RAFAEL CADENAS, 90 ANIVERSARIO
Rafael Cadenas: “A la poesía se le sirve más bien, cuando hay suerte”
La actualidad de la guerra es permanente y aunque la poesía no escapa a la historia está lejos de su horror
Me toca darle las gracias a la Casa de la Poesía (2002) por dedicarme su ya muy conocida semana, un honor que he aceptado con sencillez, como se recibe un regalo, pero consciente de la exigencia que entraña, y sin correr el riesgo de preguntarme si lo merecía o no.
El homenaje —esta palabra me turba, pero me parece inevitable— es más bien a la poesía y se lo hacen los poetas invitados.
En Venezuela hay bastantes poetas que merecen estar en este sitio que hoy ocupo, por ser verdaderos maestros de poesía, pero el azar me ha puesto aquí y no quise eludirlo.
Por fortuna, sé quedarme en tierra, con mis límites a la vista y sin riesgo de inflación, pues hace tiempo, en mi adolescencia, aprendí de un colombiano que uno debía ser “humilde, humilde, humilde, porque no es nada una llamita al viento”, aunque humilde, en rigor, es quien ni tiene conciencia de serlo.
A pesar de haber escrito un libro en defensa de nuestro idioma, soy un pobre verbal. Me faltan las palabras. Tienen la costumbre de perdérseme. Les gusta dejarme solo. Seguramente, pienso, me cobran los años de abandono en que las tuve por buscar codiciosamente la realidad. Hoy me parece que no hay nada que buscar y que tal vez sólo se trate de sentir la vida en nosotros. La vida, lo desconocido, el misterio, la naturaleza, el ser, el Tao, el Self o como quiera llamarse eso que no tiene nombre y sobre lo cual nada se puede decir. Aunque la poesía está cerca de ese ámbito infranqueable, apenas le es dable apuntar en tal dirección. Es su legítima vecindad, y su otro costado da a la zona propiamente humana.
Poetas sin una metafísica son sólo señoritos que hacen versos, decía Antonio Machado. Después de Heidegger, la metafísica está de capa caída. En el fondo, lo que el poeta español les pide es que tengan una concepción trascendente del mundo. Yo siempre evito la palabra metafísica porque ella intenta vanamente hablar de lo que no se puede, utilizando el pensamiento, que no da para tanto, si bien es el único instrumento que tenemos. De los grandes poetas se puede desprender toda una filosofía.
Yo no voy a hablar de poesía en este momento. Tenemos toda la semana para hacerlo, pero sí quisiera decir unas palabras sobre algo que me preocupa sobremanera, aunque en este acto puede parecer fuera de lugar. Me refiero a la guerra cuya actualidad es permanente porque sus apariciones son constantes. Sólo cambia de país; hoy escoge uno, mañana otro, sin que sea posible saciarla; sí, una de las ocupaciones a que se dedican con más entusiasmo los seres humanos es la de matarse entre sí. Thanatos no descansa, Ares lo mantiene constantemente ocupado. El sonido que más obstinadamente se oye a través de la historia —dice Arthur Koestler en su ensayo La explosión cerebral—es el de los tambores de guerra. “Guerras tribales, guerras religiosas, guerras civiles, guerras entre dinastías, guerras nacionales, guerras revolucionarias, guerras coloniales, guerras de conquista y liberación, guerras para prevenir y finalizar todas las guerras”. Es decir, increíble abuso de lenguaje, guerras por la paz.
Sigue diciendo Koestler que estos “desastres en la historia del hombre se deben a su excesiva capacidad y urgencia de identificarse con una tribu, nación, iglesia o causa y abogar por su credo emocionalmente, sin crítica (...) así somos llevados a la poco novedosa conclusión de que el problema de nuestra especie no es de un exceso de agresión, sino de una excesiva capacidad de fanática devoción”. Habría que matizar el enfoque de Koestler. No todo es oscuridad, pues si así fuera no habríamos sobrevivido.
La poesía no escapa a la historia, pero está lejos de su horror, no así los poetas, muchos han sido sus víctimas. Stalin, pongamos por caso, acabó con un buen número de ellos. El horror por la historia se llama un libro de Juan Liscano, voz clamante e inoída de este país. Creo que tenemos derecho a avergonzarnos de la historia, pero sólo una minoría hace uso de él. A los más esa diosa los llena de orgullo. Sobre la nuestra les recomiendo el libro de Antonio Arráiz, Los días de la ira. Allí verán cómo en el siglo XIX los venezolanos se dedicaron con ahínco, casi a tiempo completo, a destruirse. Labor llevada a cabo, conviene recordarlo, por muchos de los héroes de la Independencia.
Detrás de todo el desastre está el poder, y tras el poder nuestro querido ego. La poesía mora lejos del poder, que es malo, al decir de un suizo que sabía mucha historia, y acaso sólo siendo impersonal, puede zafarse del pacto diabólico de que habla Weber. También está la dama que hoy nos convoca lejos de fanatismos. Un poeta fanático sería tan absurdo, por ejemplo, como un psiquiatra fanático, y no es que esté equiparándolos, aunque según Nadezda Mandelstam, la poesía tiene poderes curativos. Lejos está asimismo de grandiosidades porque ellas alejan a la gente de su realidad básica extraviándola peligrosamente.
Lejos de utopías, pues por impositivas, aunque con buena intención, suelen llevar a destructividades que no se preveían, ejemplarizando la horrible paradoja del bien que se trueca en mal. Lejos de nacionalismos porque, parafraseando a un socialista francés, llevan en sí la guerra “como la nube lleva la tormenta”. Lejos de ideologías que ponen barreras entre los hombres impidiéndoles que se den la mano, como quiere Salvador Pániker, por encima de lo simbólico “a un nivel más hondo y más real”.
Pero sí le importa a la poesía, y mucho, la justicia, la libertad y la democracia, cuya finalidad acaso sea lograr que la aristocracia gobierne. No se alarmen. Aclaro: áristos son los más capaces, los más solventes en lo ético y pueden provenir de cualquier clase social, cualquier etnia, cualquier partido, cualquier país. Buscaremos a los mejores donde estén, he oído decir durante años a los presidentes, pero no lo hacen. Se limitan a su pequeña tribu.
Hoy pienso que es mejor vivir desnudamente, siendo, con atención, wholeheartedly, que es algo así como dándose entero, con olvido de sí, en la luz del instante, lo más originario, y no halfheartedly, que significa con la mitad del corazón —me gustan estas palabras inglesas—, en suma, pareciéndose a la poesía que es muy interior, sin mostrarse “poéticos”, lo cual es ridículo. Los poetas casi nunca son poéticos, ni antipoéticos. Se ha de echar por la borda, suavemente, el lastre —prejuicios, pequeñeces, trabas—, nuestra amada neurosis, pero no toda, pues dicen que algo bueno tiene. Aunque noto que todo esto suena a voluntarismo, cuando se sabe que tales procesos se realizan en parte a espaldas del ego y a veces contra él.
Hace años una poeta muy querida me hizo en una entrevista la pregunta que ya es cuasi ritual de para qué sirve la poesía, pregunta que por reiterativa nos lleva a sospechar que se trata de un quehacer enigmático, puesto que siempre está indagándose su función. Yo le contesté: “A la poesía se le sirve más bien, cuando hay suerte”. Y sus servidores son los poetas. A través de ellos hace su aparición. En ocasiones se quita su traje y se viste de prosa, entonces es ésta la que le sirve de portadora, y asoma en la novela, en el cuento, en el ensayo. Los autores le dan forma y pasa a vivir en los lectores que la recrean. Al hacerlo, en cierto modo son también poetas. A veces se ausenta y hay que salir a buscarla; esto puede ocurrirle a un poeta o a una época en un país. Ella es como una gran construcción creada por todos los poetas, y me parece inseparable del trabajo interior de cada uno de ellos. No la concibo separada de esa tarea. En tal sentido tiene un lado extraliterario. Machado, de nuevo Machado, la ve como un yunque de constante actividad espiritual, y también psíquica, podría agregarse.
Pues bien, esta semana sus servidores estarán en contacto con ustedes y con nosotros. Sin duda, van a nutrirnos con sus lecturas y conversaciones. Ellos vienen de muchos países, lo cual nos dice que la poesía en esta época se ha vuelto más internacional que nunca, como lo es el mundo actual, en el que encaja muy bien nuestro país porque ha sido siempre muy abierto, muy amplio, muy universal, y seguirá siéndolo. La república de las letras se ha ensanchado hasta alcanzar la dimensión a que, por su espíritu, estaba llamada.
Sólo me resta decirles a nuestros invitados que se sientan como en su casa, at home, con libertad para decir lo que quieran. Aquí no se controlan los espíritus, este es un país democrático, y pedirles también, por supuesto, que se olviden de mí. Vamos a festejar la poesía. Es ella la que va a ocupar la escena. Gracias.
Rafael Cadenas
Verbigracia, N°8. Año V
Caracas, sábado 24 de noviembre de 2002
Imagen: Abril Mejías Romanhy
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