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Volver a devorarse a "Débora"

La novela venezolana "Débora", de Tomás Michelena, publicada en 1884, fue reeditada por la editorial independiente colombiana Himpar Editores

  • DULCE MARÍA RAMOS

12/09/2020 01:00 am

“La herida más profunda que puede inferirse a la mujer es aquella que va directamente a sangrar su orgullo, como la más irritante para el hombre la que vulnera sus intereses. La mujer lo da todo: el corazón y la vida; hasta se deja arrebatar el honor en holocausto al sentimiento. El hombre no da nada, guarda reservas; y si se le ataca en su honor puede llegar hasta las transacciones con tal que la vanidad quede a cubierto. Lo único que la mujer cuida es su amor propio: el orgullo de su beldad, de sus sentimientos y hasta de su coquetería que no soporta sean burlados”. (Fragmento de Débora)

Débora, una de las cuatro novelas escrita por el autor venezolano Tomás Michelena (1835-1901), cuenta la historia de una joven del siglo XIX que acaba de cumplir treinta años, pero pese a querer su libertad y disfrutar de la vida, debe casarse, como bien lo señalan las normas para una mujer de su época. Además, su familia está en ruinas y un matrimonio es la única opción para salvarla. Así que Débora decide contraer nupcias con Adriano De Soussa, descendiente de una honorable familia brasileña. Pero lo que no sabe Débora es que se enamoraría tiempo después de Latorre, cometiendo el terrible pecado del adulterio. Ante este hecho, recibirá un terrible castigo de su esposo: encerrarla junto a su amante, totalmente desnudos, en una cueva. A la par, también se nos relata la historia de otra joven, María, quien debe casarse para no dañar la honra familiar ante su conducta algo rebelde y libertina. Una novela que retrata mujeres que buscan escapar de las normas sociales, cuyo único destino es el matrimonio y donde el divorcio aún no era reconocido legalmente.

La novela de Michelena fue publicada por primera vez en Barcelona, España, en 1884 por la editorial Luis Tasso y Serra, siendo la única edición hasta ahora que fue reeditada por la editorial independiente colombiana Himpar Editores, conformada por Ana Cecilia Calle, Ángela Arias Zapata, Lorena Iglesias Meléndez, Sandra Marcela Restrepo, Christian Vásquez Infante, Leonardo Gil Gómez y Óscar Campo.

Débora forma parte de un interés de la editorial por rescatar obras latinoamericanas de finales del siglo XIX; de hecho, el texto venezolano llega a sus manos gracias a Nathalie Bouzaglo, docente e investigadora venezolana en la Universidad Northwestern, Chicago: “Leí la novela Débora, por primera vez, hace como 20 años, cuando la profesora Paulette Silva Beauregard me facilitó una copia del original. Desde ese momento, empecé a investigar sobre el adulterio y me di cuenta que, en Venezuela, existe un importante corpus de novelas, cuentos, crónicas periodísticas y artefactos culturales ligados al adulterio. Me preguntaba entonces, ¿cómo leer una novela como Débora, o más bien, qué puede leerse en ella?, ¿qué hacer con aquellas ficciones que, pese a sus aspiraciones iniciales de ser relatos nacionales, no llegan a ser tales?, ¿qué le confiere a una novela como Débora su condición de ficción al margen de las fábulas nacionales favoritas? Y, sobre todo: ¿cómo entender esta compleja tecnología del adulterio?”.

Vale destacar que el interés de Bouzaglo por el tema del adulterio en la literatura venezolana lo desarrolla exhaustivamente en su libro Ficción adulterada. Pasiones ilícitas del entresiglo venezolano (2016). En el caso de Débora, la académica explica que su autor aboga por el divorcio, pero expone la posibilidad de castigar a los adúlteros: “Se exponen las contradicciones que las inevitables relaciones extraconyugales generaban al hacer tambalear el ideal de la familia burguesa que debía alejarse de las perversiones, la pornografía y hasta los placeres sexuales”, señala. 
 
El valor de un rescate literario
Para Carlos Sandoval, crítico y docente universitario, el rescate de Débora es un aporte ejemplar y necesario para la literatura venezolana: “Cualquier reedición que se haga de alguna de las novelas venezolanas del diecinueve siempre constituirá un aporte para profundizar en el conocimiento de una parcela de nuestra cultura escrita; territorio poco trajinado por el público común, pero de obsesiva recurrencia para muchos investigadores. No hay que olvidar, además, que se trata del siglo en el que se echaron las bases para la construcción de buena parte de la idiosincrasia del país y de muchos de sus valores civiles, tarea en la cual la novela, como «documento de cultura», sirvió de vehículo –en ocasiones en detrimento de su calidad estética– para cristalizarlos. Así pues, tener la posibilidad de releer Débora en el contexto actual, saturado de tensiones respecto de las constantes y necesarias reivindicaciones legales y sociales exigidas por la mujer, resulta excelente motivo para escudriñar los vaivenes del rol femenino en las sociedades latinoamericanas y, en particular, en la venezolana desde los días de formación de los estados nacionales”, explica.

A pesar que Débora narra la escena literaria de adulterio más escandalosa y sofisticada de todo el siglo XIX latinoamericano, Bouzaglo señala que ha sido ignorada por la tradición critica venezolana y latinoamericana: “En el prólogo, el autor deja claro que va a narrar un mal ejemplo o una pareja que debería ser disciplinada, pero esta aseveración se vuelve tramposa en la novela. El adulterio funciona para mostrar la urgencia de la legalización del divorcio. Pero, además, y esto es lo más interesante, el supuesto disciplinamiento se convierte en espectáculo. Y más que exponer la peligrosidad de la fábula transgresora, esta novela adultera al propio lector al adulterar su ojo para hacerlo ver escenas inenarrables y pornográficas para su época. La novela pide atreverse a ver por el cerrojo una puerta/cueva y en este tránsito es imposible no fascinarse con la narración. Por otro lado, se han privilegiado otras fábulas como novelas nacionales por excelencia. Creo que la reedición impecable que hace la editorial Himpar va a corregir este vació en la crítica literaria. Hay que recordar que, hasta hace solamente unos meses, la novela circulaba con contadas copias, páginas en blanco, tachaduras, etc., lo que dificultaba inmensamente su lectura”.
 
Otra falencia evidente en el estudio o acercamiento a la literatura venezolana, aparte de lo ya señalado, es que muchas de estas obras no son estudiadas en las escuelas de letras. Sandoval señala que es por dos dificultades: la primera porque la mayoría de esas obras aparecieron en publicaciones periódicas o cuando fueron publicadas en el formato de libro no fueron reeditadas, de ahí que sean poco asequibles; y segunda, son los pensa de los programas de pregrado. “No suele incluirse el amplio terreno de nuestra narrativa decimonónica, pese a que desde los años setenta del siglo XX se vienen publicando estudios puntuales o de conjunto sobre esas manifestaciones. En este caso ha privado, entonces, cierto desdén o desconocimiento de quienes elaboran esos programas o, simplemente, esos pensa no se actualizan”.

Finalmente, Himpar Editores enviará pronto a las bibliotecas y universidades venezolanas ejemplares de Débora, de ahí que Bouzaglo espera que exista gran receptividad tanto en los académicos como en los lectores: “Pienso que los venezolanos van a devorarse a Débora. Es, además de una novela apasionante, un documento importante para entender el siglo XIX venezolano y latinoamericano en general”.

Ante esta iniciativa editorial, Sandoval manifesta la siguiente inquietud para el medio editorial, literario e intelectual: “Debería publicarse –un sueño aún no realizado– una colección de obras narrativas venezolanas del siglo XIX que atienda, por ejemplo, a criterios literario-historiográficos (romanticismo, modernismo, realismo-naturalismo) o a cualquier otro (acaso por sus características genológicas: novela sentimental, novela de tesis, novela de aventuras, novela psicológica, etcétera) que permita su conocimiento generalizado para todo tipo de lectores y que al mismo tiempo sirva a estudiantes e investigadores. En la Venezuela del diecinueve se publicaron –está comprobado– cuarenta y ocho (48) novelas, pero por fuentes referenciales el número podría llegar a setenta y nueve (79) títulos. Entenderá que no me decante en este momento por ninguna pieza, pues para mí todas tienen –por razones histórico-literarias– suma importancia: desde la inaugural Los mártires (1842), de Fermín Toro, hasta esa otra composición cercana por tema y tono a Débora: Mimí (1898), de Rafael Cabrera Malo; y entre uno y otro extremo, pongamos por caso, Blanca de Torrestella (1868), de Julio Calcaño, o El medallón (1885), de Zulima (seudónimo de Lina López de Aramburu)”.

@DulceMRamosR
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