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El eterno resplandor de la mente de Charlie Kaufman

Netflix estrenó recientemente lo nuevo del director y guionista neoyorquino: "I’m Thinking of Ending Things"

  • JUAN ANTONIO GONZÁLEZ

14/09/2020 01:00 am

Charlie Kaufman lo ha vuelto a hacer. Otra vez nos coloca, como sus cautivos y cautivados espectadores, en la borrosa frontera entre la admiración más arrebatada o la decepción definitiva, esa que podría llevarlo directamente al cementerio de los cineastas que a nadie interesan. Pero es imposible (o casi, dependiendo del gusto de cada quien) ignorar a uno de los más personales autores del cine estadounidense contemporáneo.

Las películas de Kaufman son retadoras, exigen de quien las ve, un sesudo esfuerzo para desentrañar, para descubrir y entender, el permanente juego realidad/ficción, cordura/locura, verdad/mentira, memoria/olvido, falso/verdadero, alegría/tristeza, sueño/vigilia que propone el novelista, guionista, director y productor neoyorquino.

La primera película que colocó a Kaufman en el ojo público como imaginativo guionista, Being John Malkovich (1999), que un productor rechazó porque no se llamaba Being Tom Cruise, reveló algunas de las obsesiones del artista: el interés enfermizo por el Otro, la idolatría, el miedo a la soledad, las inseguridades de todo tipo, el voyeurismo, el amor y el sexo.

Aquella cinta, que dirigió Spike Jonze, contaba una historia alucinante, la de un titiritero desempleado que consigue un trabajo en una peculiar compañía ubicada en el piso 7 y medio de un edificio, se enamora de su nueva compañera de faena y se embarca con ella en un viaje surrealista de 15 minutos nada más y nada menos que a la cabeza del actor John Malkovich, a la que tienen acceso a través de una puerta secreta.

Kaufman y Jonze volvieron a trabajar juntos en El ladrón de orquídeas (Adaptation), cinta de 2002 basada en la novela de Susan Orlean, a la que el guionista dió un giro autobiográfico, además de una densidad metanarrativa al poner a interactuar a la autora del material original con el responsable de su adaptación al cine y el protagonista de la historia. Y llegó a más: le creo al personaje principal (un guionista inseguro y en plena crisis creativa) un hermano gemelo que, digamos, hace las veces de lo que muchos quisieran ser: un descerebrado con éxito. Todo lo opuesto a él.

Fue con Eternal sunshine of the spotless mind (Michel Gondry, 2004), que Kaufman logró alcanzar el punto más alto de su carrera como escritor de películas, al mismo tiempo que, haciendo uso de un género como la ciencia ficción, renovó los códigos del cine romántico tradicional, partiendo de la premisa que les sugirió un amigo de Gondry: ¿Qué ocurriría si existiera una tecnología capaz de borrar de nuestra mente el recuerdo de una persona en concreto?

A partir de aquella interrogante, la fértil imaginación de Kaufman concibió la historia de una pareja que tras dos años de relaciones rompe, por lo que ella, rota en sus sentimientos, recurre a la medicina moderna para que por medio de una operación quirúrgica, le sean removidos todos los recuerdos de su ex, quien por su lado hace lo propio, aunque enfrentándose a la disyuntiva de tener que deshacerse de muchos momentos de felicidad.

Desamor y memoria, ambos se contraponen y complementan en esta estupenda película que protagonizaron Kate Winslet y Jim Carrey y que le permitió a Kaufman aventurarse a escribir partes del guión desde la propia mente de sus dos personajes centrales.

Salvando las distancias en cuanto a intereses artísticos, en Eternal sunshine of the spotless mind, el texto de Charlie Kaufman recuerda por mucho al cine existencialista y psicológico del francés Alain Resnais, quien en El año pasado en Marienbad (1961) construyó una narración determinada por lo que sucede (el presente), lo que sucedió (el pasado) y lo que los deseos quieren que suceda.

Lo anterior, tanto en el caso de Resnais como en el de Kaufman, remite a un cine sin linealidad, infinitamente más rico en sus recovecos narrativos y argumentales; un cine que a veces logra su totalidad a través de fragmentos y que, en definitiva, no separa el relato (lo que pasa) de las emociones (lo que sienten los personajes).

Tras este breve repaso por el sentido esencial de la obra de Charlie Kaufman, en el que hay que incluir a Synecdoche New York (2008) por los distintos niveles en los que en ella es percibida la vida, toca detenerse en la película que motivó estas líneas: I’m Thinking of Ending Things, escrita (a partir de la novela homónima de Iain Reid) y dirigida por él, y estrenada a principios de este mes en la plataforma de streaming Netflix.

"Una joven contrariada y llena de dudas respecto a la relación con su novio, emprende un viaje en carretera con él rumbo a una granja propiedad de la familia del susodicho. Una tormenta de nieve la deja atrapada con la madre y el padre de su pareja. Lo que pensaba iba a ser la respuesta a todos sus cuestionamientos y miedos, es el punto de partida de la confusión y quizá de su mayor descubrimiento", reza la sinopsis de Netflix, que funciona para efectos de mercadeo, pero no le hace justicia a una obra, a partes iguales, insólita y abarcadora del universo conceptual de Kaufman.

Ciertamente, Lucy y Jake forman una pareja cuya relación de seis semanas bordea peligrosamente la decepción y el hastío, pero también el miedo a la soledad. Ambos dejan la ciudad para ir a la granja donde viven los padres de él.

En el trayecto, Lucy no cesa de hacerse preguntas y buscar certezas dentro de su cabeza, mientras Jake se muestra complaciente aunque algo incómodo, preocupado.

El ingenio de Kaufman transforma la anécdota básica de su nueva película en un prisma desde el que se irradian aspectos y circunstancias de los personajes; aspectos y circunstancias que sobrepasan los corsés temporales y que, a la manera de un espejo roto, esparcen ante el espectador imágenes fragmentarias que toca ir encajando para armar el rompecabezas. Nada más que decir para evitar caer en spoilers.

Aunque en I’m Thinking of Ending Things se repiten los temas habituales en Kaufman -desde el desamor hasta el miedo al olvido, pasando por la soledad y la locura-, lo esencial en ella es el manejo del tiempo, presentado con un mood surrealista, pero lo suficientemente bien estructurado como para que el espectador puede componer por completo a todos los personajes principales de esta historia que tiene su punto de partida en lo que sucedió y su final en lo que sucederá.

Un laberinto borgiano en el que se mueven las criaturas de Kaufman y a las que dan soberbia presencia física y emocional Jessie Buckley (Lucy), Jesse Plemmons (Jake), la maravillosa Toni Collette (madre de Jake) y el veterano David Thewlis (el padre).

Reacio a dar entrevistas y mucho más a tener que explicarse, Charlie Kaufman pasa la cuarentena en su residencia de Nueva York, mientras retoma con HBO el proyecto de una serie limitada que escribió hace varios años sobre un virus que causa estupidez. Irónicamente realista la cosa...

@juanchi62
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