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Los "buenos muchachos" nunca mueren

Con "El irlandés", el cineasta neoyorquino Martin Scorsese no solo alcanza la cima de su expresión artística, sino que depura su estilo narrativo y construye la épica definitiva del cine de mafia

  • JUAN ANTONIO GONZÁLEZ

12/01/2020 01:00 am

Martin Scorsese es uno de los pocos cineastas estadounidenses que ha sabido conectar su vida con su obra. Creció con el miedo como única garantía de sobrevivencia. Y en las calles de la Pequeña Italia, en Manhattan, se topó de frente con la violencia provocada por el crimen organizado desde los cimientos de familias ítalo-americanas que a partir de modestos negocios crearon consorcios muy poderosos a través de chantajes, sobornos y reyertas que les permitieron tener el control absoluto del mercado, tanto en los bajos fondos neoyorquinos como en las altas esferas del poder político de todo un país.

Por ello, no es de extrañar que las mejores obras como cineasta de Scorsese (Flushing, Long Island, Nueva York, 1942) se encuentren en las historias que ha contado a través de personajes como el Charlie que encarnó Harvey Keitel en Mean Streets (1973), un mafioso que ayuda a su irresponsable amigo, Johnny Boy (Robert De Niro), a pagar las deudas que tiene con numerosos acreedores; o el Travis Bickle que compuso Robert De Niro para El taxista (1976), un joven ex combatiente de Vietnam que traslada los traumas que le dejó la guerra a la nocturnidad de las calles neoyorquinas; o el Henry Hill (Ray Liotta) de Goodfellas (1990), que al inicio de la película suelta esta perla: “Que yo recuerde, desde que tuve uso de razón, quise ser un gángster”.

Desde Casino (1995), Scorsese no había vuelto a la temática que mejor conoce: el mundo de relaciones, traiciones y venganzas de la mafia. Ahora lo ha hecho con El irlandés, proyecto que no encontró financistas en las grandes casas productoras de Hollywood, pero cuyo presupuesto, de 160 millones de dólares, fue cubierto por la plataforma de streaming Netflix, que busca desesperadamente cómo hacer que sus producciones originales lleguen a las salas de cine.

Retrato de familia: Harvey Keitel, Joe Pesci, De Niro, Scorsese y Pacino (CORTESÍA NETFLIX)

Como quiera que sea, en El irlandés confluyen dos buenas noticias: por una parte, representa el reencuentro de Scorsese con los actores con los que consolidó su prestigio artístico: Robert De Niro (productor, además, de la cinta); Al Pacino y Joe Pesci. Los “buenos muchachos” nunca mueren. Por otra parte, significa la depuración de su estilo visual y de su narrativa. La película está basada en hechos reales, vertidos en el libro biográfico de Charles Brandt, I Heard You Paint Houses, adaptado para la pantalla por Steven Zaillian.

Contada a manera de revisión de lo vivido, en El irlandés el anciano veterano de guerra Frank Sheeran (De Niro) recuerda sus días de guardaespaldas y matón al servicio del mafioso Russell Bufalino (Pesci), quien pronto lo conecta con Jimmy Hoffa (Pacino), poderoso sindicalista condenado por manipulación de jurado, intento de soborno y fraude en 1964 y desaparecido en 1975.

Aunque en la película se aporta una versión sobre la muerte de Jimmy Hoffa, lo importante en el desarrollo de la trama es la forma en la que Scorsese describe el ascenso y caída de Sheeran, cómo de un conductor de camiones pasa a ganarse la confianza del jefe de una familia criminal de Northeastern, Pennsylvania (Bufalino), y luego la de Hoffa, a quien termina traicionando.

Durante sus tres horas y media de duración, El irlandés desteje los hilos de un frágil entramado de complicidades y delaciones, de amistades que se creen sólidas y de odios agazapados… Un mundo de relaciones humanas donde cada quien actúa de acuerdo con sus ambiciones, su sed de poder. Un mundo corrupto que pone en el mismo nivel a mercenarios callejeros y prominentes líderes políticos. Algo así como lo que ocurre en la Venezuela de hoy, gobernada con la sordidez de la ilegalidad.

A la vez íntima y épica, El irlandés no esquiva hacer referencias a parte de la historia contemporánea de Estados Unidos, pues entronca los asesinatos de los Kennedy, por citar un ejemplo, con las operaciones de la mafia.

Eso sí, la mirada de Scorsese al mundo del crimen organizado ha cambiado. Pasó del vértigo explosivo de Buenos muchachos y el glamour deslumbrante de Casino, al relato sosegado y oscuro -casi melancólico- de El irlandés. Y ello por una razón fundamental: el artista neoyorquino va en su primera obra para Netflix directamente al corazón del poder, ese que se disputan tanto en los bajos fondos de Little Italy como en las altas esferas de la política estadounidense.

Su filme, sin duda una especie de epitafio del que participan sus viejos grandes amigos, resume sus obsesiones creativas: el valor de la familia, el catolicismo, la lealtad, la traición, la culpa, el remordimiento y la redención, a la que su cansado Frank Sheeran espera en la soledad de su habitación en un ancianato. Por ello le pide al sacerdote con el que se confiesa que deje la puerta entreabierta…

@juanchi62


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