo que abona a favor de las tesis de Josep Colomer, cuando indica que los procesos de democratización ocurridos a finales del s.XX refutan “el determinismo estructural con que el cambio de régimen había sido analizado en las ciencias sociales a mediados de siglo… Un régimen democrático puede ser establecido mediante un pacto entre diferentes fuerzas políticas y sociales en la medida en que aparece como acuerdo convencional acerca de unas nuevas reglas del juego”. Proceso, en este caso, a merced de decisiones siempre por formularse y de políticas provisionales, atentas a las fluctuaciones de la coyuntura.
Al exponer avances cuya puesta en práctica desarmó toda ojeriza inicial, la transición española contiene referentes preciosos para los desencantados venezolanos. Obviamente, el paisaje de desarticulación que acá prevalece a duras penas se compara con lo que ocurría en un país donde el liderazgo se propuso enterrar dogmas y desarrollar destrezas para sintonizar su discurso con el ethos mayoritario; para descifrar “señales procedentes desde abajo, desde una sociedad civil crecientemente movilizada y demandante de nuevas y mayores libertades políticas”, según escribe Martín García. “En España, la sociedad civil iba por delante de los políticos”, convenía por estos días el diplomático español José Hornero. Cabría preguntarse si la sociedad civil venezolana, aún en medio de esta sequía de razón que nos acogota, lidiando con sus muchas roturas y heridas sangrantes, no es capaz de remontar el trastorno y dar pasos “por delante” de nuestra desconcertada élite política.
Las sombras que sobre parte de la dirigencia opositora arrojan las denuncias de Calderón Berti o la investigación de Armando.info, anuncian no sólo nuevos menoscabos en la relación líderes-ciudadanos, sino tiempos en los que importa conjurar los vacíos de conducción, de estrategias realistas y flujos comunicativos eficientes. La incertidumbre obliga así a adoptar la plasticidad como premisa, en trecho que también supondrá reconsiderar posturas como las de la abstención reciente. No sabemos qué reservan las calendas de enero, pero hasta entonces no caerá mal evaluar lo que se ha apoyado, y si esos cursos fueron o no fructuosos.
Lejos aún de una transición -a pesar de las compulsivas previsiones de inicios de año- quizás procede reorganizarse desde esas bases y con los remanentes anímicos que van quedando, para movernos hacia ese centro donde respira el cambio democrático. “Fue la sociedad española la que impuso la moderación a sus políticos… la gente exigía tolerancia, rechazo al revanchismo, dio una lección de sensatez; y los políticos supieron leer ese mensaje”, apunta el embajador de España en Venezuela, Jesús Silva. Conscientes de cuán descuadernados andamos, ¿no es justo impulsar acá esa reflexión que al liderazgo le está costando tanto asumir?
@Mibelis
Sí: la rapidez que signó a estas transformaciones no deja de sorprender. Las imágenes de la famosa serie documental sobre la transición, escrita y narrada por Victoria Prego, desgranan ese brinco entre el aquelarre nacionalista previo y el luminoso después. El mismo país que apenas meses antes de la muerte del dictador era testigo del apego que a no pocos aún inspiraba esa leyenda minada por el mal de Parkinson y la cardiopatía, franquistas que copaban las calles de Madrid y clamaban “¡viva España, muera Europa!”, pareció rearmarse de la noche a la mañana en virtud de la mudanza propuesta por los reformistas. Un milagro, podría decirse. Pero como suele suceder en política, el milagro no fue tal, y así lo aclaran protagonistas y entendidos. He allí la obra de un liderazgo que respondió efectiva y coherentemente a la enfocada presión de una sociedad civil, ávida de evolución.
Lo que es racional es real, y viceversa: el imperio de la razón parecía manifestarse a través de una constelación de actores inesperados. Contra los diques del determinismo, eso sí, Adolfo Suárez -un “falangista converso”, hombre surgido de las vísceras del régimen moribundo y cuyo ascenso fue tachado enseguida por la prensa crítica como “El error Suárez”, “un paso atrás”, “un disparate”- asume un rol estelar en medio de las muchas imprecisiones sobre el qué hacer.
Paradójicamente, la incertidumbre reinante parecía trocar en elemento que favorecía la transición. Algo que abona a favor de las tesis de Josep Colomer, cuando indica que los procesos de democratización ocurridos a finales del s.XX refutan “el determinismo estructural con que el cambio de régimen había sido analizado en las ciencias sociales a mediados de siglo… Un régimen democrático puede ser establecido mediante un pacto entre diferentes fuerzas políticas y sociales en la medida en que aparece como acuerdo convencional acerca de unas nuevas reglas del juego”. Proceso, en este caso, a merced de decisiones siempre por formularse y de políticas provisionales, atentas a las fluctuaciones de la coyuntura.
Al exponer avances cuya puesta en práctica desarmó toda ojeriza inicial, la transición española contiene referentes preciosos para los desencantados venezolanos. Obviamente, el paisaje de desarticulación que acá prevalece a duras penas se compara con lo que ocurría en un país donde el liderazgo se propuso enterrar dogmas y desarrollar destrezas para sintonizar su discurso con el ethos mayoritario; para descifrar “señales procedentes desde abajo, desde una sociedad civil crecientemente movilizada y demandante de nuevas y mayores libertades políticas”, según escribe Martín García. “En España, la sociedad civil iba por delante de los políticos”, convenía por estos días el diplomático español José Hornero. Cabría preguntarse si la sociedad civil venezolana, aún en medio de esta sequía de razón que nos acogota, lidiando con sus muchas roturas y heridas sangrantes, no es capaz de remontar el trastorno y dar pasos “por delante” de nuestra desconcertada élite política.
Las sombras que sobre parte de la dirigencia opositora arrojan las denuncias de Calderón Berti o la investigación de Armando.info, anuncian no sólo nuevos menoscabos en la relación líderes-ciudadanos, sino tiempos en los que importa conjurar los vacíos de conducción, de estrategias realistas y flujos comunicativos eficientes. La incertidumbre obliga así a adoptar la plasticidad como premisa, en trecho que también supondrá reconsiderar posturas como las de la abstención reciente. No sabemos qué reservan las calendas de enero, pero hasta entonces no caerá mal evaluar lo que se ha apoyado, y si esos cursos fueron o no fructuosos.
Lejos aún de una transición -a pesar de las compulsivas previsiones de inicios de año- quizás procede reorganizarse desde esas bases y con los remanentes anímicos que van quedando, para movernos hacia ese centro donde respira el cambio democrático. “Fue la sociedad española la que impuso la moderación a sus políticos… la gente exigía tolerancia, rechazo al revanchismo, dio una lección de sensatez; y los políticos supieron leer ese mensaje”, apunta el embajador de España en Venezuela, Jesús Silva. Conscientes de cuán descuadernados andamos, ¿no es justo impulsar acá esa reflexión que al liderazgo le está costando tanto asumir?
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