El Tren de Aragua, una banda que marcó la dinámica migratoria venezolana
La organización criminal se convirtió en el embajador no deseado de quienes salieron del país buscando un futuro mejor
Durante los últimos años fuimos testigos del surgimiento, consolidación y expansión continental de una de las más grandes estructuras criminales nacionales. Un sindicato de la construcción, formado en torno a las obras inconclusas de un tren que uniría el centro del país con Caracas, tuvo como su mayor logro bautizar a la banda con su nombre: El Tren de Aragua.
Como en toda banda, sus líderes terminaron en la cárcel y allí consolidaron liderazgos y la banda creció. En los años del llamado pranato, el Tren de Aragua (TdA) se convirtió en una de las grandes bandas venezolanas, controló delitos como extorsión, robo de vehículos, secuestro y sicariato en el centro del país.
Pronto se convertiría en una gigantesca organización criminal con ramificaciones en las principales ciudades del continente.
Entendiendo el pran
Para entender su crecimiento hay que ver cómo el TdA traspasó los barrotes y creció hasta hacerse lo que es hoy.
Durante su período carcelario, el TdA evolucionó hacia una estructura mucho más compleja. Adquirió las características que se imponían en las prisiones del país durante el período del pranato.
Las cárceles venezolanas están organizadas en pabellones identificados con letras o números, además tienen el calabozo de los presos más peligrosos, o la “máxima”, y el área de los evangélicos, que es el lugar más seguro en las cárceles.
Inicialmente los presos más poderosos y mejor armados dominaban las celdas, de allí pasaron a controlar, a sangre y fuego, los pabellones. Cada pabellón, conocido en el argot carcelario como el “carro”, era controlado por un líder, conocido como “pran” (supuesto acrónimo de Preso Rematado Asesino Nato), ese liderazgo se pierde por muerte del líder o por su salida de la cárcel.
El “pran” contaba con un círculo íntimo integrado por sus compañeros de banda, conocidos como “causa” porque compartían expedientes. Debajo estaban los “luceros”, especie de jefes de secciones, “parqueros” y “administradores” controlaban armas y productos, y. en lo más bajo de la cadena estaban los “gariteros” y los “perros”, presos recién integrados a la organización y quienes cumplían las tareas del día a día.
Tras una serie de polémicas medidas, como la autorización para la pernocta de familiares en las cárceles y la creación del Ministerio de Asuntos Penitenciarios, llegó una relativa “carcer pacis” o paz carcelaria que puso fin a las violentas guerras internas.
Esas sangrientas guerras dieron paso al llamado “coliseo”, batallas controladas para dirimir las diferencias internas. No se asesinaban entre presos, solo se herían. Solo los mal portados, violadores, asesinos de niños y los “sapos” tenían peor suerte, ya que o eran asesinados y enterrados o fueron execrados en la cárcel hasta que morían de hambre o enfermedades.
El dinero manda
Como en toda banda, sus líderes terminaron en la cárcel y allí consolidaron liderazgos y la banda creció. En los años del llamado pranato, el Tren de Aragua (TdA) se convirtió en una de las grandes bandas venezolanas, controló delitos como extorsión, robo de vehículos, secuestro y sicariato en el centro del país.
Pronto se convertiría en una gigantesca organización criminal con ramificaciones en las principales ciudades del continente.
Entendiendo el pran
Para entender su crecimiento hay que ver cómo el TdA traspasó los barrotes y creció hasta hacerse lo que es hoy.
Durante su período carcelario, el TdA evolucionó hacia una estructura mucho más compleja. Adquirió las características que se imponían en las prisiones del país durante el período del pranato.
Las cárceles venezolanas están organizadas en pabellones identificados con letras o números, además tienen el calabozo de los presos más peligrosos, o la “máxima”, y el área de los evangélicos, que es el lugar más seguro en las cárceles.
Inicialmente los presos más poderosos y mejor armados dominaban las celdas, de allí pasaron a controlar, a sangre y fuego, los pabellones. Cada pabellón, conocido en el argot carcelario como el “carro”, era controlado por un líder, conocido como “pran” (supuesto acrónimo de Preso Rematado Asesino Nato), ese liderazgo se pierde por muerte del líder o por su salida de la cárcel.
El “pran” contaba con un círculo íntimo integrado por sus compañeros de banda, conocidos como “causa” porque compartían expedientes. Debajo estaban los “luceros”, especie de jefes de secciones, “parqueros” y “administradores” controlaban armas y productos, y. en lo más bajo de la cadena estaban los “gariteros” y los “perros”, presos recién integrados a la organización y quienes cumplían las tareas del día a día.
Tras una serie de polémicas medidas, como la autorización para la pernocta de familiares en las cárceles y la creación del Ministerio de Asuntos Penitenciarios, llegó una relativa “carcer pacis” o paz carcelaria que puso fin a las violentas guerras internas.
Esas sangrientas guerras dieron paso al llamado “coliseo”, batallas controladas para dirimir las diferencias internas. No se asesinaban entre presos, solo se herían. Solo los mal portados, violadores, asesinos de niños y los “sapos” tenían peor suerte, ya que o eran asesinados y enterrados o fueron execrados en la cárcel hasta que morían de hambre o enfermedades.
El dinero manda
El dinero marca la dinámica carcelaria. Desde el cobro de “la causa”, impuesto a cambio de la seguridad de los reos; pasando por cigarrillos, comida, jugos, agua, medicinas y, claro está, drogas y armas, todo generaba ganancias para el “pran”, algunos datos señalan que solo la cárcel de Tocorón generaba unos dos millones de dólares para la banda.
En la calle, las nacientes agrupaciones vinculadas a las bandas carcelarias generaban más dinero. El tráfico de drogas, extorsiones, reales y virtuales secuestros, robos y sicariatos, casi todo el delito era controlado y contratado desde esas “agencias” del crimen organizado que eran las cárceles, las ganancias son millonarias.
Luego, con la migración, se hicieron del mercado del tráfico y la trata de personas, y además el TdA comenzó a recorrer el continente, se convirtió “en una especie de marca registrada del crimen, algo como el Cartel de Medellín o de Juárez”, señaló el criminólogo Luis Izquiel
El fenómeno mediático
En poco más de 20 años el Tren de Aragua pasó de la dinámica delictiva local, a convertirse en un fenómeno continental. Aprovechó la incapacidad estatal para expandirse y cruzar las fronteras, siempre dedicado a actividades delictivas de mediana categoría.
Pero su llegada a otros países no pasó desapercibida, comenzó a acaparar titulares en el extranjero, en especial de la prensa amarillista y xenófoba, como el “sutil” periodismo peruano que dirigió una enorme carga de xenofobia contra los migrantes venezolanos, historia que se repitió en varios países.
Cuando el Norte se convirtió en la quimera, mientras las maras eran aniquiladas por el presidente salvadoreño Nayib Bukele, y los cárteles de la droga preferían un bajo perfil, el Tren de Aragua se convirtió en el nuevo enemigo a vencer. Fue parte del eje de campañas electorales continentales, desde Argentina hasta Estados Unidos, el Tren de Aragua era el monstruo continental, en gran medida como consecuencia de un miedo que circula de boca en boca.
Recientemente autoridades de Estados Unidos mostraron una base de datos de tatuajes del TdA, aunque muchos de ellos no tienen que ver con la banda. En un país con una escasa cultura por el tatuaje como Venezuela, esos tatuajes representan más modas pasajeras que marcas de banda. Sin conocer el país, todo lo que sea del sur es igual, en otras palabras el Tren de Aragua son las nuevas maras.
Bandas y xenofobia
Es innegable el impacto de la delincuencia en la migración en general, y en los países a los que llega. Todo movimiento migrante mundial estuvo marcado y definido por dos cosas, los delincuentes que se colaron en ella, desde las mafias hasta el Tren de Aragua, y en la historia hay miles de ejemplos, y el miedo de quienes los recibieron.
Sin embargo, debe destacarse que la civilidad y el trabajo se impusieron sobre los nocivos delincuentes y la gente decente sembró raíces y prosperó, sean italianos, colombianos, irlandeses, mexicanos, marroquíes, haitianos, sirios, dominicanos, peruanos, palestinos, ucranianos o venezolanos.
La historia, lo hemos dicho en múltiples oportunidades, está escrita sobre caminos que hizo la migración. Hoy no existe una nacionalidad 100% pura, todos tenemos entre nuestros genes el peso de cientos de caminantes.
El Tren de Aragua, es lo que fue ayer el Cartel de Medellín, o la banda de Al Capone, una banda más. Nos preguntamos hasta qué punto el impacto de esa organización criminal, a nivel regional, no es más que la nueva excusa para atacar al migrante. En Norteamérica candidatos han hablado de los “malos genes” y del migrante que cruza para matar y violar; eso ya lo hicieron en el sur.
En la calle, las nacientes agrupaciones vinculadas a las bandas carcelarias generaban más dinero. El tráfico de drogas, extorsiones, reales y virtuales secuestros, robos y sicariatos, casi todo el delito era controlado y contratado desde esas “agencias” del crimen organizado que eran las cárceles, las ganancias son millonarias.
Luego, con la migración, se hicieron del mercado del tráfico y la trata de personas, y además el TdA comenzó a recorrer el continente, se convirtió “en una especie de marca registrada del crimen, algo como el Cartel de Medellín o de Juárez”, señaló el criminólogo Luis Izquiel
El fenómeno mediático
En poco más de 20 años el Tren de Aragua pasó de la dinámica delictiva local, a convertirse en un fenómeno continental. Aprovechó la incapacidad estatal para expandirse y cruzar las fronteras, siempre dedicado a actividades delictivas de mediana categoría.
Pero su llegada a otros países no pasó desapercibida, comenzó a acaparar titulares en el extranjero, en especial de la prensa amarillista y xenófoba, como el “sutil” periodismo peruano que dirigió una enorme carga de xenofobia contra los migrantes venezolanos, historia que se repitió en varios países.
Cuando el Norte se convirtió en la quimera, mientras las maras eran aniquiladas por el presidente salvadoreño Nayib Bukele, y los cárteles de la droga preferían un bajo perfil, el Tren de Aragua se convirtió en el nuevo enemigo a vencer. Fue parte del eje de campañas electorales continentales, desde Argentina hasta Estados Unidos, el Tren de Aragua era el monstruo continental, en gran medida como consecuencia de un miedo que circula de boca en boca.
Recientemente autoridades de Estados Unidos mostraron una base de datos de tatuajes del TdA, aunque muchos de ellos no tienen que ver con la banda. En un país con una escasa cultura por el tatuaje como Venezuela, esos tatuajes representan más modas pasajeras que marcas de banda. Sin conocer el país, todo lo que sea del sur es igual, en otras palabras el Tren de Aragua son las nuevas maras.
Bandas y xenofobia
Es innegable el impacto de la delincuencia en la migración en general, y en los países a los que llega. Todo movimiento migrante mundial estuvo marcado y definido por dos cosas, los delincuentes que se colaron en ella, desde las mafias hasta el Tren de Aragua, y en la historia hay miles de ejemplos, y el miedo de quienes los recibieron.
Sin embargo, debe destacarse que la civilidad y el trabajo se impusieron sobre los nocivos delincuentes y la gente decente sembró raíces y prosperó, sean italianos, colombianos, irlandeses, mexicanos, marroquíes, haitianos, sirios, dominicanos, peruanos, palestinos, ucranianos o venezolanos.
La historia, lo hemos dicho en múltiples oportunidades, está escrita sobre caminos que hizo la migración. Hoy no existe una nacionalidad 100% pura, todos tenemos entre nuestros genes el peso de cientos de caminantes.
El Tren de Aragua, es lo que fue ayer el Cartel de Medellín, o la banda de Al Capone, una banda más. Nos preguntamos hasta qué punto el impacto de esa organización criminal, a nivel regional, no es más que la nueva excusa para atacar al migrante. En Norteamérica candidatos han hablado de los “malos genes” y del migrante que cruza para matar y violar; eso ya lo hicieron en el sur.
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