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Tulio Hernández: "La imagen del Big Brother de Orwell ahora resulta elemental, tosca, ingenua"

El sociólogo, escritor y experto en cultura y comunicación aporta, desde Bogotá, su visión sobre los efectos de la pandemia en ámbitos como el humano, el social, el tecnológico y el artístico

  • JUAN ANTONIO GONZÁLEZ

13/07/2020 01:00 am

A casi cuatro meses de haberse declarado la cuarentena en el país, se hace aún más lejana la posibilidad de entender cuáles serán los efectos reales de la pandemia. Efectos que, seguramente, ya se están manifestando, pero cuya dimensión social y humana todavía escapa a cualquier certidumbre. Sobran las preguntas, faltan las respuestas.

Es por ello que con la serie de entrevistas Voces en el Caos, El Universal busca a través de las opiniones y conocimientos de psicólogos, filósofos y sociólogos, armar el rompecabezas del presente para intentar llegar a una imagen futura que conjure, aunque sea mínimamente, el desconcierto de quienes permanecen en sus casas a la espera de que el Covid-19 deje de ser una amenaza; o bien, a la espera de que el virus surgido en la ciudad china de Wuhan permita recuperar la vida que antes de su aparición se vivía o, por lo menos, entrar en eso que se ha dado en llamar la "nueva normalidad".

¿Una nueva sociedad?, ¿otras formas de interrelacionarse?, ¿maneras inéditas de comunicarse o de crear? Todos los ámbitos de la organización humana han sido tocados, y alterados, por el coronavirus. Ha desnudado, por ejemplo, la precariedad de los sistemas de salud en los países desarrollados y agravado los de los subdesarrollados; ha ensanchado la brecha entre ricos y pobres, y ha hecho trastabillar todas las economías en una especie de bochornosa igualación. Pero, además, los efectos de la enfermedad -acaso el signo más visible de estos tiempos- se extienden a la psicología, la religión, la tecnología, la creación artística e incluso, la expresión de un sentimiento universal como el amor.

Si de buscar verdades se trata, la más contundente de ellas es que el hombre es más vulnerable y débil de lo creía.

Desde Bogotá, el sociólogo, escritor, docente y experto en cultura y comunicación venezolano Tulio Hernández, aporta su particular visión de los fenómenos que han seguido a la instalación de la pandemia en la cotidianidad de las personas.

Para el autor de Una nación a la deriva (Los Libros de El Nacional, 2016), la supresión de lo colectivo y la preeminencia de la virtualidad conducen a una etapa avanzada de la sociedad distópica retratada en la novela 1984. Claro, ahora no hablamos de una ficción. Menos de un relato de ciencia ficción.

-A su juicio, ¿cuál ha sido el efecto más pernicioso de la pandemia en la sociedad globalizada?
-Son varios. El primero, no es en la sociedad globalizada, es en cualquier sociedad: el sufrimiento humano que genera la muerte y la enfermedad en masa, inesperada, amenazante. El segundo, esta especie de parálisis de la vida, de suspensión forzosa de lo colectivo, que ha tenido repercusiones muy fuertes en la economía, el incremento del desempleo, la pobreza, las penurias personales. Y, el tercero, el venir a ratificar las desigualdades humanas. En los países pobres, los que menos tienen, y por tanto tienen que salir a la calle a buscar el sustento, son los que estarán más amenazados. Y en los países ricos, como Estado Unidos, deja al descubierto las inequidades de su sistema de salud y sus fracturas sociales internas, pues la mayor cifra de contaminados, al menos en Nueva York, corresponde a afroamericanos e hispanoparlantes.

-Aunque el distanciamiento social es una medida para evitar la propagación del Covid-19, ¿qué consecuencias puede crear si no se entiende como una norma de seguridad? ¿Podríamos estar frente a un fenómeno de rechazo social del Otro?
-No creo que sea una situación de largo plazo. Las epidemias son una constante de la evolución humana. Y sí, claro, se generan estigmas, por ejemplo, los que se tenían con los leprosos en otros tiempos. O los que generó el Sida al comienzo. Pero los humanos somos esencialmente gregarios. Y necesitamos el contacto físico con los demás. No por el Sida dejamos de hacer el amor. Ni de besarnos al saludar. La mayor prueba es que aún a sabiendas de los riesgos que se corren, en muchas capitales parte la gente está desesperada por encontrarse con los otros. Por, aunque sea, ver a los demás pasar. Las calles vacías nos llenan de tristeza. No estamos hechos para ser ermitaños. Eso es lo excepcional.

-La sensación del ciudadano común es que se viven tiempos de "riesgo". Vivir con tal sentimiento, ¿cómo puede afectar las relaciones sociales?
-Más que el sentimiento de riesgo, la mayor amenaza es la incertidumbre y el sufrimiento adelantado que nos inflige saber que el futuro va a ser muy malo. Que la economía va a empeorar. Que millones podremos quedarnos sin trabajo. Una persona puede soportar el encierro, el distanciamiento social, pero no desconocer cuánto pueden durar ambos, eso sí es insoportable.

-El otro factor que nos afecta, y afecta por ejemplo las relaciones internacionales, e influye en brotes xenofóbicos, es la ausencia de información clara sobre el origen del virus. En todas partes se inventan teorías de la conspiración, algunas enrevesadas y demenciales. Unos creen que son los chinos para dominar el mundo. Otros que son los ricos para eliminar a los pobres. Incluso hay quienes creen firmemente que son los Estados y los gobiernos para mantener a raya la población. En esas condiciones es fácil crearse enemigos: los chinos en Estados Unidos, los venezolanos en Colombia, los gobernantes que quieren acabar con ciertas empresas. La paranoia es una tendencia humana que se acrecienta con el infortunio. Antes, previo a la revolución científica, era más sencillo: toda epidemia era obra del diablo o producto del pecado. Castigo divino. Ahora hay muchos más culpables potenciales.

"Pero, quizás, la más potente sensación de riesgo en la que han insistido muchos pensadores -prosigue Hernández-, es la de tropezarnos como especie con la idea de fragilidad. Entender que no somos el 'centro' del universo y de la creación como hemos creído, reforzados por la Biblia y otros textos religiosos. La pandemia nos recuerda que somos un componente más de la naturaleza. Que el planeta no es una nave espacial donde la especie humana viaja a su antojo, sino un organismo vivo del que somos parte y que si lo maltratamos se defenderá. Y, por tanto, somos endebles incluso a un cuerpo tan insignificante, microscópico, como un virus. Un ente natural que nos puede hacer más daño aún que uno artificial, como la bomba atómica, por ejemplo.

-En estos tiempos de confinamiento, ¿qué papel, para bien y para mal, han jugado las redes sociales? 
 -Las redes sociales, pero sobre todo las posibilidades de conexión inmediata, sencilla operacionalmente y sin límites de distancia, que permite en general Internet y, específicamente, plataformas como WhatsApp, Zoom, Skype y afines, han tenido un doble papel. De una parte, alivian el encierro y el distanciamiento. Lo han hecho más llevadero tanto en términos de distracción y entretenimiento como de permitir el contacto informativo y afectivo con los otros, los familiares, los amigos. Pero de la otra, ha convertido, por primera vez en la historia, la epidemia –y por tanto el miedo, pero también la empatía– en un acto planetario, en una comunión mundial, que antes sólo se lograba en ocasiones como el Mundial de Fútbol o de noticias como el derrumbe de las Torres Gemelas.

Continúa el sociólogo: "Es lo que el escritor nicaragüense Sergio Ramírez ha denominado la pandemia como una superproducción cinematográfica. Porque antes, el cine de catástrofes era algo de lo que éramos espectadores, que le ocurría a otros. Ahora nos ocurre a nosotros mismos, somos actores –o por lo menos extras– de una catástrofe mundial. De una especie de reality show donde todos los días nos enteramos de inmediato de cuántos seres humanos como nosotros han muerto. Algunos muy cerca de los lugares donde estamos encerrados también. Y, sin embargo, es por las redes que nos enteramos, no por boca de un vecino".

-¿Podrá sobrevivir una sociedad en la que el único contacto sea a través de la web, de lo virtual?
-Es obvio que no, que no podemos vivir sólo de modo virtual, empezando por la alimentación, que incluso en las sociedades más industrializadas necesita del soporte de la agricultura y de la cría de animales, que es algo imposible de hacer virtualmente. Y, luego, por la propia reproducción de la especie, que necesita inevitablemente del contacto físico. Lo que sí es cierto es que la cuarentena obligada ha venido a demostrarnos algo que no queríamos o no podíamos percibir. Ahora entendemos mejor que las condiciones técnicas ya existían y que hay muchas cosas que podemos hacer a distancia sin que disminuya la calidad del encuentro. Desde reuniones entre familiares y amigos, hasta el trabajo o actividades educativas. Y que no pasa nada. Que el resultado puede ser prácticamente el mismo. Esta va a ser una inflexión. Para muchas cosas de ahora en adelante no volveremos a desplazarnos físicamente porque ya sabemos que lo podemos hacer y muy bien a distancia. Nuestra época será recordada como la primera en la especie humana que “naturalizó” la videoconferencia. Cómics como Los Supersónicos o filmes como 2001: Una odisea del espacio, se adelantaron, pero somos nosotros, las generaciones vivientes, las que en esta época los hicimos realidad común.

-¿Y qué ocurre con las "fake news"?
-Pasa lo mismo que antes de la pandemia. Estamos viviendo un época donde realidad y ficción se confunden, donde la manipulación es mucho más fácil, pero también en donde hemos aprendido colectivamente a defendernos de su efecto pernicioso. Y aquí vale la pena decir que la pandemia ha puesto en valor de nuevo al periodismo tradicional, respaldado por marcas editoriales empresariales que le dan veracidad a la información. Yo vivo en Bogotá, y para saber con exactitud qué está pasando en la ciudad he vuelto a ver televisión de señal libre, porque es más confiable ver a RCN o Caracol, o al canal de El Tiempo, que guiarme por los rumores de las redes sociales. Con respecto a los sucesos en Estados Unidos por el asesinato de Floyd, nos da mucha más seguridad ver lo que transmite CNN, en vivo, que cualquier rumor en Instagram. Eso es también un aprendizaje colectivo.

-Todo este vuelco hacia lo digital (virtual), ¿cómo alterará el imaginario cultural? ¿La dimensión de lo social?
-De modo radical. Pero, vuelvo otra vez, no es por la pandemia. Era una tendencia ya incubada en la sociedad de cuyo peso no nos habíamos terminado de convencer. Hay un cambio fundamental que yo denomino "El síndrome del ermitaño conectado", y que tiene que ver con un nuevo fenómeno de la relación con el poder y el manejo de la información.

-En el siglo XX, y eso lo sintetizó Umberto Eco en su libro Apocalípticos e integrados, el temor era la imagen de la aguja hipodérmica inyectándonos: que los medios nos inocularan una ideología, unos valores, una visión de la realidad, que nos sometía. Ahora el miedo, me gusta usar esta imagen, es el de la aguja hipodérmica, pero ya no inyectándonos, sino sacándonos la sangre que es la información personal. Ahora todo estriba en que los algoritmos manejan nuestra información personal y la procesan, para vendernos objetos, para ofrecernos promesas electorales que se parezcan a lo que queremos porque estamos tan conectados, que Google, Facebook o Zoom saben todo de nosotros. Y ni siquiera encerrados estamos protegidos de su poder para seguirnos. En este instante, a través de mi celular, Google sabe dónde estoy, en qué calle de Bogotá, incluso en qué apartamento de mi edificio. Y eso es una revolución total de la experiencia humana. La imagen del Big Brother de Orwell ahora resulta elemental, tosca, ingenua.

-En estos tiempos, los hacedores de cultura, los artistas, se han negado a paralizarse. ¿Cree usted que el arte puede ser una alternativa contra los efectos psicológicos, sociales y humanos del Covid-19?
-Los artistas se han negado a paralizarse, pero han sido afectados como todos los trabajadores. Como los mesoneros, los panaderos, los peluqueros. Pero, claro, de diferente manera. Las más afectadas son las artes escénicas, las que se representan frente al público. Pero los escritores seguimos escribiendo, los artistas plásticos, pintando o esculpiendo, incluso los actores representan sus personajes por las redes y los músicos –orquestas enteras– tocan juntos a distancia.

"Ahora, hay que alertar que el arte no es ni más ni menos útil que otras actividades humanas, y que dependiendo de lo que cada quien entienda como arte, tendrá una respuesta. Sin duda Netflix, Youtube o Spotify han hecho más llevadero el encierro a quienes cuentan con sus servicios. Y, como antes las grandes casas cinematográficas de Hollywood, estas redes llevan ventajas, inmensas ventajas, sobre las demás formas de producir y hacer circular contenidos", agrega Hernández. 

-Pero si la necesidad de establecer un contacto directo con la obra de arte (una pieza teatral, un cuadro, un concierto) se ha visto imposibilitada por el confinamiento, ¿habrá que buscar otras formas de interrelacionarse con el hecho artístico?
-Ya se estaba dando desde mucho antes. Una buena parte de la lectura que hacemos en el planeta ya era viral. ¿Cuántos años tenemos usando el kindle o leyendo los diarios en el celular? Muchas cadenas de cine de las grandes ciudades ofrecen los domingos, en vivo, la ópera desde el Metropolitan de Nueva York. Y los cursos a distancia son un negocio muy bien manejado por diversos portales.

-Insisto, la pandemia y la cuarentena lo que han hecho es correr la cortina. Acelerar lo que ya estaba ocurriendo, y en algunos casos, hacernos perder el miedo o los prejuicios. En el caso de quienes somos lectores crónicos, si no puedo ir a la librería, ni encargar los libros por correo, pues termino leyendo, aunque antes me resistiera, en la pantalla de la laptop o incluso en el celular. Por primera vez me he leído una novela en el celular. Y no me dolió tanto, al final sigue siendo la lectura de una novela. Y no hay nada, todavía no, que sustituya esa experiencia maravillosa que es una novela. Algo que ni el cine, ni las series televisivas, ni las experiencias multimedia me pueden dar.

-Así como la fotografía no acabó con la pintura, ni la televisión con el cine, ni las cámaras digitales con la fotografía como artefacto y obra artística, lo digital no acabará, por ejemplo, con las artes escénicas. Las transformará, creará nuevos hábitos, pero nunca nada sustituirá la emoción –para recordar cuando Venezuela era un portento cultural– que me produce tener ante mí a Tadeusz Kantor, a Kazuo Ono, a José Ignacio Carbrujas o a Rafael Briceño, representando un personaje frente a mis ojos, escuchándolo, oliéndolo, sintiendo su esfuerzo personal para convencerme de ese otro que representa, viendo salir las lágrimas, las suyas y las mías.

-Desde su óptica, ¿cómo han reaccionado los artistas frente a la pandemia?
-Pues yo diría que una reacción común ha sido tratar de seguir haciendo arte. Utilizar las redes. O inventarse otras maneras. Acá en Bogotá, por ejemplo, grupos de mariachis, o de música llanera venezolana, o de vallenatos, van tocando por los edificios, dando serenatas diurnas, y los vecinos les dan dinero, una bolsa de harina o un aguacate. Es conmovedor. En las platabandas de Caracas, por ejemplo, proyectan películas. En Sarría, la celebración de la fiesta de San Pedro, tradición que mantiene gente que vino de Guatire, se hizo a través del WhatsApp. Adriana Gibbs y sus cómplices hacen catas de vino a distancia, envían el vino a las casas y por las redes dirigen la cata. La palabra en boga es “reinventarse”.

-Ante la realidad planteada, los centros de poder (los gobiernos) han recurrido al asesoramiento de científicos, médicos, economistas, políticos, pero una parte de la intelectualidad ha sido dejada de lado: psicólogos, filósofos, sociólogos. ¿Qué opina al respecto?
-No estoy seguro de que hayan sido dejados de lado. Es obvio que los más importantes en este momento son los epidemiólogos, médicos y paramédicos, en general, pero las reflexiones mundiales para tratar de entender el fenómeno han puesto aún más de moda a pensadores como Yuval Noah Harari, que con su libro De animales a dioses había adelantado reflexiones sobre nuestra especie como depredadora. O a autores como Alessandro Baricco, que en The Game, había anunciado los cambios profundos que nos reservaba la era digital.

@juanchi62
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