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Sombras del mal: El Monstruo de Guatemala

Un asesino en serie atacó a niños y adolescentes en la rural Guatemala de los años 40

  • Diario El Universal

17/11/2024 06:00 am

Los asesinos en serie son una especie que se propaga por todas partes, no hay época ni país donde no encontremos personas que desatan sus más bajos instintos.

Esta historia nos llevará hasta la Guatemala de los años 40, cuando un peligroso asesino sembró de muerte las tierras mayas. Conoceremos a José María Miculax Bux, quien pasaría a la posteridad con el apodo de “el Monstruo de Guatemala”.

De su infancia se conoce muy poco, solo que nació en algún pueblo del interior en 1925, en el seno de una familia de escasos recursos dedicada a las labores del campo. Su padre era un alcohólico y su madre una mujer sin educación que sufrió, junto a todo el clan, de los abusos del padre.

Al ser un niño pobre, la prioridad no era darle educación sino ponerlo a trabajar, por lo que sus tempranos años los pasó entre trabajar y escaparse de las labores impuestas. Al no saber distinguir entre el bien y el mal, muy pronto se dedicó a hacer pequeños robos para satisfacer sus gustos.

En su adolescencia comenzó a desbordar sus deseos sexuales que, junto a los abusos del padre, lo hacían una persona abusiva y agresiva que se descontrolaba de manera física y emocional con mucha facilidad.

A los 15 años a los robos les sumó el secuestro y abuso de menores, junto con un primo que se convirtió en su cómplice. Esto lo llevó directamente a la cárcel, donde estuvo por cuatro años.

A los 20 años recuperó su libertad, pero en 1946 volvió la violencia sexual y física. Junto a su primo retomaron los ataques, pero en esta oportunidad hubo un agregado: comenzaron a asesinar a sus víctimas.

En solo cuatro meses de ese año, la policía encontró 15 cadáveres de niños con edades entre ocho y 15 años en las zonas rurales de Chimaltenango y Sacatepéquez.

Entre sus víctimas se encontraron Enrique Cuyuch, asesinado a finales de febrero en una finca con los brazos atados al cuerpo y múltiples heridas, y Francisco Juárez, asfixiado con una soga. Su modus operandi consistía en engañar a los niños, a quienes les ofrecían conejitos de colores y llevaban a lugares descampados, donde abusaban de ellos y luego los ahorcaban.

Todo quedó al descubierto cuando Miguel Valenzuela, una de sus víctimas, logró escapar al hacerse el muerto. Cuando llegó a su casa, relató lo ocurrido. Eso, más el testimonio de una anciana, quien los vio actuar sospechosamente, hizo que la policía saliera en su búsqueda y a finales de abril de 1946 los detuvieron.

Miculax confesó los hechos y lugares donde había restos de otros niños, pero nunca se manifestó arrepentido. En un juicio corto, los familiares de las víctimas exigieron el mismo final para los asesinos: que fuesen ejecutados.

A mediados de junio Miculax fue condenado a la pena capital, mientras que su cómplice fue sentenciado a 30 años de cárcel.

El 18 de julio de 1946 Miculax tomó aguardiente como última comida y fue recibido por un sacerdote, luego fue fusilado por un pelotón frente al cementerio general y ante la presencia de cientos de personas.

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