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Antipolítica: La política por otras formas

En realidad, rebelarse o abstenerse puede ser acertado o desacertado, depende de las circunstancias. Pero muchos consideran que estos movimientos voluntaristas entran en esa categoría.

  • Diario El Universal

08/07/2018 11:00 am

Por Leopoldo Puchi

El rasgo característico de la antipolítica, indistintamente de posiciones programáticas o ideológicas, es el rechazo de las formas de organización del sistema político en una determinada coyuntura, la impugnación de la élite dirigente, la crítica de los partidos que están en la cima y el cuestionamiento de las formas en que transcurre la vida política.

En el marco de esas premisas, el término antipolítica es utilizado para designar diferentes realidades, por lo que hay que hacer una distinción entre los diversos fenómenos a los que remite.

Está, por supuesto, el significado que refiere al rechazo de la actividad política misma, que parte del malestar que se genera cuando en el ejercicio de esta función se colocan los intereses personales o partidistas por encima del bien colectivo.

En esta dimensión, el apoliticismo se convierte en actitud contraria a la política, pero se nutre de ella y la reproduce como un espejo, con el propósito de ejercer la misma función, sin confesarlo.

Pero habría que señalar que también se utiliza la denominación de antipolítica para aludir a los momentos históricos en los que fuerzas emergentes pugnan por abrirse un espacio propio y erigirse como formaciones constitutivas de un nuevo orden institucional, que sustituye al anterior. “Nuevos hombres, nuevos procedimientos, nuevos ideales”, como proclamaba Cipriano Castro para 1899, en la Revolución Liberal Restauradora.

Relaciones de poder

Igualmente, se hace uso del término antipolítica para señalar prácticas que se salen del marco de la política sana, entendida esta únicamente como un espacio en el que las contradicciones son encausadas por medio de las instituciones, el sufragio, la tolerancia, es decir, al interior de las nociones que definen las democracias liberales.

En este sentido, estrategias como las rebeliones, desobediencia civil, insurgencias, golpes de Estado son consideradas como distintas a “hacer política”, puesto que a esta se le concebiría solamente como instrumento para alcanzar acuerdos y entendimientos.

Sin embargo, el espacio de la política, que implica relaciones de poder entre los individuos y sectores sociales integrantes de una colectividad, es mucho más vasto. Incluye la corrección civilizada que busca la convivencia idílica, pero a la vez comprende el enfrentamiento feroz, implacable, que puede llegar hasta la guerra.

Entre un extremo y otro, se encuentra una inmensa gama en la que se ejerce la política. Una de sus variantes es la antipolítica, es decir, la política por otros medios y bajo otras formas.

A veces es disimulo, máscara, pero en otras ocasiones es irrupción renovadora e impulso ineludible. No tiene sentido estigmatizarla, como tampoco exaltarla.

Más bien, hay que apreciar su significado en cada momento y observar los intereses que expresa en cada coyuntura.

Apoliticismo

"…Durante casi medio siglo vivimos en el infierno en nuestro país por las disputas entre políticos profesionales… Finalmente estamos arruinados ¿Qué más quieren de nosotros los autores de todos nuestros males?… Solo necesitamos ser administrados, y por lo tanto necesitamos administradores, no políticos. Necesitamos un buen contador que asuma el cargo el 1 de enero y se vaya el 31 de diciembre, y que no pueda ser reelegido por ningún motivo".

Quien así habla es Guglielmo Giannini (1891-1960), principal exponente de la antipolítica en la Italia de la posguerra, creador del qualunquismo (1944), que expresaba un rechazo radical de la política partidista.

Una versión venezolana de las críticas del partidismo, aunque más moderada que el qualunquismo, ha sido la política del apoliticismo, que encontró sustento en las deformaciones del sistema de partidos constituido a raíz del 23 de enero, acusado de representar tan solo intereses parciales: el de los sectores sociales populares que les brindaban el voto y el de los propios miembros de las organizaciones, gremios y sindicatos.

Por lo general, el centro del ataque era el partido Acción Democrática, soporte de la armazón del sistema, pero incluía a las otras organizaciones como URD, Copei y, más tarde, al MAS.

El "independiente

"Yo soy apolítico" era una expresión frecuente entre las clases medias en los años de la emergente democracia de los años sesenta. No por casualidad las directivas de los partidos que luego firmarían el pacto de Puntofijo pasaron meses enteros durante el año 1958 en la búsqueda de un independiente para lanzarlo como candidato unitario.

¿La razón? En ciertos círculos de la época no era valorada de forma favorable la adscripción a un partido, cualquiera que fuese, por lo que la figura de un independiente brindaba la confianza de quien supuestamente se colocaría por encima de los intereses parciales.

Fue a solo pocas semanas antes de las elecciones de diciembre de 1958 cuando se descartan las candidaturas independientes de Francisco de Venanzi y de Rafael Pizani, largamente estudiadas por los partidos AD, URD y Copei, aunque la opción del contralmirante Wolfang Larrazabal se mantuvo.



El corto ejercicio democrático de 1945-1948 había dejado una mácula impregnada de sectarismos y parcialidades, frente a la cual el gobierno militar se había presentado como una contraposición apolítica, encarnación del interés nacional a través de una institución, precisamente apolítica.

A esta circunstancia se le vino a sumar un componente social que también le serviría de base: la inmigración de posguerra que nutrió las emergentes capas medias urbanas venezolanas y que no quería escuchar nada o muy poco de la política. De modo que la euforia del 23 de enero solapó los valores de la anti política que permanecieron allí, latentes.

Antipolítica 1963-1968

En el surco del cuestionamiento al sistema de partidos dominante se crea en 1963 una plataforma política que postula a la presidencia de la República, como candidato del Comité Independiente Pro Frente Nacional (CIPFN), al doctor Arturo Uslar Pietri, una inminencia intelectual ampliamente respetada, de pensamiento liberal y adversario histórico de lo que estimaba políticas populistas, mediocres y clientelares.

Un valor esencial de su opción electoral, y así lo pregonaba la propaganda electoral, era su condición de independiente. La otra vertiente del cuestionamiento del establishment ha sido el supuesto apoliticismo de los militares, considerados en una parte del subconsciente colectivo como una alternativa siempre a la mano o disponible frente al fracaso de los partidos. 

Sobre esa ilusión de “un administrador que administre” sin representar intereses sociales, y en repuesta a los primeros signos de corrupción y deterioro de la imagen de los políticos, se produce en 1968 el aluvión de la Cruzada Cívica Nacionalista que arrasa en Caracas y elige como senador a Marcos Pérez Jiménez.

Un remolino político desde la anti política, que solo pudo ser contenido con el cambio arbitrario de la Constitución y engrasando las manos de varios de los diputados electos.

La meritocracia

“Yo llegué a ser número uno por mis méritos, no por un carné”. Con esta frase el más afamado animador de la televisión venezolana, Renny Ottolina, no solo describe su propia trayectoria de vida sino que además resume todo un programa político.

Para 1977, cuando decide incursionar en las elecciones, ya se había consolidado en extremo el mecanismo de la vinculación partidista como única vía para tener incidencia en el acontecer social. Al mismo tiempo, los crecientes ingresos petroleros se escapaban por esos mismos circuitos de influencias y clientelas.



Ottolina levanta la bandera del mérito, la aptitud, el esfuerzo como mensaje antipolítico frente el modelo imperante de la llamada partidocracia.

Un poco más adelante sería el turno de Jorge Olavarría, brillante polemista, de verbo mordaz y expresión vehemente, quien desde la revista Resumen y sus presentaciones en televisión emprende una cruzada contra la corrupción administrativa, los intereses creados y la incompetencia de la clase política en el poder, lo que lo lleva a buscar la tribuna parlamentaria y optar por la candidatura presidencial para darle resonancia al cuestionamiento del mundo político establecido, al sistema de partidos y a la clase política.

Estado omnipotente

Quien sí fue todavía más lejos en el cuestionamiento del mundo político fue Marcel Granier, director de Radio Caracas Televisión.

En 1984 publica La generación de relevo vs el Estado omnipotente, libro en el que encara no solo las desviaciones de la dirigencia política o la disfuncionalidad de los partidos sino que apunta a la estructura global del Estado venezolano al que considera depredador y voraz, que ha dispuesto de las riquezas del país y se ha apoderado de ellas, lo que habría tenido como consecuencia una sociedad civil asfixiada por el tejido avasallador de poderes públicos, gremios, partidos y sindicatos. 

Los planteamientos de Granier son impulsados desde el Grupo Roraima que reúne a los seguidores que luego confluirían en el abanico de “los Notables”. Algún tiempo más tarde la antipolítica retomaría el rostro de la meritocracia al enfrentar la nueva institucionalidad creada por el proceso constituyente de 1999.

El nuevo orden constituido sería esta vez retado desde la sociedad civil, medios de comunicación y la gerencia de Pdvsa agrupada en Gente de Petróleo durante el turbulento 2002.



Antipolítica y renovación

No siempre se enfrenta el orden establecido como un simple ejercicio de impugnación. En numerosas ocasiones la contestación de instituciones y organizaciones políticas es portadora de proyectos de renovación de mayor calado, aunque reúna los rasgos de la antipolitica en los momentos iniciales.

Es el caso de Acción Democrática, cuando da sus primeros pasos en los años 40, del Movimiento Al Socialismo en 1972 y de Hugo Chávez en un largo trayecto de su vida política. Aunque cada uno, con posiciones políticas diferentes.

Cierto, AD asume la política a plenitud y la considera como un quehacer virtuoso. Sin embargo, se sitúa en 1941 al exterior del sistema vigente en aquel entonces, impugna sus instituciones, recusa a los hombres que las dirigen, denuncia la corrupción y aspira arrasar con el ancien régime.

Es tan antagónico su enfrentamiento con la política existente y sus formas de organización que recurre a la alianza con una organización creada en el seno del ejército, la Unión Patriótica Militar, para derrocar a Medina Angarita.

Al triunfar en octubre de 1945 se da inicio a un proceso constituyente de nuevas instituciones de carácter democrático y contenido popular y se aprueba un nuevo texto constitucional.

Con el MAS en 1972 se comienzan a utilizar con más frecuencia términos críticos de connotación satírica como el de “politiquero” y “sindicalero” en abierta contraposición a las formas de hacer política tradicionales.

Se crean ingeniosas formas de propaganda antisistema que cuestionan el oportunismo y se denuncia el stablishment y las clases dirigentes.

Simultáneamente, se inicia la creación de La Causa R, de marcado carácter contestatario de la corrupción sindical y sus estructuras burocráticas.

Hugo Chávez, por su parte, emprende desde mediados de la década de los 80 en el seno de la propia Fuerza Armada una intensa actividad política de contestación del sistema vigente de aquel entonces que, al igual a los casos señalados, puede encajar en una de las acepciones del término antipolítica, por su implacable crítica de la clase política y de los partidos oficiales.



Al interior de la institución militar se organiza el MBR-200, que se nutre de la decepción con las formas de conducir al país. El intento de derrocamiento de Carlos Andrés Pérez catapulta a Chávez en 1992.

Ya para entonces el sistema político había entrado en crisis, el liderazgo de las élites se había desplomado y la desconfianza en el sistema se había generalizado, lo que le permite acceder al poder en las presidenciales de 1998 y dar inicio a la constitución de un nuevo sistema, proceso en el que se aprueba una nueva Constitución y en el que emergieron también otros actores políticos en un momento asociados a la antipolítica, como la Fundación Primero Justicia.

Abstención y rebelión

En realidad, rebelarse o abstenerse puede ser acertado o desacertado, depende de la de las circunstancias. Pero en una de las acepciones más utilizada de la antipolítica se considera que estos movimientos voluntaristas entran en esa categoría.

De modo que decisiones estratégicas como el golpe del 11 de abril, la abstención de 2015 y el llamado reciente a no concurrir a las presidenciales del 20 de mayo serían catalogadas como acciones de la antipolítica.

Igualmente entraría en esta clasificación la actuación de “los Notables” adelantada entre 1990 y 1993, que explotó el malestar social causado por el programa de ajustes de macroeconómico y denunció la descomposición de la élite dirigente, lo que contribuyó a la realización del proceso judicial que condujo a la eyección del poder de Carlos Andrés Pérez.    



ONG, Iglesia, redes 2.0

Al desmoronarse en el transcurso de los años 90 la capacidad de liderazgo de partidos, sindicatos, gremios y servicios sociales de ministerios que encuadraban, representaban y canalizaban las distintas demandas y sectores sociales, irrumpieron en el espacio del ejercicio directo de la política otros aparatos de Estado y organizaciones de la sociedad civil a los que le corresponde normalmente cumplir otras funciones en la sociedad: los militares, la Iglesia, las Organizaciones No Gubernamentales, los medios de comunicación y, más recientemente, las redes sociales.

Una anomalía que es considerada en sí misma como antipolítica, al sustituir con otros actores el papel propio del personal político. De este modo, durante un tiempo las funciones específicas partidistas fueron suplidas por otros actores: la elaboración de tácticas y estrategias de los comités ejecutivos nacionales, por los gerentes o propietarios de medios, agencias encuestadoras y la directiva eclesiástica; la vocería, por anclas y entrevistadores; las secretarias de formación partidistas, las de asuntos electorales y políticas sectoriales pasaron a las ONG, y la actividad de propaganda quedó en manos de empresas publicitarias.

Adicionalmente, la “política no política” ha encontrado en las redes sociales, Instagram, Twitter o Facebook, un extenso lugar de expresión que, según el filósofo alemán Rüdiger Safranski, es utilizado de forma desenfrenada como herramienta “de tiranía populista” contra las instituciones tradicionales. Son “los guerreros del teclado”, capaces de erosionar en tiempo récord prestigios construidos en la actividad política y de imponer estrategias, discursos y símbolos.

Por otra parte, el desplazamiento de la polarización interna hacia el cuadrilátero internacional ha ido acompañado por el eclipse del liderazgo de oposición, de manera que los espacios de los medios reservados para el contrapunteo Gobierno-oposición son frecuentemente colmados por la vocería de Marco Rubio o Luis Almagro. Incluso, en las recientes elecciones Felipe González llegó a calificar a uno de los candidatos, Henri Falcón, de ser un taparrabos. Ciertamente, una novedosa versión de la antipolítica, esta de Don Felipe.


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