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Gustavo Ott: “El periodismo está en la base de mi teatro”

La obra del ganador del premio de Dramaturgia Trasnocho ha sido traducida a 15 idiomas

  • MARITZA JIMÉNEZ

01/12/2020 08:30 am

Entre el periodismo y la dramaturgia, Gustavo Ott (Caracas, 1963), estableció una alianza que lo ha llevado a cumplir el sueño de todo escritor. Sus obras teatrales, 48 hasta ahora, traducidas a 15 idiomas y montadas en todos los confines, le han deparado una veintena de premios nacionales e internacionales. El más reciente el del tercer Concurso de Dramaturgia Trasnocho a su pieza Todas las películas hablan de mí.

“El periodismo me ha permitido escribir sobre el otro y dejarme a mí a un lado, concéntrame en la vida de los demás que, cierta y lamentablemente, es más interesante que la mía. Si me hubiera puesto a escribir sobre mí, no habría pasado de un par de obras lloronas”, afirma.

Periodista, novelista, dramaturgo, director teatral, ensayista y traductor, vivió su infancia entre El Paraíso, en Caracas, y el pueblo de sus padres, El Tocuyo, en el estado Lara, presente en algunas de sus obras. En el Liceo La Aplicación estudió la secundaria, y en la Universidad Católica Andrés Bello se licenció en Comunicación Social en 1991.

Su trayectoria inicia en los 80 en Londres, cuando, en sus 17 años, funge como acomodador y mesero de teatros como el National Theatre, donde conoce a autores como el influyente Harold Pinter. De esa época son sus primeras obras teatrales. Más tarde, en Madrid, cursa Dirección Escénica y Dramaturgia con Fermín Cabal, en el Centro de Nuevas Tendencias Escénicas de Lavapiés.

En 1988 regresa a Caracas y ejerce como pasante en los diarios El Nuevo País, El Globo, El Nacional y la Agencia EFE, mientras cursa su carrera en la UCAB, donde conoce a Rodolfo Santana, un respaldo definitivo en su obra.

Es también ese el año de la creación de su grupo Textoteatro, con el que estrena Glengarry, Glenn Ross, de David Mamet, y publica su libro Teatro 5, con cinco de sus primeras piezas: Los peces crecen con la luna (1982); Sucede que soy horrible (1983); El siglo de las luces (1986); Passport (1988) y Pavlov, 2 segundos antes del crimen (1988).

Con Divorciadas, evangélicas y vegetarianas se estrena como dramaturgo en el Ateneo de Caracas en 1989. Luego siguen otras comedias como Apostando a Elisa y Cielito lindo (1990), que anuncian, según la crítica, “el estilo raro, divertido y cruel de Gustavo Ott”.

Radicado en Washington hace diez años, el dramaturgo habla de su premiada pieza y algunos aspectos de su heterogénea carrera.

-El jurado vio en su pieza “un relato poderoso con todos los elementos de una excelente dramaturgia”.
-La metáfora de esta pieza es más importante que la historia, pero no puedo contarla porque perdería el suspenso. Sí puedo decir que tiene que ver con la diáspora venezolana. El personaje principal es una novelista de poca monta que recibe una oferta de trabajo algo insólita y peligrosa, pero bien pagada, que debería rechazar. No lo hace, y las consecuencias nos llevan a tener una idea de la relación del artista con su contexto; la humillación política y el destino de su obra.

-Periodismo y literatura han corrido paralelamente en su carrera.
-Sí. En la UCAB tuve profesores con una idea que en aquel momento era nueva para mí: el teatro es un medio de comunicación social. Y en verdad comienzo mis piezas como periodista, o más, como reportero, o aquellos obreros creadores de la noticia de segundo día. Investigación primero, entrevista luego. Utilizo la técnica de la entrevista y del reportaje para escribir, a veces de manera muy obvia, como en lo que estoy haciendo en este momento. El periodismo ha estado conmigo desde el principio: Divorciadas, evangélicas y vegetarianas la escribí mientras terminaba la carrera; Quiéreme mucho viene de un reportaje que hice para la revista Zeta; Tres esqueletos y medio, de otro para la agencia EFE. La foto resultó de una serie de entrevistas.

-¿Como ha sido la relación entre sus novelas y su teatro?
-Intensa. Mi primera novela, Yo no sé matar, pero voy a aprender, la convertí en una pieza teatral, Miss, así como La Rara, una de las obras que más quiero, es adaptada de otra novela, Feroz amiga mía. En los últimos años he notado que si estoy escribiendo notas o borradores de una novela, la pieza teatral que estaba bloqueada encuentra su camino. Como diciendo: “Pero si puedes hacer novelas, ¿por qué no me terminas a mí de una vez?”. Claro, eso nos sucede también con la lectura, pero la lectura no te introduce en el ritmo de la escritura. Eso solo lo hace escribir. En Todas las películas hablan de mí, el personaje principal lo explica mejor que yo: “Sí, escribir para gustar. Te gusta gustar. Pero aquí entre nos, te burlas”.

-¿Cómo comienza a escribir?
-Comencé muy joven con narrativa, bajo la influencia de los best sellers que encontré en la limitadísima biblioteca de mi familia en El Tocuyo: El padrino, Papillón, algún Vargas Llosa. Pero creo que en esto de leer y escribir sin referencias en mi familia y ni siquiera una biblioteca de verdad, tuvo que ver la noche. Desde niño le tuve terror y trataba de dormir poco, siempre pendiente de las sombras, los ruidos, los monstruos… Lourie Anderson cree que los días son para interrumpir el horror de la noche y las noches para caer a través del tiempo en otro mundo. Y eso hice y sigo haciendo.

“Más tarde –continúa-, en el Liceo La Aplicación, y obligado a leer teatro, tuve en mis manos la obra de Rodolfo Santana y comencé a trabajar imitándolo, con diálogos y obras de pequeño formato para el grupo de teatro del Instituto Pedagógico. Después, en la UCAB, lo conocí por casualidad y fue él quien me entusiasmó a escribir con rigurosidad. Mantuvimos una amistad entrañable y me gusta pensar que aún la tengo. Todos los días me duele su ausencia. Sin embargo, sus palabras me persiguen en sueños: "La paciencia y la disciplina son la libertad".

-¿Por qué se va de Venezuela y qué piensa del fenómeno de la diáspora?
-Decidí vivir en Estados Unidos en 2010, regresando a Venezuela por temporadas. Y, como casi todos, la educación de los hijos fue el impulso. Mi hija se gradúa el año que viene en la universidad. Ya tiene 21 años, escribe para un periódico y también hace ficción. La diáspora en nuestra América, aunque ha funcionado muy bien para los economistas de la menudencia y el traspaso de dinero público a manos privadas, ha sido contabilizada en su descomunal influencia negativa en el desarrollo de los pueblos, que en algunos casos ha costado varias generaciones de pobreza endémica. Todo el que se ha ido ha hecho falta en nuestra despojada Latinoamérica. Aquí, el talento ha sido, y sigue siendo, un colosal desperdicio.

@weykapu



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