Los tortuosos límites de un amor devenido en afecto
La cinta "Historia de un matrimonio", del cineasta neoyorquino Noah Baumbach, es una de las grandes obras de la temporada de premios
Noah Baumbach es el cineasta de lo sencillo y lo esencial. En sus películas, la economía de recursos -el bajo presupuesto de las producciones independientes- va de la mano no solo del uso de locaciones naturales y la inexistencia de efectos especiales, sino también de la simplicidad de las historias que él desea contar. Y el tema que más lo obsesiona así se lo permite: las relaciones humanas y/o familiares atravesadas por sensaciones como el desencanto o la imposibilidad de la autorrealización.
La más reciente obra de Baumbach, Historia de un matrimonio, lo tiene todo para ser la magnífica película que es, pero también lo tiene todo para pasar por debajo de la mesa en una temporada de premios en la que tradicionalmente se privilegian los empaques vistosos, llamativos, estridentes.
De entrada, se trata de un filme que sorprende por la contundencia de su estructura narrativa que, por añadidura, prescinde de los golpes de efecto; la naturalidad y densidad de las actuaciones de sus protagonistas -Scarlett Johansson y Adam Driver-, y la original perspectiva desde la que el director de cine nacido en Brooklyn en 1969 retrata el desmoronamiento emocional por el que transita una pareja que decide divorciarse.
Aunque la existencia de un hijo en común es fundamental en el rumbo que tomarán las vidas de Charlie (Adam Driver), director de teatro en Nueva York, y Nicole (Scarlett Johansson), actriz de teatro, cine y televisión a la que se le presenta un apetecible proyecto en Los Ángeles, Historia de un matrimonio se aparta del curso que sigue el edulcorado argumento de Kramer vs. Kramer (Robert Benton, 1979), y desnuda ante un espectador subyugado, a dos personas adultas, cultas y progresistas que deben dilucidar, con el desgarro interior que ello representa, si seguir en su proceso de separación el camino que les señalan sus abogados y que amenaza con convertirlos en enconados enemigos, o entender y aceptar que el amor que el uno sintió por la otra, y viceversa, está condenado a mutar en afecto sincero, en respeto y hasta en complicidad por el bien Henry, el pequeño hijo de ambos.
Sin recurrir ni a finales felices ni a mensajes aleccionadores, Noah Baumbach se vale de gestos mínimos, como el momento en que Nicole ata los cordones de los zapatos de Charlie, para demostrar que tanto el director teatral interesado en textos autorales como la actriz en busca de éxito, han sabido traspasar los tortuosos bordes de un amor devenido en afecto, sin truncar por ello sus aspiraciones personales; la de ella, hacer carrera en Hollywood, y la de él, hacerse de un nombre en Broadway.
La más reciente obra de Baumbach, Historia de un matrimonio, lo tiene todo para ser la magnífica película que es, pero también lo tiene todo para pasar por debajo de la mesa en una temporada de premios en la que tradicionalmente se privilegian los empaques vistosos, llamativos, estridentes.
De entrada, se trata de un filme que sorprende por la contundencia de su estructura narrativa que, por añadidura, prescinde de los golpes de efecto; la naturalidad y densidad de las actuaciones de sus protagonistas -Scarlett Johansson y Adam Driver-, y la original perspectiva desde la que el director de cine nacido en Brooklyn en 1969 retrata el desmoronamiento emocional por el que transita una pareja que decide divorciarse.
Aunque la existencia de un hijo en común es fundamental en el rumbo que tomarán las vidas de Charlie (Adam Driver), director de teatro en Nueva York, y Nicole (Scarlett Johansson), actriz de teatro, cine y televisión a la que se le presenta un apetecible proyecto en Los Ángeles, Historia de un matrimonio se aparta del curso que sigue el edulcorado argumento de Kramer vs. Kramer (Robert Benton, 1979), y desnuda ante un espectador subyugado, a dos personas adultas, cultas y progresistas que deben dilucidar, con el desgarro interior que ello representa, si seguir en su proceso de separación el camino que les señalan sus abogados y que amenaza con convertirlos en enconados enemigos, o entender y aceptar que el amor que el uno sintió por la otra, y viceversa, está condenado a mutar en afecto sincero, en respeto y hasta en complicidad por el bien Henry, el pequeño hijo de ambos.
Sin recurrir ni a finales felices ni a mensajes aleccionadores, Noah Baumbach se vale de gestos mínimos, como el momento en que Nicole ata los cordones de los zapatos de Charlie, para demostrar que tanto el director teatral interesado en textos autorales como la actriz en busca de éxito, han sabido traspasar los tortuosos bordes de un amor devenido en afecto, sin truncar por ello sus aspiraciones personales; la de ella, hacer carrera en Hollywood, y la de él, hacerse de un nombre en Broadway.
Si Netflix continúa apoyando proyectos de este tipo, no habrá escaramuza, como la de los pasados Globos de Oro, que le haga mella.
@juanchi62
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