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Apuntes sobre la música y las formas

El sagrado barroco, Johann Sebastian Bach, es asimilado para exponer un conjunto panorámico sobre el tono que se aplica a la hora de valorar el arte que sorbrevive y trasciende

  • Diario El Universal

21/01/2019 04:49 pm

Mientras sigamos convencidos de que analizando estructuralmente la música de Bach hemos desentrañado su misterio, seguiremos en este estado de idiotez vacua que infla de vacío neutro las mentes de los músicos en general. 

Maravillados, observamos la cáscara rota del huevo, sin llegar a ver nunca lo que el mismo contenía. Como si hablásemos de arquitectura mirando un edificio cubierto de andamios y redes. Estamos atrapados como moscas en la telaraña técnica de Bach, como si ésta fuera su gran prodigio, su máxima obra. La música, de por sí inmaterial, al arroparla con conceptos se diluye hasta desvanecerse por completo en una bruma teórica. Al igual que para Mozart, para Bach, el elemento técnico de la composición musical estaba tan sumido y tan desarrollado, la técnica estaba ya interiorizada, tan natural, que no representa ningún tipo de problemática; y por lo tanto, la expresión del lenguaje por sí mismo no era una meta (como sí lo era en Haydn, Schönberg, Stravinsky, Boulez, etc.) sino el verdadero contenido de lo dicho. 

Al no presentar ningún problema la expresión misma (para Bach la fuga era su expresión natural, su modus operandi por excelencia, por lo tanto no reflexionaba acerca de sus reglas, no le interesaba la forma, porque la forma ya estaba resuelta, sino que le interesaba profundamente un contenido, e incluso mejor: un cometido), el carácter trascendental de Bach se convierte en la máxima potencia de su música, haciendo de la misma y de su acto creador una actividad sagrada. Pudiendo limitarse a escribir música litúrgica como un simple trabajo de compositor, su música trasvasa los límites del creyente y se transforma en el Espíritu Santo, es decir, en la mediación entre el hombre terrenal y Dios; su profesión es la del mercurio vivo, la del puente de una experiencia transformadora. Su obra adquiere un carácter místico, que ha llevado a abusivas interpretaciones ingenuas. 

Pero el verdadero misticismo de Bach se basa en ser su música la conexión directa con lo sagrado, como un antiguo Árbol del mundo, como un chamán que a través de su boca da directamente a los suyos el mensaje de la divinidad. Porque de hecho Bach llevó a cabo su trabajo (el de hacer música litúrgica) como el chamán de una comunidad indígena (cuya tarea asignada es la misma, aunque con distintos parámetros y formas). Pero estoy convencido de que lo que mejor han entendido a Bach fueron los hombres y mujeres que, arrodillados, rezaron mientras su música resonaba potente dentro de la iglesia. Ellos completaron la obra, le dieron sentido. Esos muchos analfabetas, y hasta sordos, o que no escuchaban siquiera, “distraídos” en el rito litúrgico. Al hacer realidad el acto religioso por medio del misterio bíblico, la música entra en el cuerpo como parte de la experiencia misma (como un éxtasis de baile con tambores), se complementa. Es más: la música toma posesión del cuerpo; por lo tanto, los hombres rezando son el cuerpo por el cual se expresa el espíritu de la música, que hace de guía hacia la realidad sagrada (la cual es esencialmente transpersonal). La música se convierte en oración (la oración es de por sí música), en mecanismo a través del cual Dios se revela. 

De esta experiencia total de la música bachiana, nosotros carecemos por completo. Lo vemos como quien estudia un fragmento de vasija antigua. Rezar actualmente con la música de Bach tampoco deja de ser hipócrita, porque significa más bien una afectación, una desvirtualización tanto de la realidad propia de la música y la propia del hombre moderno. En la película Sacrificio, Tarkovski trata igualmente esta imposibilidad moderna del hecho sagrado (como en la mayor parte de su obra, de una u otra manera), siendo precisamente la música de Bach la que abre y cierra la película, en relación directa con el “árbol japonés”. En todo caso, no es de extrañar que Tarkovski sea también un creador religioso, cuya vinculación con su obra es totalmente mística y su concepción del arte, cósmica. En su libro Esculpir en el tiempo, escribe: 

“El arte incide sobre todo en el alma de la persona y conforma su estructura espiritual [...] El arte moderno ha entrado por un camino errado, porque en nombre de la mera autoafirmación ha abjurado de la búsqueda del sentido de la vida [...] Pero en el arte no se confirma la individualidad, sino que ésta sirve a otra idea, una idea más general y más elevada. El artista es un vasallo que tiene que pagar los diezmos por el don que le ha sido concedido casi como un milagro [...] La idea de lo infinito no se puede expresar con palabras, ni siquiera se puede describir. Pero el arte proporciona esa posibilidad, hace que lo infinito sea perceptible. A lo absoluto sólo se accede por la fe y por la actividad creadora [...] La creación artística exige del artista una verdadera entrega de sí mismo, en el sentido más trágico de la palabra [...] Sólo así obtiene la capacidad de transmitir su fe a otros. Un artista sin esa fe es como un pintor que hubiera nacido ciego [...] El arte es un metalenguaje”.

Quizás estamos en nuestro derecho de analizar la música religiosa de Bach (y la música en general) como quien desempolva una reliquia de interés antropológico. Ya que al igual que la reliquia, la música de Bach parece haber perdido su sentido y no guarda verdadera vinculación con nosotros. Las ruinas griegas pueden extasiarnos, pero ya no pueden ser nuestras casas. 

Andrés Levell
Pianista, compositor y ensayista.
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