Unas palabras para prepararse a vivir
Regresaremos a lo que siempre hemos sido: polvo llameante de estrellas, y en ese largo olvido, irán arremolinadas las mayores acciones que el ser humano ha creado
Comprometido dilema sobre estas letras de hoy, al intentar en ellas saber, en lo posible, qué es la propia vida en su conjunto, aún reconociendo que no suele ser cuantiosa.
Virtualmente hay infinidad de expresiones para decirlo y, aún así, ninguna de ellas nos lo aclara en la amplia expresión humana. Sentimos sobre ella que cohabitamos a causa de los dolores, las dudas, los miedos, y esa batahola que nos clavetea cuando hurgamos en nuestro interior el resuello de una afinidad que nos matiza interiormente.
El búlgaro Tzvetan Todorov giró su existencia en torno a una pregunta: ¿cómo vivir? Al final, el hombre que estudió la poética de los formalistas rusos, la filosofía del lenguaje, la conquista de América, los campos de concentración, ciertas formas de la pintura y el pensamiento ilustrado, sólo tenía una incertidumbre terrenal: cómo hacerlo en nuestro interior personal, entre los cangilones del espíritu, y el dubitativo presente de nuestras erráticas inclinaciones.
Comparativamente esto puede parecer una simpleza, no obstante es la cuestión que lo abraza todo. Y sobre ello, que ahonda en que nos golpea de frente, que nos atraviesa, que nos implica irremediablemente: la placidez y la manera de cómo alcanzarla. Y en ello hay algo certero, decía Todorov: “Ni siquiera la democracia la garantiza”, y ampliaba: “de hecho, no la garantiza en absoluto”.
En el intermedio de estos pensamientos supo que lo hierático del mundo es el amor.
Dijo: "Pocas personas se sacrificarían hoy día por Dios, por la nación o por la clase obrera, es decir, por abstracciones, pero muchos padres están dispuestos a inmolarse si la vida de sus hijos está en peligro. y lo mismo se podría decir de otras runas de amor", sostenía.
El hablaba tangiblemente de lo que entendemos por amor. Un claro paradigma: contrastaba cómo puede cambiarnos la vida un encuentro por casualidad con alguien:
"Una persona sonríe a otra por la calle, y si los dioses están con nosotros, si se han echado los dados de una cierta manera, estos encuentros fortuitos se pueden transformar en la base, el fundamento de toda una vida".
Para no morir del todo, nos agarramos a la fibra del amor a partir de la propia madrugada de la vida. Algunos se aferran, pero terminan pereciendo entre sombras cegadoras y clavados olvidos de púas sobre el propio ánimo.
Hay una pequeña o tal vez gran historia: La de Hans Schivarz y Konradin von Hohenfels, en “Un alma valerosa” de Fred Uhlman.
Esta habita en la duda sobre Dios del joven, mientras el descendiente de una de las familias más heráldicas de Alemania, siente que el amor por su amigo de colegio permanecerá intacto en el tiempo aún después de ser colgado en un gancho de carnicero hasta que se desangre, por su intento de matar a Hitler.
Sabemos bien, por esa brutal desnudez de las verdades de la ciencia, que nuestro planeta desaparecerá en una fracción de segundo una vez el sol consuma su energía. Estamos condenados ineludiblemente a desvanecernos en el Cosmos.
Regresaremos a lo que siempre hemos sido: polvo llameante de estrellas, y en ese largo olvido, irán arremolinadas las mayores acciones que el ser humano ha creado, entre ellas las de Miguel Ángel, Rafael, Da Vinci, Rembrandt, Goya, e igualmente Homero, Shakespeare, Cervantes, Lope de Vega… serán el soplo de la civilización que simplemente dejará de ser. No importa: los humanos hemos existido.
En ese relámpago, quien tenga certidumbre de ello, le salvará el amor. Le ha acaecido a Gabriel García Márquez desde “El amor en los tiempos del cólera”, y diez años después, con su última novela cuyo título es atrayente como todos los suyos: “Memorias de mis putas tristes”.
El libro, vendido bien en el mundo de habla hispana, y cuyo argumento, aparte de algunos episodios lúbricos en burdeles vividos en Barranquilla por el autor, narra la historia sobre el primer amor de un hombre que lo recuerda nítidamente el día que cumple 90 años.
En un acto platónico rumiado en soledad con una adolescente, y aunque parezca un matiz lejano de “Lolita o la confesión de un viudo de raza blanca” de Vladimir Nabokov, es claramente una inspiración basada en “La casa de las bellas durmientes” del japonés Yasunari Kawabata, Premio Nobel de Literatura, al que Gabo admiro considerablemente y con lógica razón: fue un sorprendente escritor de ahora mismo, es decir, de la época que nos tocó compenetrarnos a nosotros mismos. Falleció 16 de abril de 1972.
Hace años, le oímos decir a Gabriel García Márquez en Caracas, tras conocerlo y tratarlo, algo sorprendente que ahora, con el trascurrir de los años y saborear su literatura, se enaltece más nuestra admiración hacia su persona:
“Soy escritor por timidez. Mi verdadera vocación es la de prestidigitador, pero me ofusco tanto tratando de hacer un truco, que he tenido que refugiarme en la soledad de la literatura. Ambas actividades, en todo caso, conducen a lo único que me ha interesado desde niño: que mis amigos me quieran más”.
Sobre aquellas “Memorias de mis putas tristes” no solamente tuvo más querencias, sino que su propia vejez se envolvió sobre el recuerdo esplendoroso de un burdel caribeño, para recordar lo siempre bien sabido desde la alborada de los tiempos:
El amor, sin importar la edad, es un mal del alma que trasforma en gozo a quien la padece.
rnaranco@hotmail.com
Virtualmente hay infinidad de expresiones para decirlo y, aún así, ninguna de ellas nos lo aclara en la amplia expresión humana. Sentimos sobre ella que cohabitamos a causa de los dolores, las dudas, los miedos, y esa batahola que nos clavetea cuando hurgamos en nuestro interior el resuello de una afinidad que nos matiza interiormente.
El búlgaro Tzvetan Todorov giró su existencia en torno a una pregunta: ¿cómo vivir? Al final, el hombre que estudió la poética de los formalistas rusos, la filosofía del lenguaje, la conquista de América, los campos de concentración, ciertas formas de la pintura y el pensamiento ilustrado, sólo tenía una incertidumbre terrenal: cómo hacerlo en nuestro interior personal, entre los cangilones del espíritu, y el dubitativo presente de nuestras erráticas inclinaciones.
Comparativamente esto puede parecer una simpleza, no obstante es la cuestión que lo abraza todo. Y sobre ello, que ahonda en que nos golpea de frente, que nos atraviesa, que nos implica irremediablemente: la placidez y la manera de cómo alcanzarla. Y en ello hay algo certero, decía Todorov: “Ni siquiera la democracia la garantiza”, y ampliaba: “de hecho, no la garantiza en absoluto”.
En el intermedio de estos pensamientos supo que lo hierático del mundo es el amor.
Dijo: "Pocas personas se sacrificarían hoy día por Dios, por la nación o por la clase obrera, es decir, por abstracciones, pero muchos padres están dispuestos a inmolarse si la vida de sus hijos está en peligro. y lo mismo se podría decir de otras runas de amor", sostenía.
El hablaba tangiblemente de lo que entendemos por amor. Un claro paradigma: contrastaba cómo puede cambiarnos la vida un encuentro por casualidad con alguien:
"Una persona sonríe a otra por la calle, y si los dioses están con nosotros, si se han echado los dados de una cierta manera, estos encuentros fortuitos se pueden transformar en la base, el fundamento de toda una vida".
Para no morir del todo, nos agarramos a la fibra del amor a partir de la propia madrugada de la vida. Algunos se aferran, pero terminan pereciendo entre sombras cegadoras y clavados olvidos de púas sobre el propio ánimo.
Hay una pequeña o tal vez gran historia: La de Hans Schivarz y Konradin von Hohenfels, en “Un alma valerosa” de Fred Uhlman.
Esta habita en la duda sobre Dios del joven, mientras el descendiente de una de las familias más heráldicas de Alemania, siente que el amor por su amigo de colegio permanecerá intacto en el tiempo aún después de ser colgado en un gancho de carnicero hasta que se desangre, por su intento de matar a Hitler.
Sabemos bien, por esa brutal desnudez de las verdades de la ciencia, que nuestro planeta desaparecerá en una fracción de segundo una vez el sol consuma su energía. Estamos condenados ineludiblemente a desvanecernos en el Cosmos.
Regresaremos a lo que siempre hemos sido: polvo llameante de estrellas, y en ese largo olvido, irán arremolinadas las mayores acciones que el ser humano ha creado, entre ellas las de Miguel Ángel, Rafael, Da Vinci, Rembrandt, Goya, e igualmente Homero, Shakespeare, Cervantes, Lope de Vega… serán el soplo de la civilización que simplemente dejará de ser. No importa: los humanos hemos existido.
En ese relámpago, quien tenga certidumbre de ello, le salvará el amor. Le ha acaecido a Gabriel García Márquez desde “El amor en los tiempos del cólera”, y diez años después, con su última novela cuyo título es atrayente como todos los suyos: “Memorias de mis putas tristes”.
El libro, vendido bien en el mundo de habla hispana, y cuyo argumento, aparte de algunos episodios lúbricos en burdeles vividos en Barranquilla por el autor, narra la historia sobre el primer amor de un hombre que lo recuerda nítidamente el día que cumple 90 años.
En un acto platónico rumiado en soledad con una adolescente, y aunque parezca un matiz lejano de “Lolita o la confesión de un viudo de raza blanca” de Vladimir Nabokov, es claramente una inspiración basada en “La casa de las bellas durmientes” del japonés Yasunari Kawabata, Premio Nobel de Literatura, al que Gabo admiro considerablemente y con lógica razón: fue un sorprendente escritor de ahora mismo, es decir, de la época que nos tocó compenetrarnos a nosotros mismos. Falleció 16 de abril de 1972.
Hace años, le oímos decir a Gabriel García Márquez en Caracas, tras conocerlo y tratarlo, algo sorprendente que ahora, con el trascurrir de los años y saborear su literatura, se enaltece más nuestra admiración hacia su persona:
“Soy escritor por timidez. Mi verdadera vocación es la de prestidigitador, pero me ofusco tanto tratando de hacer un truco, que he tenido que refugiarme en la soledad de la literatura. Ambas actividades, en todo caso, conducen a lo único que me ha interesado desde niño: que mis amigos me quieran más”.
Sobre aquellas “Memorias de mis putas tristes” no solamente tuvo más querencias, sino que su propia vejez se envolvió sobre el recuerdo esplendoroso de un burdel caribeño, para recordar lo siempre bien sabido desde la alborada de los tiempos:
El amor, sin importar la edad, es un mal del alma que trasforma en gozo a quien la padece.
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