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A CONTROL REMOTO

El primer latino en Hollywood

Recordamos a Anthony Quinn al cumplirse 105 años de su nacimiento, un actor todo terreno que trabajó con los mejores y ganó dos premios Óscar

  • AQUILINO JOSÉ MATA

01/05/2020 01:00 am

“Soy Anthony Quinn: hijo, hermano, recolector de fruta, estudiante, amante, actor, marido, padre, escultor, pintor, bastardo arrogante. Soy mexicano, irlandés, indio, americano, italiano, griego, español, chino, esquimal, musulmán. Soy todas esas cosas y muchas más. Y muchas menos. Pero, por encima de todo, soy un artista. Ese fue mi principio y ese será mi final”. Así hablaba de sí mismo en sus memorias, que tituló One Man Tango, Antonio Rodolfo Quinn Oaxaca, como era su nombre de pila, nacido en Chihuahua, México, el 21 de abril de 1915, hace 105 años, y fallecido en Boston en 2001 luego de una carrera fulgurante.

Fue, a no dudarlo, el actor latino más relevante de la historia de Hollywood. Rodó casi 150 películas, convirtiéndose en todo un pionero. “En aquella época, ningún mexicano trabajaba en cine, así que yo cambié el modo en que se trataba a los chinos, a los negros, a los latinos”, recordaba.

Hijo de emigrantes mexicanos en California, su padre, Francisco, había participado en la Revolución Mexicana, donde conoció a su madre: “Nací en una revolución que fue la guerra más romántica de la época moderna. El pueblo se alzó en armas, con un señor que se llamaba Pancho Villa y mis papás lucharon a su lado”. La futura estrella tuvo que ganarse la vida y ayudar en casa desde niño, tras la temprana muerte de su padre. “No siento vergüenza por mis orígenes humildes. Todo lo contrario, diría. No todos llegan a donde yo he llegado, empezando de cero”.

Mae West fue su mentora
Fue poco después de su adolescencia cuando descubrió el arte, en brazos de una amante mayor que él, y, más tarde, tomando clases de pintura, interpretación y arquitectura. De ahí al cine, avalado por Mae West. Debutó como extra en La Vía Láctea (Leo McCarey, 1936) y sus papeles fueron creciendo en filmes como Bufalo Bill y Union Pacific, de su entonces suegro Cecil B. DeMille, y en Murieron con las botas puestas, Sangre y arena y The Ox-Bow Incident.

El director Elia Kazan fue clave en su carrera. A finales de los años 40, le dio el papel protagónico de Un tranvía llamado Deseo, sustituyendo a Marlon Brando en una gira por los teatros del país, incluyendo Broadway, en el reestreno de la obra. Después, lo contrató para la película ¡Viva Zapata! (1952), por la cual ganó el primero de sus dos Óscar. “Es fácil dirigirlo, te escucha como un niño”, opinaba el cineasta sobre él.

Intérprete con tendencia a la sobreactuación, le costó salir del encasillamiento al que su origen mexicano lo condenaba, del cual logró deslastrarse en Europa, gracias a Federico Fellini, quien le regaló el papel de Zampanó, un violento forzudo de circo, en La strada (1954). Años después, aún agradecido, el actor escribiría una carta al cineasta italiano y a su mujer, Giulietta Massina (la Gelsomina de la película), donde, entre otras cosas, les manifestaba: “Ustedes dos me brindaron el mejor momento de mi vida”.

Esa época, de mediados de los 50 a finales de los 70, coincidió con sus mejores papeles: El loco de pelo rojo (Vincente Minnelli, 1956, que le valió su segundo Óscar, encarnando al pintor Paul Gauguin), Nuestra Señora de París (Jean Delannoy, 1956), El hombre de las pistolas de oro (Edward Dmytryk, 1959), Los dientes del diablo (Nicholas Ray, 1960), Los cañones de Navarone (J. Lee Thompson, 1961), Barrabás (Richard Fleischer, 1961), Lawrence de Arabia (David Lean, 1962), Zorba el griego (Mihalis Cacoyanis, 1964), Viento en las velas (Alexander Mackendrick, 1965), Las sandalias del pescador (Michael Anderson, 1968), La herencia Ferramonti (Mauro Bolognini, 1976), Mahoma: el mensajero de Dios (Moustapha Akkad, 1977) y El griego de oro (J.L. Thompson, 1978).

Mujeriego impenitente
Tan legendaria como su trabajo ante las cámaras fue su condición de mujeriego. Casado en tres ocasiones, confesó multitud de amoríos en sus memorias (con Rita Hayworth, Carole Lombard, Ingrid Bergman y la hija de esta, Pia Lindstrom). Con su primera esposa, Katherine DeMille, tuvo cinco hijos (el primero, Christopher, murió ahogado en la piscina de W.C. Fields cuando sólo tenía 3 años). Cuenta la leyenda negra que la noche de bodas descubrió que ella no era virgen, lo que desató su furia y justificó sus continuas infidelidades.

Rodando Hombre o demonio (Pietro Frascisci, 1954) conoció a Iolanda Addolori, responsable de su vestuario, con la cual inició una relación y se casó 12 años más tarde. Fue la madre de tres de sus hijos. Su matrimonio se rompió en medio de un escándalo mediático, cuando un Quinn, ya casi octogenario, tuvo una hija con su secretaria, Kathy Benvin. Sería su tercera y última esposa, y con ella aún sumó otro vástago, el número 13 (tres de ellos extramatrimoniales).

Nunca dejó de trabajar. Concentrado en la escultura, su gran pasión, paseó su carisma histriónico hasta el final, en títulos de todo tipo: dirigido por Spike Lee (Jungle Fever) y Alexander Rockwell (Alguien a quien amar), con Keanu Reeves y la española Aitana Sánchez-Gijón en Un paseo por las nubes y junto a Arnold Schwarzenegger en El último gran héroe y a Sylvester Stallone en El protector, que fue su última película.

“Hacer cine es seductor, te intoxica, pero es sólo una manera más de ganarse la vida. Y ahora, ya tan mayor, me he dado cuenta que de todo lo que hice, es lo que más me llena”, dijo en sus días finales.

@aquilinojmata
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