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Manuel Hernández-Silva: “La música popular nunca ha faltado en mi vida”

Considerado en Europa como uno de los más importantes directores de su generación, el músico sorprendió en España con “Deshabitando el alma”, un viaje a su niñez que devela su relación con la poesía

  • MARITZA JIMÉNEZ

04/06/2020 01:00 am

Quizás menos mediático que Dudamel, y tan criollo como la arepa de maíz pilado o el guayoyito, Manuel Hernández-Silva (Caracas, 1962) está considerado por la crítica europea como “uno de los músicos jóvenes más importantes de su generación”. Director musical y artístico de las filarmónicas de Navarra y Málaga, instituciones a las que elevó a niveles de popularidad sin precedentes, sus numerosas presentaciones en el mundo entero son siempre seguidas de los más encomiados elogios.

Pero este caraqueño, hoy de nacionalidad española, formado en Austria y Estados Unidos, tenía un secreto bien guardado. Un pasado literario que sale a la luz en una sorpresa editorial de Kalathos en España, que despierta interés en todos los medios españoles y ya se puede encontrar en El Argonauta, La casa del Libro, Amazon y otras plataformas.

Se trata de Deshabitando el alma, las memorias de este joven músico venezolano cuya infancia en la casa de su abuelo en Zaraza (estado Guárico), lo inicia en la música popular, mientras en la poesía cuenta con dos grandes referentes de nuestras letras, Luisa del Valle Silva y Alfredo Silva Estrada.

-Su pasión primera despierta junto a los maestros Eduardo Serrano o Rodrigo Riera. Luego, estudios de primaria en el colegio Emil Friedman, recordado por su tradición en la formación musical en Venezuela, lo conducen al mundo académico. ¿Cómo fue ese paso?
-En casa, la música popular estuvo siempre muy presente en innumerables tenidas musicales y parrandas, con Eduardo Serrano, a quién llamé tío toda mi vida; Rierita (Rodrigo Riera), su inseparable amigo y acompañante con la guitarra, y César Prato, quien nos deleitaba con sus bellísimas canciones. Aquello era una maravilla. Luego en Zaraza, en casa de mi abuelo paterno, escuché mucha música popular de la buena, como se dice coloquialmente.

-De manera que yo crecí con esto –añade-, con los discos del Quinteto Contrapunto. Puedo contar que Rafael “Fucho” Suárez me durmió en Zaraza a golpe de cuatro, instrumento que aprendí de mi abuelo Manuel. Luego el colegio Friedman, claro, allí comencé con el violín y luego con la viola, para seguir con la dirección coral. Pero la música popular, madre del cordero, nunca ha faltado en mi vida. Sin fandango no hay Mozart, eso es así”.

-Háblenos de su formación literaria, con la que sorprende en este libro. ¿Había escrito antes?, ¿qué géneros, qué autores, lo marcaron?
-Soy sobrino-nieto de la gran poeta Luisa del Valle Silva y sobrino de Alfredo Silva Estrada, Premio Nacional de Poesía, por tanto, en casa siempre hubo mucha poesía. Y antes de marchar a Viena a estudiar música, estuve un año en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Pero yo escribí mucho durante mi adolescencia, inspirado en lo que leía, que era de todo un poco: Whitman, Baudelaire, Rilke, Miguel Hernández, Lorca, Machado, en fin, de todo, y encontraba en ese ejercicio una forma de sentirme libre, de vivir mi edad de entones.

-Primero va a Estados Unidos a estudiar música, donde está por ocho meses, y luego hace realidad su sueño de ir a Viena, donde se forma de la mano de Hans Ochsenhofer, solista de la Filarmónica, y Reinhard Schwarz en dirección orquestal. ¿Podría hablarnos de eso?
-Voy a Viena por mediación del maestro Emil Friedman. Llegué a un mundo totalmente nuevo para mí. Después de completar mis estudios de dirección, gané el concurso de jóvenes directores convocado por la Orquesta de Cámara de Viena y a partir de allí fui abriéndome camino en este difícil y complicado oficio. Y aquí sigo. Vivir es una hermosa lucha agónica.

–¿Por qué la necesidad de escribir sus memorias? ¿Está relacionado con aquello de que Venezuela es un país sin memoria?
-Más que mis memorias, Deshabitando el alma es un viaje introspectivo que comienza con un recuerdo de mi niñez que quedó grabado en mi alma, y lo que hago es ir despojándome del dolor de aquel episodio, que fue la muerte de mi abuelo materno, y desandando todo el camino hasta que, finalmente, cierro la puerta de mi apartamento en Viena, consciente de que, por fin, me había hecho hombre. El texto tiene momentos muy íntimos, pero también está lleno de episodios muy sabrosos, con mucho humor, y por otra parte, momentos verdaderamente líricos, donde incluyo algunos poemas y microcuentos.

“Pero yo no creo que Venezuela sea un país sin memoria”, aclara. “Al contrario. Creo que somos un país con una memoria que nos han intentado hurtar. La Venezuela de mi terruño, de Barlovento y Compadre Pancho, del 'Ande altivo y su corona de nieves', de un 'heladero con clase' y de los valses de Eduardo Serrano y tantos otros maestros de nuestra música popular universal, sigue estando allí. Y el día de más nunca, todavía seguirá siendo nuestra.

-¿Tiene pensado volver algún día?
-En volver pienso siempre, es un sueño, es mi tierra. Cuando todo pase, y si aún sigo vivo, ahí estaré, y ojalá sea para poder desarrollar un proyecto de alto rendimiento con una de nuestras orquestas. Es un granito de arena, pues otra cosa no sé hacer.

-La emergencia por la pandemia le impidió presentar su libro formalmente en España, y, dicen, cerrar con broche de oro su despedida al frente de la orquesta de Málaga, en el marco de los 250 años del nacimiento de Beethoven. Pero, más allá de eso, ¿cree que esta pandemia producirá en realidad algún cambio en el futuro de la Humanidad?
-Ya me gustaría. Yo observo una enorme polarización en la sociedad, en gran medida debido a la enfermedad del pensamiento único, muy propio de los absolutismos de cualquier índole. Si nos ceñimos a la música, y creo que valdría para el resto de oficios, yo deseo fervientemente que la excelencia llegue para quedarse de una vez y hasta siempre.

@weykapu


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