VIII Congreso Internacional de la Lengua: "Los retos del idioma tienen que ver con los retos de la convivencia democrática"
La provincia argentina de Córdoba recibe a más de 200 escritores, lingüistas y académicos provenientes de 32 países que se dan cita en el VIII Congreso Internacional de la Lengua
Discurso de inauguración del VIII Congreso Internacional de la Lengua
Este Congreso Internacional de la Lengua lleva organizándose desde hace más de mil años, pero nuestro compromiso verdadero son los próximos mil años, el tiempo que tenemos por delante. Nos reunimos aquí para hablar del futuro como una apuesta compartida. La cultura y la educación parten su pan con la tecnología y la ciencia sobre un horizonte en el que América tendrá sin duda un papel decisivo.
Al preparar estas palabras, me emocionó el recuerdo de un artículo de Julio Cortazar publicado por el periódico El País el 25 de junio de 1978. Decía el autor de Rayuela: "Como tantos latinoamericanos que escribieron y escriben en español a miles de kilómetros de sus patrias, mantengo el contacto con mis hermanos prisioneros o vilipendiados, escribo para ellos, porque escribo en su idioma, que siempre será el mío".
El estudiante de filología que guardó ese artículo en los meses finales de su propia dictadura no sabía que estas palabras afirmativas estaban esperando la inauguración de un congreso más de 40 años después en Córdoba la docta. Sí era consciente ya de que la poesía y la lengua materna son el sedimento de la experiencia donde los seres humanos pueden reconciliarse sin mentiras con la palabra verdad. Y ese es el reto cultural más importante de la cultura y la tecnología en nuestro tiempo: la reconciliación con la utopía modesta y ética de la palabra verdad. La lengua que nos hace, la casa en la que hemos aprendido a decir madre, lluvia, hambre, amor, mañana y fuego, sabe de nosotros más que nosotros mismos. De ahí la hermosa "invocación" del poeta cordobés Arturo Capdevila: "Habla por mí la lengua de mis abuelos. / Madre y Mujer. / No me dejes faltarte. / No me dejes mentir. No me dejes caer. / No me dejes. / No".
Los retos del idioma tienen que ver con los restos de la convivencia democrática. Ni más ni menos. Al fin y al cabo se trata de eso: la voluntad de ser partícipes en condiciones de igualdad de un patrimonio común y la vigilancia para que nadie se apropie de lo que no le pertenece.
Como estudiante, también me encontré con los Diálogos de la lengua de Juan de Valdés y con sus críticas a Elio Antonio de Nerbija, autor de la primera Gramática castellana. Decía el escritor castellano y erasmista: "¿Vos no veis que, aunque Nebrija es muy docto en la lengua latina, (que esto nadie se lo puede quitar), al fin no se puede negar que era andaluz y no castellano, y que escribió aquel vocabulario con tan poco cuidado, que parece escrito por burla?".
Pensar que desde un lugar del idioma o del territorio de la Mancha se puede decidir quién habla mal y cuál es el mejor español o castellano es entender muy poco la profunda lealtad de la lengua con al verdad materna. Hablar andaluz no es hablar mal es hablar español como se habla en Andalucía.
Hay otras palabras de Juan de Valdés que conviene recordar aquí. Cuando un personaje de sus Diálogos, llamado Marcio, le preguna: "¿No tenéis por tan elegante y gentil la lengua castellana como la toscana?", contesta de este modo: "Sí que la tengo, pero también la tengo más vulgar, porque veo que la toscana está ilustrada y enriquecida por un Boccaccio y un Petrarca, los cuales, siendo buenos letrados, no solamente se preciaron de escribir buenas cosas, pero procuraron escribirlas con estilo muy propio y muy elegante".
Bueno, pues ya hemos tenido un Cervantes, y una Sor Juana, y a Gabriela Mistral, Borges, Gabriel García Márquez, Vargas Llosa, Alejandra Pizarnik, Juan Gelman o Atahualpa Yupanki. Con su palabra literaria, al elaborar la lengua con su creatividad máxima, la han llevado a una altura de expresividad que es de todos, un patrimonio común, tan ancho y ajeno y propio como el mundo. La filóloga Inés Fernández-Ordóñez nos ha recordado que "la lengua estándar no es la lengua materna de nadie, por lo que su adquisición y su dominio necesita de largos años del entrenamiento y aprendizaje". Y ahí está la tarea de convocatorias como la nuestra, la vocación de un equilibrio afirmativo, el compromiso con un idioma de casi 600 millones de habitantes, el enorme valor de un patrimonio común tan inmenso, pero que debe al mismo tiempo hacerse compatible con los pliegues de la intimidad, de la realidad personal, matizada y originaria de lo materno. La universalidad de una cultura consciente de ella misma y de su significación debe hacer que la lluvia de todos caiga en la memoria de las tardes de una lluvia particular, del olor a tierra húmeda de cada una de nuestras tierras. Que la palabra pierda su profundidad poética es tan peligroso como que la tecnología caiga en la tentación de separar sus progresos de la dignidad humana.
Y más que ocurrencias que pongan en peligro al patrimonio común o a la memoria personal, conviene caminar junto a la belleza de las palabras y la sensatez de lo amasado por la experiencia de una comunidad. No existe mejor receta que al naturalidad de un idioma que se hace con la gente, pegado a la vida de la gente, a las transformaciones serenas de lo cotidiano. Que por nosotros hable la lengua de nuestras abuelas, nuestros barrios, nuestros patios vecinos. Frente a los que se sienten dueños de la corrección única y los que confunden la libertad con la fragmentación de los espacios compartidos -y el idioma es el mayor espacio público de una comunidad-, no se me ocurre mejor sensatez que la que esgrimió Jorge Luis Borges en su famosa conferencia titulada "El idioma de los argentinos", publicada en libro en 1928. Decía el autor de tantas maravillas, y tan enemigo del localismo empobrecedor como de la voluntades dominantes: "Dos influencias antagónicas entre sí militan contra una habla argentina. Una es la de quienes imaginan que esa habla ya está prefigurada en el arrabalero de los sainetes; otra es la de los casticistas o españolados que creen en lo cabal del idioma y en la impiedad o inutilidad de su refacción".
Como es bueno reconocer la herencia recibida por nuestros mayores, es justo recordar hoy que este compromiso cultural marcó la intención originaria de los Congresos de La Lengua puestos en marcha en 1997 por el Instituto Cervantes y el Gobierno de México, en Zacatecas, con ayuda de la Corona. Y que fue acierto pedir en ediciones posteriores la colaboración de la Real Academia Española y de las demás academias reunidas en ASALE, la Asociación de Academias de la Lengua Española, porque su firme vocación panhispánica es el mejor homenaje a la lección heredada de figuras como Andrés Bello, Alfonso Reyes, Germán Arciniegas o María Molinier.
Esta es la gran y siempre renovada aventura cervantina en la que Sancho y don Quijote siguen cabalgando para hermanar cada vez de manera más íntima sus conversaciones. El Instituto Cervantes se dedica a consolidar la vocación internacional del español y a facilitar la colaboración de todos los llamados a defender su cultura y las buenas razones de una memoria común.
Por eso me produce especial emoción que este Congreso se vaya a homenajear a Víctor García de la Concha con la entrega de la primera medalla conmemorativa. Víctor es un maestro imprescindible para la Academia Española, el Instituto Cervantes y la vocación panhispánica que nos reúne durante estos días en Córdoba.
Y como estamos aquí para hablar de América y el futuro del español, para defender que los emprendimientos tecnológicos deben ser inseparables de la ética, la educación y la cultura humana y para recordar que la verdad poética de la lengua materna, más allá de cualquier prescripción, es la fuerza verdadera que da sentido a palabras como libertad, bondad, dignidad, hombre, mujer, igualdad, progreso y pluralismo, no me resisto a citar un verso del poeta cordobés Daniel Salzano. Hablaba en nombre de cualquier corazón razonable y futuro al escribir: "Los poetas no se rinden jamás".
Dicho esto, me parece oportuno terminar recordando el privilegio que el Cardenal Cisneros, fundador de la Universidad de Alcalá, nuestra vecina, concedió a Elio Antonio de Nerbija, ese andaluz despreciado por andaluz, para vincularlo con al elaboración de la Bibilia Políglota Complutense: "que leyese lo que él quisiese, y si no quisiese leer, que no leyese". Así sea en el espíritu de los participantes de este VIII Congreso Internacional de la Lengua Española: "Que se discuta todo lo que se quiera discutir, y si no se quiere discutir, pues que no se discuta".
Luis García Montero
Director del Instituto Cervantes
Siguenos en
Telegram,
Instagram,
Facebook y
Twitter
para recibir en directo todas nuestras actualizaciones