El 75º Aniversario de la Victoria en la Gran Guerra Patria (1941-1945)
El corto período entre la primera y la segunda guerras mundiales se conoce como “la entreguerra”, idea que se transmite de que ambas contiendas se interpretan de dos etapas de un solo Plan geopolítico
Sergey Mélik-Bagdasárov
Embajador de Rusia en Venezuela
Embajador de Rusia en Venezuela
En la etapa actual y ante crecientes intentos de falsificar los acontecimientos en torno a esta guerra, adulterando el legado de paz para las generaciones venideras, nos toca defender la verdad, la sagrada memoria y el honor de aquellos héroes que ofrendaron sus vidas para que hechos similares no volvieran a ocurrir nunca en ninguna parte del mundo.
El corto período entre la primera y la segunda guerras mundiales se conoce como “la entreguerra” con lo cual se transmite la idea de que ambas contiendas pueden interpretarse como dos etapas de un solo Plan geopolítico, cuyo objetivo final era recomponer el mundo a favor de ciertos grupos de intereses económicos y financieros. Desde la altura de nuestros días se ve con claridad el designio de enfrentar entre si a Alemania y Rusia, países que lograron recuperar su poderío y emprender un impetuoso desarrollo económico y militar, muy peligroso para la élite global que buscaba un predominio absoluto.
Muchos historiadores sostienen que desde el punto de vista práctico la Segunda Guerra Mundial empezó el 30 de septiembre de 1938, cuando el Reino Unido y Francia, tras aceptar, con fines de apaciguamiento, la anexión por Alemania de Austria, optaron por ceder a su hambriento socio germano una víctima más – el joven Estado checoslovaco. Otro país europeo – Polonia – se aprovechó de esta conquista nazi y se anexó la región checa de Teshin. Fue también Polonia la que se negó a permitir el paso de las tropas soviéticas por su territorio para prestar ayuda a Checoslovaquia.
Estos detalles son importantes para poder apreciar el ambiente político europeo y comprender las razones de Moscú cuando decidió firmar el Pacto de No Agresión con Alemania, en 1939, y con base en el llamado Tratado Molotov-Ribbentrop ocupar varias regiones que, en aquel momento, poseía el Estado polaco.
Semejantes tratados de no agresión ya se habían firmado por Berlín con Inglaterra, Francia y muchos otros países de Europa. Al mismo tiempo, se dilataba intencionadamente la suscripción del Acuerdo de amistad y ayuda mutua de estos países con la Unión Soviética. El Gobierno de la URSS veía con claridad estas maniobras diplomáticas que pretendían dejar a Moscú a solas con el agresor, y decidió tomar sus propias contramedidas. En cuanto a la “anexión de territorios polacos”: la URSS no hizo más que recuperar las tierras que Warsovia había usurpado a raíz de la Primera Guerra Mundial, aprovechándose del descalabro del Imperio Ruso.
El período del 1939 al 1941 merece, por lo menos, una breve mención para poder analizar el contexto político en que se produjo la invasión alemana contra la URSS, el día 22 de junio de 1941, cuando para el pueblo soviético empezaba la Gran Guerra Patria.
La primera etapa de la Segunda Guerra Mundial, que oficialmente inició el 3 de septiembre de 1939, es denominada por los analistas internacionales como “guerra extraña” o “guerra ficticia”, ya que los países europeos prácticamente no opusieron resistencia al avance de las tropas alemanas. Más tarde, cuando a partir del 10 de mayo de 1940, los nazis envalentonados acrecentaron el ímpetu militar, el cuerpo expedicionario británico les dio la espalda, se retiró de sus posiciones y regresó por mar a su país isleño sin dar batalla. De modo que la ocupación de Europa culminó en un corto período de 44 días.
El potencial industrial y laboral de los países europeos estaba listo para ser utilizado plenamente por el monstruo hitleriano contra nuestro país. Como parte integrante de los efectivos de las tropas alemanas combatieron en el Frente Oriental soldados y oficiales de casi todas las Naciones del Viejo Continente. Ello permite decir que nuestra patria tuvo que enfrentar una fuerza descomunal, oponiéndose prácticamente a toda una Europa integrada, avasallada y militarizada.
En la madrugada del domingo 22 de junio de 1941, de forma alevosa, sin previo aviso ni declaración de guerra, el ejército invasor atacó el territorio de la URSS desde el Mar Negro hasta el Mar Báltico. La hueste enemiga contaba con 8 millones de efectivos agrupados en 190 divisiones, más de 4 mil tanques, 47 mil piezas de artillería, 5 mil aviones y 200 buques de guerra. En el extremo oriental de nuestro vasto país, el Japón militarista, que ya se apoderó de una gran parte de China, blandía las armas amenazando agredirnos desde el Pacífico.
El inicio de la campaña de 1941, cuando la agrupación “Centro” del Wermacht se enfiló directamente hacia Moscú, fue desastroso para el Ejército Rojo. Ya en otoño de aquel año, los ciudadanos soviéticos muertos, heridos y hechos prisioneros sumaban varios millones. El enemigo se acercaba a la capital y sus generales se preparaban a montar un grandioso desfile en la Plaza Roja, al lado del Kremlin. Sin embargo, el enemigo, superior en fuerza y equipamiento, sufrió su primera derrota en las cercanías de Moscú y fue arrojado lejos de la capital. La cacareada “guerra relámpago”, la famosa blitzkrieg, fracasó como también se hundió el mito de la invencibilidad del ejército alemán.
Nuestro país demostró que no era un “coloso con pies de barro” como lo tildó la propaganda fascista. La bestialidad feroz con que el invasor trató a la población civil en zonas de ocupación no logró intimidar al pueblo, al contrario, provocó una mayor resistencia y abnegación. Los destacamentos guerrilleros y los grupos clandestinos que iban surgiendo en la retaguardia enemiga se convertían para el invasor en una pesadilla horrorosa.
Un hecho que desmiente la versión de que el Gobierno soviético fue cogido desprevenido por el ataque alemán consiste en la brillante operación, sin parangón histórico, que se llevó a cabo desde los primeros instantes de la guerra, al ser evacuadas, de forma rápida y bien organizada, casi todas las industrias de la región occidental hacia zonas internas (los Urales y Siberia). Los equipos llegaban directo a su lugar de destino donde había la infraestructura necesaria, previamente preparada, y el personal calificado. Se tardó un par de semanas para que las nuevas empresas empezaran a producir una amplia gama de insumos militares y no militares que requerían las Fuerzas Armadas. Gracias al trabajo heróico y abnegado de nuestras mujeres, ancianos y adolescentes en la industria y agricultura, las tropas patrias estaban bien abastecidas.
En los años que duró la guerra la industria soviética creció y se perfeccionó técnicamente. Nuestros aviones, tanques, nuestra artillería no cedían y en muchos casos superaban sus análogos del armamento alemán producido en las mejores industrias europeas. Basta recordar las famosas “KATIUSHAS” cuyo poder coheteril era tan temido por el adversario. En total, durante los años de la guerra fueron construidas 3500 nuevas plantas y fábricas y otras 7500 fueron reconstruidas y modernizadas. Un papel importante en esta labor pertenece al programa, llamado lendlease, según el cual los Estados Unidos, asistidos por Inglaterra, suministraban durante la guerra a la URSS materias primas, insumos industriales, máquinas herramientas y alimentos por los cuales se les pagaba con oro de las arcas de nuestro país. Fue una ayuda valiosa de los aliados que llegaba a un 8% del PIB de la Nación soviética.
Mientras tanto, el enemigo seguía avanzando en múltiples direcciones, apoderándose de enormes territorios y acomodándose cada vez más a las condiciones geográficas y climáticas del teatro de operaciones. El plan inmediato del Cuartel hitleriano en 1942 consistía en llegar a las fuentes de hidrocarburos para lo cual le era imprescindible tomar en sus manos la ciudad de Stalingrado y desde esta base irrumpir en las zonas petrolíferas del Mar Caspio. Lo que ocurrió allí es bien conocido en el mundo. La dura batalla del 17 de julio de 1942 al 2 de febrero de 1943, en que participaron más de 2 millones de soldados, terminó con una derrota devastadora de los nazis.
El alto mando soviético aprendía rápido, nuestros oficiales y soldados defendían heróicamente cada palmo de su tierra. Como resultado, se logró cercar una agrupación de 330 mil soldados alemanes y hacer prisioneros unos 80 mil, junto con el mariscal de campo Fon Paulus. Las pérdidas del Ejército alemán en esta batalla histórica rebasaban las 800 mil personas. Fueron destruidos 2000 tanques y 10000 cañones. 3000 aviones fueron derribados. La victoria fue contundente marcando el punto de inflexión en toda la guerra, y así fue recibida en diferentes países donde se rindió el merecido tributo al soldado ruso. En la capital de Francia hay una plaza, una avenida y una estación de metro que llevan el nombre orgulloso de Stalingrado.
Punto culminante de la Gran Guerra Patria lo constituyó la famosa batalla de Kursk que duró del 5 de julio al 23 de agosto de 1943. Ahí se enfrentaron, de ambas partes, 4 millones de soldados, 13 mil tanques, 70 mil cañones y morteros, así como 12 mil aviones. El Ejército Rojo obtuvo tras esta carnicería una iniciativa militar que no soltó hasta el desenlace final en la capital alemana.
La ofensiva soviética en cercanías de Kursk, 1943
La mayor operación militar ofensiva de 1944 se realizó por las tropas de 4 Frentes del Ejército soviético en Bielorusia con el nombre de “Bagration”. En el curso de la misma fueron derrotadas 168 divisiones y 20 brigadas de las tropas enemigas.
Dicha operación fue acordada con los aliados occidentales. Nuestras tropas echaron al invasor fuera de las fronteras de la patria y empezaron la gran gesta de liberación de Europa. Ello obligó al mando hitleriano a sustraer 50 divisiones del Frente Occidental y pasarlas a Oriente con el fin de retener el avance del Ejército Rojo, lo cual favoreció la apertura del Segundo Frente por las potenciadas aliadas.
El Segundo Frente, según se había acordado por la URSS, EE.UU. y Gran Bretaña, debía abrirse en 1942. Se intentó lanzar un desembarco en el Norte de Francia, en agosto de aquel año, pero la operación fracasó. Seguían nuevas promesas que no se cumplían. Los círculos gobernantes británicos y norteamericanos demoraban la entrada de sus países a la guerra europea esperando que la URSS y Alemania agotaran mutuamente sus fuerzas. Preferían aparecer en escenario en la parte final del drama y someter a su dictado a las naciones extenuadas por la guerra.
Atendiendo a sus intereses coloniales los aliados acordaron, en vez de Europa, romper las hostilidades en el Norte de África. No cesaban las promesas de Churchill y Roosevelt de entrar en acción contra Alemania en el teatro europeo en primavera de 1943, mas otra vez, optaron por una “variante suave” e hicieron el desembarco en Sicilia y en el Sur de Italia donde casi no había resistencia. El verdadero Segundo Frente de las tropas aliadas se abrió solo en 1944, tres años después de la invasión alemana contra la URSS. Ello se hizo cuando ya no quedaban dudas sobre el desenlace de la guerra y cuando el Ejército Rojo, más vigoroso que nunca, se alistaba a cumplir la fase final de su misión libertadora, aplastando a la bestia fascista en su guarida. En Occidente se dieron cuenta de que toda la victoria en esta guerra sería para la URSS.
El 6 de junio de 1944 comenzó la denominada operación “Overlord”. El desembarco más grande en la historia humana, más de un millón de efectivos ingleses, norteamericanos y canadienses, apoyados por unidades del Comité de Liberación Nacional de Francia y varias unidades polacas del Gobierno en exilio, por fin se hizo efectivo. Fue en Normandía, Norte de Francia. El mando general de los tres Ejércitos desembarcados estaba a cargo del General Dwight Eisenhower, futuro presidente de EE.UU. El contingente aliado superaba tres veces las tropas alemanas opuestas. La mayor superioridad del Segundo Frente se destacaba en aviación donde se contó con una flota aérea 60 veces más numerosa que la del enemigo. Como ya se dijo, el Wermacht alemán no pudo reforzar sus capacidades en Occidente debido a una formidable ofensiva que había desplegado en aquel momento el Ejército Rojo en Bielorusia, cumpliendo fielmente su compromiso con los aliados.
La Unión Soviética y la Federación de Rusia nunca han subestimado la importancia del Segundo Frente y su aporte a nuestra Victoria común, por muy tardío que fuese. Los combatientes que lucharon en el Frente Occidental merecen nuestro profundo agradecimiento como héroes y como libertadores de Europa. Más no se puede olvidar que la parte más dura de esa prueba le tocó a nuestro país. La URSS fue obligada a emprender una lucha titánica contra el mejor ejército del mundo a lo largo de cuatro años, tres de ellos sin apoyo militar significativo. Para el momento de la apertura del Segundo Frente el enemigo ya estaba desangrado. Durante toda la guerra, hasta la capitulación definitiva del III Reich en Berlín, el frente soviético-alemán fue el decisivo. Basta decir que disponiendo de unas 50 divisiones motorizadas en Occidente, el Mando nazi concentró en el Frente Oriental contra la URSS 270 divisiones más fogueadas y apoyadas por la mayor parte de sus tanques y aviones.
Para el mes de septiembre de 1944, Francia quedaba completamente liberada de la ocupación. Luego los alemanes fueron expulsados de Bélgica y Holanda. Al mismo tiempo, el Ejército Soviético iba liberando los países del Este y Centro de Europa. Para dar una idea de lo encarnizadas que eran aquellas batallas basta decir que las bajas de nuestras tropas en Rumania fueron de 286 mil combatientes y en Hungría – 320 mil. La liberación de Polonia nos costó 600 mil muertos y más de un millón de heridos. La URSS liberó en esta gesta un total de 13 países europeos, salvando entre otros a su adversario ideológico. Cuando el Ejército Rojo emprendió la batalla final de cerco y toma de Berlin, las tropas aliadas apenas llegaban al río Rhin. En horas de la noche del 8 de mayo, los alemanes firmaban el Acta de capitulación incondicional en presencia de los representantes de todas las potencias vencedoras. Para poner el punto final en esta guerra todavía le quedaba a la URSS, según lo acordado con los aliados, derrotar ese mismo año, al Ejército millonario del militarismo japonés.
La conflagración mundial desatada por la Alemania fascista y sus aliados se llevó las vidas de 60 millones de personas. 27 millones los ofrendó el pueblo soviético. Las pérdidas del personal militar por la Unión Soviética ascendían a 8,7 millones; otros 1,1 millones perecieron liberando países de Europa. Las pérdidas humanas de Alemania fueron más de 16 millones: 13,6 millones perecieron en los frentes y 2,5 millones en la retaguardia, durante los bombardeos. En los campos de concentración nazis se exterminaron 12 millones de cautivos, incluyendo a 6 millones de judíos sometidos al holocausto.
Todos los países aliados juntos perdieron en campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial un poco más de 600 mil combatientes, o sea - 16 veces menos que el Ejército Rojo, sin contar las enormes pérdidas de nuestra población civil. En el territorio soviético el invasor arrasó 1710 ciudades y más de 70 mil aldeas y pueblos. El precio pagado por una guerra que no se supo evitar es demasiado grande para que la humanidad se olvide de sus enseñanzas.
Todavía rugían los cañones de la guerra en los frentes de Europa, cuando los Aliados de la Unión Soviética ya empezaban a urdir sus nefastos designios de la
futura Guerra Fría. Se coordinaban planes de unirse a las tropas alemanas en una cruzada conjunta contra el Ejército Rojo. Tal era el Plan “Renkin” elaborado secretamente por los aliados en Quebec, Canadá, en noviembre de 1943. Los servicios secretos americanos establecían contactos directos con altos representantes de la SS nazi, zondeando la posibilidad de una “paz separada”, que no incluyera a la URSS.
A pesar de estas maniobras desleales, las nuevas reglas geopolíticas se iban afinando en los históricos encuentros de Stalin, Roosevelt y Churchill en Teherán (1943) y Yalta (1945). Este último delimitó las zonas de influencia en Europa que pudieran garantizar la seguridad de las partes y el balance necesario para una larga coexistencia pacífica. Allí se esbozaron los contornos de un nuevo orden político mundial. Después de la muerte del presidente Franklin Roosevelt llega a la Casa Blanca en Washington Harry Truman, representando a los sectores guerreristas. A estas fuerzas y sus pares en Londres no era aceptable el triunfo de un país socialista y la expansión de su ideología. Tampoco les gustaba el surgimiento en muchos países europeos de una izquierda antifascista y patriótica de amplio apoyo popular, orientada hacia la URSS.
Para imponer al Viejo Continente la Pax Americana había que demostrar al mundo la superioridad de Occidente en armas de destrucción. Con el fin de “intimidar a los rusos” Washington decide arrojar dos bombas atómicas sobre la población civil de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Por suerte, no se llegó a implementar el Plan de ataque contra la URSS que ya estaba aprobado para el 1 de julio de 1945. Muy pronto nuestro país ensayó su propio dispositivo nuclear.
Así, desde los primeros días de paz, el mundo se dividía en dos polos opuestos. Empezaba la carrera armamentista, pero la arquitectura bipolar permitió al continente europeo, por primera vez en su historia, vivir pacíficamente durante más de medio siglo. Hoy en día, los falsificadores de la historia pretenden desconocer el papel decisivo del Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial, minimizan el heroísmo del soldado soviético, desfigurando su noble y valiente imagen y su misión libertaria, enseñan a las jóvenes generaciones una historia de la pasada guerra mundial completamente alterada e injusta, hacen filmes que glorifican las hazañas de las tropas norteamericanas, presentadas como la única fuerza que liberó a Europa del fascismo hitleriano. Hay intentos de invertir los papeles de víctimas y victimarios. Pero lo peor de todo es que la manipulación que se hace de la historia permite el rebrote del ideario nazifascista. Los verdugos de la SS y la Gestapo vuelven a ponerse sus uniformes y salen a marchar por las calles de algunas ciudades europeas. A los acólitos hitlerianos, asesinos de miles de civiles, les levantan monumentos, les dedican libros y canciones.
En varias antiguas Repúblicas de la URSS los inconfundibles símbolos nazis aparecen abierta y “orgullosamente” en las organizaciones paramilitares financiadas por potencias foráneas. La celebración del 75º Aniversario de la Victoria en la Gran Guerra Patria no es solo un obligado tributo a la memoria de los héroes y mártires. Es también una reafirmación de los principios básicos de posguerra, incluyendo las sentencias de condena al nazifascismo expresadas en el Tribunal de Nurenbergo, los legados de paz y coexistencia, la idea de que todas las discrepancias pueden ser resueltas por medios políticos y diplomáticos. En un mundo lleno de armas mortales más terribles que las de la guerra pasada, es imperativo que se reconozca la supremacía del Derecho Internacional, se respete la multilateralidad, la soberanía de los Estados y la autodeterminación de los pueblos como principios inamovibles y como una vacuna eficaz contra el peligroso virus guerrerista.









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