Aquel 23 de enero (1958)
Manuel Felipe Sierra
La dirigencia de los partidos políticos permanecía en el exilio o en las sombras. Después de años de paz dictatorial el debate político era un tema para soñadores trasnochados. ¿Podía el asunto de la sucesión presidencial consagrado en el artículo 104 de la Constitución despertar el interés colectivo? En el país de entonces la mayor exigencia era el trabajo, el ascenso personal y la construcción de una nación que masajeaba el orgullo patriótico. Era natural que Pérez Jiménez le atribuyera escasa importancia a la sucesión. De haberle interesado tenía tiempo suficiente para crear las condiciones, que sin mayores traumas, le permitiera su continuidad en el poder.
¿Existían organizaciones capaces de convertirse en su contraparte? ¿Qué oferta podía ser electoralmente más tentadora que la de un régimen cuyas obras materiales se tenían como ejemplo en el mundo entero? ¿Con censura de prensa y el miedo sembrado por la Seguridad Nacional existían espacios para una fuerza opositora? ¿Si en aquellos días las encuestas se hubiesen utilizado como instrumentos válidos para las tendencias de la opinión, quién duda que estas habrían sido favorables al régimen?
El desenlace. Pasaban los meses y el tema era diferido en la agenda de Miraflores. Solo el 4 de noviembre se presentó al Congreso Nacional un proyecto que contemplaba el mecanismo del plebiscito. La fórmula bonapartista se ejecutaría en solo mes y medio (el 15 de diciembre fue fijado para la consulta), para obviar de esta manera la complejidad de un proceso electoral. ¿Dónde estaba y quién representaba a los sectores opositores?
En el subsuelo de la nación, sin medios de comunicación, sin mítines, marchas ni la promoción de liderazgos, en el más absoluto secreto se fueron activando fuerzas a favor de un cambio, que estimulaba la opción democrática frente a la prolongación de la dictadura. Ese y no otro era el dilema. A lo largo de ese año fueron rodando en cascada diversos hechos que confluían en un objetivo común: el derrocamiento de la dictadura. Los "dirigentes históricos" en el exilio definieron líneas unitarias; la Iglesia se abrió a la crítica social; se constituyó la Junta Patriótica; el movimiento estudiantil liceísta y luego el universitario, se convirtieron en vanguardias de luchas; sectores empresariales expresaban su descontento; jóvenes oficiales se planteaban acciones subversivas y oficiales del propio entorno presidencial se oponían al continuismo. Al mismo tiempo, se multiplicaban las detenciones de dirigentes y militantes sospechosos de los partidos clandestinos; mientras las calles de las ciudades eran cubiertas por volantes que llamaban a la rebelión. Sin embargo, más allá de la Junta Patriótica no existía coordinación alguna entre los grupos y factores que protagonizaban la rebeldía.
Los días finales
El 15 de diciembre se realizó el plebiscito, que fue una grotesca burla a la conciencia del país, pero cuyos resultados permitieron la reelección de Pérez Jiménez y su proclamación 5 días después como Presidente Constitucional de la República. Las organizaciones que se habían activado meses antes en procura de un cambio se sumieron nuevamente en el desánimo y privó entonces un clima de impotencia y derrota.
La noche del 31 de diciembre Pérez Jiménez brindó nuevamente en Miraflores en una fastuosa celebración con las "fuerzas vivas"; contemplaba y acariciaba 2.500 millones de bolívares para profundizar construcciones faraónicas. Horas después dos cazavampiros despertaron Caracas y dejaron caer bombas sobre el palacio presidencial. A los 23 días, como resultado de un mes de intensa conflictividad política y social, Pérez Jiménez nervioso abandonó el país. ¿Cómo se produjo ese milagro histórico? Los milagros suelen no tener explicaciones consistentes pero en el caso de la caída de Pérez Jiménez es demasiado claro que esta fue el producto de una conjunción de circunstancias y factores. ¿Y por qué fue posible la confluencia de éstas? Simplemente, porque la unidad se facilita y es más eficaz cuando se plantea en torno a un solo objetivo. En aquellos días el propósito final estaba claro: acabar con el perezjimenismo. Y así ocurrió la madrugada del 23 de enero de 1958, hace 61 años.
El efecto Guaidó
En dos semanas como presidente de la Asamblea Nacional, el diputado Juan Guaidó ha logrado lo que muchos líderes opositores no pudieron coronar en años, para convertirse en referencia de amplios sectores sociales y no solo de las dirigencias partidistas. Con abstracción del tema de la insubordinación presidencial de Maduro y, en consecuencia, de un vacío de poder (que si bien es asumido como tema por factores críticos importantes) también ha marcado distancia con dirigentes de incuestionable audiencia como Eduardo Fernández y Claudio Fermín, quienes valoran lo que ocurre como un nuevo camino para la acumulación de fuerzas como solución a la crisis. Sin duda la presencia del nuevo jefe parlamentario en los cabildos abiertos y medios de comunicación en todo el país ha despertado interés en espacios sociales afectados por las insufribles consecuencias de la crisis económica y social, todo lo cual está perfilando en Guaidó una figura nueva, con un discurso sensato y con indudable capacidad de comunicación. Ello configura la aparición de un nuevo liderazgo político que venía siendo reclamado por quienes han enfrentado al proyecto chavista-madurista desde hace veinte años y que apuestan por una salida apuntalada en la voluntad popular y no como producto de la aventura golpista ni la locura de la intervención extranjera.
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