La búsqueda para permanecer
Ana María Arévalo Gosen ejerce el fotoperiodismo para trabajar temas sobre los derechos humanos
CAROLINA JAIMES BRANGER
Especial para El Universal
En 2018 ganó dos importantes asignaciones por su trabajo de fotoperiodismo: una del Women Photograph en alianza con Nikon, otra del Pulitzer Center On Crisis Reporting por su trabajo en las cárceles de mujeres en Venezuela. Esta Licenciada en Ciencias Políticas, egresada también de la École Supérieure de Photographie de Toulouse, en Francia, combina sus pasiones por la justicia, la política, la fotografía y la música de manera magistral. Con sólo 30 años se ha hecho de un sitial en el competidísimo mundo de la fotografía por sus trabajos que comenzaron en 2011, cuando documentó gráficamente la vida de una familia de gitanos en Toulouse.
-¿Qué te trajo de regreso de Europa? No es usual que una joven regrese a Venezuela para meterse a retratar el horror que son las cárceles venezolanas.
-Regresé a mi país después de que me formé como fotoperiodista y politóloga para trabajar sobre temas de derechos humanos. Me sentía lista y preparada para poder indagar y documentar este tipo de temas, como los de la situación de las cárceles de mujeres, en un país donde la libertad de expresión y el trabajo de fotoperiodista no es el más fácil de realizar, sobre todo siendo mujer. En el 2009 me fui de Venezuela divorciada de la idea de volver, pero tenía 20 años. Fue un proceso lento, como si mis raíces me llamaran de nuevo, un reencuentro con mi identidad mezclado con la idea de poder entender la realidad complejísima del país al documentar algunos de los muchos problemas que afrontamos los venezolanos.
La situación de las cárceles y centros de detención preventiva de mujeres en Venezuela es una realidad realmente dolorosa para las privadas de libertad y sus familias: son centros donde no reciben ayuda médica, comida, agua potable o espacio. Muchas de ellas son madres o hijas, menores de edad, toxicómanas, con problemas psicológicos, algunas están embarazadas y son de muy bajos recursos, viven todas mezcladas en espacios muy reducidos. La mayoría de las mujeres que entrevisté no han sido juzgadas, por lo cual habría que tratarlas como inocentes. Cuando entendí cómo era la situación de estas mujeres y lo poco representadas a nivel fotoperiodístico que han sido, solo pude hacer lo que cualquier otro colega hubiera hecho: documentar sus realidades, escuchar sus historias, pasar tanto tiempo posible con ellas hasta que casi desaparezco de la escena, intentar ganar su confianza bajo el ojo del respeto, mostrándoles quien soy en realidad también, así como ellas me cuentan sus historias, yo también comparto las mías. Una vez les canté canciones o les hablé en francés. Sólo en ese momento, el de confianza y cierto compañerismo, saco la cámara para fotografiarlas.
-¿Encontraste en esas cárceles algo que haya cambiado tu vida? ¿Hay un antes y un después de Ana María con este trabajo?
-Las mujeres en estas cárceles venezolanas se encuentran bajo situaciones en las que muchas de ellas nunca pensaron estar. Viven hacinadas en lugares muy pequeños que no están adaptados para albergar a privados de libertad. Por ejemplo, el centro de detención preventiva de mujeres de Poli Valencia era la oficina de investigaciones de la policía de Valencia, y ahora es el “calabozo” de unas 10 mujeres. Ellas logran adaptarse a estas situaciones, hacen familia dentro como compañeras de celda. Muchas de ellas son abandonadas por sus familias, pero ninguna muere de hambre, todas comparten comida y agua. Duermen compartiendo colchonetas. En un calabozo en Caracas -que es el cuarto donde está el tanque de agua para los otros 200 presos y el antiguo cuarto donde se hacían las visitas conyugales- las mujeres quieren escribir un libro sobre la experiencia de ser una privada de libertad. El libro incluye capítulos sobre cómo moverse en sitios diminutos o cómo celebrar en tiempos de incertitud absoluta. Cómo afrontar la despedida de la que sale en libertad, que ellas ven como un sentimiento entre tristeza y felicidad. Ellas se envían cartas de un calabozo a otro. Hay que ser muy valiente para ser una privada de libertad en Venezuela, sobre todo psicológicamente. Estas mujeres tienen que hacer sus necesidades en frente de las otras, pierden la dignidad y la vergüenza, se bañan con tobos de agua en un baño improvisado por la policía. En las familias de estas mujeres se ve también mucho coraje, pues ellos tienen que ser muy fuertes y consecuentes: si no les traen comida a sus familiares bajo las rejas, ellas pueden morir de hambre.
Aprendí que los seres humanos podemos aguantar casi cualquier situación y que ellas son sobrevivientes. El sistema de justicia venezolano no funciona a su favor, pero ellas nunca pierden la esperanza. Todos merecemos la oportunidad de cambiar y ser perdonados, en el caso de ellas, por los demás y por ellas mismas. Puedo decir también que, mientras el sistema penitenciario de Venezuela no cambie, no cambiarán las personas que han cometido el error de infringir la ley y han cometido un crimen, y que al no cambiar para reinsertarse en la sociedad debidamente, todos perdemos.
De la serie Días eternos FOTOS ANA MARÍA ARÉVALO
-¿Cómo sientes la fotografía? ¿Es un arte, una forma de comunicarse, de denunciar o todas a la vez?
-La fotografía para mí es el medio que me deja meter el ojo dentro de sitios donde no podría haberlo hecho de otro modo, de acercarme a otros y llegar a tener una cierta intimidad con ellos. Es una excusa para curiosear, para comunicarme con desconocidos, para entender las emociones de las sociedades y de los seres humanos, para explorarme a mí misma a través de la cámara y ser creativa. A veces me funciona como una terapia, como las fotografías que le hice a mi esposo cuando pasó por el proceso de luchar contra el cáncer. Fotografié ese periodo de nuestras vidas en un principio porque para mí era importante tener ese registro como parte de nuestra historia, pero, después de haber tomado las fotografías entendí que se podía hacer mucho más: pueden ser una muestra para que los hombres tomen consciencia de la importancia de hacerse chequeos regulares, también de la fuerza que puede tener un ser humano al enfrentarse con la muerte y escoger vivir al máximo y también del amor que le tengo a mi esposo.
En su punto más impactante, es una herramienta de recuerdo y de memoria, una fotografía es un marco de tiempo que abarca menos de un segundo, es casi un acto accidental, pero que puede llevar con ella la representación – y por lo tanto la gran responsabilidad – de un conflicto en particular o de una expresión que muestra la condición del ser humano. Hay fotografías que han influenciado cambios en la historia o en la consciencia del ser humano.
-¿Cómo ha cambiado tu sentido de la justicia?
-Haber visto el sufrimiento de estas mujeres no ha cambiado mi sentido de la justicia. La justicia debe ser para todos igual, el deber ser de un sistema de gobierno funcional es simple: si cometes un crimen, debes ser investigado, llevado a juicio y al ser culpable, pagar una pena. Con estas fotografías lo que quisiera es crear una interrogante al espectador, aquel que no entiende cómo funciona la noción de justicia en Venezuela: ¿cambia en ellos el sentido de la justicia? ¿Se sensibilizan con estas mujeres al ver las fotos? ¿Qué podríamos hacer nosotros como venezolanos para cambiar esta situación?
-¿Cuáles han sido los comentarios que has recibido en Europa?
-En Europa, Estados Unidos o en Venezuela he visto el estremecimiento que producen estas imágenes. Hay siempre un cuestionamiento sobre porque no se había hecho antes.
Serie Gitanos de Toulouse FOTO ANA MARÍA ARÉVALO
-¿Cuáles son tus planes para el futuro inmediato?
-Espero poder seguir trabajando sobre temas de derechos humanos -sobre todo de mujeres en Venezuela- y llevar mi trabajo de “Días eternos” a muchos lugares del planeta.
-¿Qué te inspira?
-¡Uf! Es que además de fotoperiodismo hago música, entonces mi corazón se llena de inspiración para hacer las dos cosas, y mucho. Me inspiran los ojos llenos de esperanza, las expresiones de resiliencia en mi país, de los que luchan, las personas que patean calle para llevar el pan a la mesa. Me inspira el anhelo de escuchar las risas de mis amigos, el irme para regresar, el abrazo que me da la luz del Caribe, las luciérnagas caraqueñas, las flores de Yaracuy, el gesto amable del que te ayuda y conversa sin miedo, sino con ganas de conectar. Me inspiran los trabajos de mis colegas fotoperiodistas en Venezuela, donde este trabajo es duro de hacer, casi un sacrificio querido. Me inspira mucho la mirada del venezolano que te reconoce fuera del país inmediatamente, de aquellos que se fueron para formar un futuro afuera y de los que se quedaron para luchar desde adentro, a los que no les da la gana de soltar el país. Me inspiran los seres humanos fuertes y que se gozan la vida, venga como venga, los que se ríen de las adversidades, los que caen y se levantan.
Serie Hamburg Calle FOTO ANA MARÍA ARÉVALO
Hace poco conocí a través de un amigo mío, Carlos David, a sus tías: son dos mujeres ciegas que viven en los Teques y tienen una guardería de niños desde hace 20 años. Los padres dejan a sus niños en la mañana en la casa para ser atendidos por estas dos señoras. Ellas “entre luces y sombras”, les cocinan, les enseñan a rezar, hacen tareas dirigidas, juegan y educan a estos niños a entender que hay personas que tienen discapacidades, más no por eso son menos capacitadas. Ellas están negadas a irse del país y esta guardería es su misión, ellas me cuentan que hay que empezar a reeducar a los jóvenes, muchos de ellos vienen de hogares humildes o de padres abusivos, y cuando llegan a la guardería ellas los escuchan, los atienden con amor y mucha paciencia. Son dos mujeres, como muchas que hay en Venezuela, que me llenan el corazón de inspiración.
Serie Crashing into you-a love poem FOTO ANA MARÍA ARÉVALO
-¿Qué significa Venezuela para Ana María?
-Te amo, te odio.
Te necesito, aunque a veces de lejos.
Si me acerco veo el filo de tus dientes, me acerco más, quiero besarte, y después patearte.
Bendecirte y maldecirte muchas veces al día, a veces al mismo tiempo.
Dentro de ti moran miles de historias, quiero conocerlas todas, las que huelen a hueso y las que deshuesan el alma, las que te cambian la cara, llenan de furia; las otras, que son suerte y se agradece, del que resiste.
A veces son las mismas.
Mis raíces crecen gordas en ti, y también me entierro, saco fuerza, respiro hondo, las arranco y me las llevo lejos.
No puedo vivir en ti, pero me muero por tenerte.
Pero yo siempre quiero volver.
Serie Neon Lights FOTO ANA MARÍA ARÉVALO
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