A CONTROL REMOTO
Con Liz y Burton en tiempo de pandemia
Ocupar el ocio de la cuarentena impone volver a lecturas pasadas y redescubrir su encanto, como el que tiene el libro donde la actriz reunió su correspondencia íntima con quien fue el amor de su vida
Nada más apropiado que el título de El amor y la furia para el libro de la fallecida actriz Elizabeth Taylor, en el cual recopila la correspondencia íntima entre ella y Richard Burton durante los largos años que duró su tormentosa y muy publicitada relación. Una relectura entretenida, ideal para estos tiempos de pandemia y matar el ocio al que nos obliga la necesaria cuarentena. Así lo hice y después de varios años me volví a adentrar en las interioridades del que fue el idilio más famoso del ámbito cinematográfico. No había nada que hicieran, o en donde estuvieran involucrados, que no obtuviera abundante, y no pocas veces excesiva, difusión mediática.
Cuando se conocieron, ella era la actriz más popular y mejor pagada de su época, mientras que el galés era un actor, que si bien se había hecho un prestigioso nombre como intérprete teatral en el Reino Unido, especialmente de personajes shakespeareanos, todavía no se le consideraba una estrella del séptimo arte, pese a que ya tenía unas cuantas películas en su haber.
Liz y Dick -como los medios los calificaban cada vez que publicaban algo sobre ellos- se conocieron en 1962 en el set de Cleopatra, en Roma, película por la que su protagonista femenina cobró la para entonces astronómica suma de un millón de dólares, una cifra que hasta ese momento jamás se le había pagado a ningún otro actor o actriz, por muy taquillero que fuese.
A Burton lo habían contratado para que sustituyera a Stephen Boyd en el papel de Marco Antonio, lo que puso en guardia a la Taylor, pues su coprotagonista tenía fama de acostarse con buena parte de las actrices con las que actuaba.
Una irreflenable pasión
Cuando arranca el rodaje de Cleopatra en los estudios romanos de Cinecittá, Liz estaba casada con el cantante Eddie Fisher, ex de su mejor amiga, Debbie Reynolds, al que “se lo robó”, según los chismes de la prensa sensacionalista de la época. Por otro lado, Burton ya tenía un matrimonio de varios años con su esposa Sybil, con la que había procreado dos niñas. Ambos se habían trasladado con sus respectivas parejas a la capital italiana.
Aun cuando Elizabeth estaba dispuesta a tratarlo con frialdad, dada la fama de donjuán de Burton, entre ellos surgió, casi de inmediato, una pasión irrefrenable. La pasión que demostraban en sus escenas amorosas no pasó inadvertida para nadie. En el primer beso que rodaron, repitieron la escena varias veces, y en cada toma el beso duraba más. Cuando finalmente el director, Joseph L. Mankiewick, exclamó: “¡Corten, escena terminada!”, ellos continuaron besándose como si nada, a lo que el realizador, divertido y ante las miradas atónitas del equipo técnico y el resto de los actores, los exhortó: “Ustedes dos, no sé si les interesa saber que ha llegado la hora de la comida”.
Los publicistas del estudio intentaron desmentir los rumores del romance, pero ya era demasiado tarde. A las puertas de Cinecittá se apostaban diariamente decenas de reporteros gráficos para fotografiarlos en sus cada vez menos disimulados devaneos amorosos.
En marzo de 1964, a dos años de comenzar su relación con Burton, a Liz le concedieron por fin el divorcio de Eddie Fisher. Ya Richard y Sybil se habían divorciado en diciembre de 1963. Diez días después de que saliera el divorcio de ella, la pareja fletó un avión y con un grupo de amigos íntimos viajó a Montreal, Canadá, donde se casaron. Para él, era el segundo matrimonio; para ella, el quinto.
Diferencias irreconciliables
Los Burton, a lo largo de su matrimonio, protagonizaron juntos 11 películas. Paralelamente, los paparazzi y la prensa chismográfica registraban la fama y fortuna de la pareja y, con el tiempo, también sus desgracias, cuando la adicción al alcohol de él empezó a echar sombras en la relación. Sus peleas comenzaron a hacerse famosas. Con todo y eso, estaban en la cresta de la ola. Casi la mitad de los ingresos de la industria cinematográfica hollywoodense procedían de filmes protagonizados por uno de los dos, o por ambos.
Pero luego de 10 años de matrimonio, la relación se había agotado. El 26 de julio de 1974, tras alegar diferencias irreconciliables, a Elizabeth le concedieron el divorcio. Cuatro meses después de la disolución, el actor anuncio su compromiso con la princesa Isabel de Yugoeslavia y Liz se empató con Henry Winberg, un acaudalado empresario holandés. Sin embargo, ninguno de los dos duró mucho con sus nuevas parejas.
Poco tiempo después, la pareja más célebre del cine en el siglo pasado volvió a verse en Ginebra y ella, bañada en lágrimas, se lanzó a sus brazos. No tardaron en casarse de nuevo, esta vez en el país africano de Botswana, el 10 de octubre de 1975. Pero lamentablemente ya algo se había roto entre ellos y la relación duró apenas diez meses.
Entre Taylor y Burton , para decirlo en términos melodramáticos, la llama del amor nunca se apagó. Estando casados y aún después, hasta el mismo día de la muerte de él en Suiza, el 5 de agosto de 1984, como consecuencia de una hemorragia cerebral que le sobrevino mientras dormía, mantuvieron un intenso y fructífero intercambio epistolar, que fue el que recopiló Liz en su libro, publicado en 2011, el mismo año de su fallecimiento, y que en la verdad se dicha, le hace honor a su título de El amor y la furia.
El día del deceso de Burton, ya estando casado con su nueva mujer, Sally Hay Burton, el actor comenzó a sentir un fuerte dolor de cabeza y se recluyó en su estudio del ático de su residencia de la localidad suiza de Céligny. Allí le escribió una carta a Liz y la dirigió al domicilio de ésta en Bel Air, Los Ángeles. Sin embargo, cuando la actriz recibió la misiva, él ya había muerto. Para ella, esa carta, que no incluyó en el libro, resultó el recuerdo más preciado de su romance de 15 años. La consideraba demasiado personal para hacerla pública. Sus allegados afirman que en ella el actor afirmaba que, aunque no era infeliz, la mayor felicidad la había conocido junto a Elizabeth.
@aquilinojmata
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