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El éxodo une a artistas de Perú y Venezuela

Crónicas migrantes agrupa en el Museo de Arte Contemporáneo de Lima a artistas que dialogan sobre la migración

  • DIANA MONCADA

27/10/2019 01:00 am

ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL
La casa es quizás la metáfora más frágil de la migración. Es lo primero que se pierde y lo último que el migrante encuentra en su recorrido. Al migrar, la casa se desvanece, se carga como una cruz, se olvida o se persigue siempre. Es el lugar que determina la distancia entre lo ajeno y lo familiar e impone los primeros cambios en la psiquis del que se desplaza.

El último cuartucho, escultura móvil hecha de esteras, del artista peruano Juan Javier Salazar, habla de la imposibilidad de una casa que, en lugar de protección, ofrece desamparo y vulnerabilidad. Y es la obra que inicia el recorrido de la exposición Crónicas migrantes, recientemente inaugurada en el Museo de Arte Contemporáneo de Lima, bajo la curaduría de la venezolana Fabiola Arroyo.

La muestra congrega a más de 30 artistas de ambos países, cuyas historias y obras han sido atravesadas por la misma herida: la migración; y propone, según la curadora, “la relectura de un conjunto de obras de artistas peruanos que hablan, implícitamente o no, sobre la migración de ese país, en diálogo con las obras recientes de artistas venezolanos, en un contexto de éxodo masivo”.

Desde 2016, esta exposición ha venido mutando en la cabeza de Arroyo, primero concebida como una muestra itinerante y ahora presentada como un proyecto embrionario del cual pueden derivarse otras posibles líneas de investigación e iniciativas de diversa índole.


Obra de la venezolana Érika Ordosgoitti (CORTESÍA)

La diáspora
Arroyo denomina a estas obras como “narrativas del destierro” que unen y separan las realidades de ambos países y agrega que la muestra pone en evidencia “los desplazamientos identitarios de los propios artistas y con ello su intento por reconstruir esa identidad, a través de la obra de arte”.

La exposición reúne instalaciones, videoarte, libros de artista, fotolibros, textiles y serigrafías que ofrecen un panorama amplio con lecturas, formatos y lenguajes diversos que dan cuentan de los lugares, las voces y las miradas tan disímiles desde donde están hablando estos artistas, así como de las distintas materialidades de su obra, de la influencia de sus nuevos contextos de creación y de la fragmentación que inevitablemente impone la diáspora.

Ejes significantes
Crónicas migrantes “no tiene una pretensión historicista, sino más bien subjetiva”, afirma la curadora, cuyo punto de partida fue una investigación documental que se nutría de los Estudios Culturales y de su propia línea de indagación sobre Políticas de la Memoria.

Pocos meses después de llegar a Lima y comenzar a tejer una red de contactos, Arroyo logró reunir las obras de estos artistas, poniéndolas en diálogo a través de lo que llama “4 ejes significantes”:

Cuerpo: reúne obras que representan “al cuerpo individual y social vejado, desvalorizado y en tránsito”, explica. Son representativas en este eje, el libro Informe de muertes violentas de la venezolana Teresa Mulet, donde cada muerte entre 1999 y 2016, ocupa un espacio en forma de cifra y toma cuerpo en un documento inmenso que tangibiliza la ausencia y la tragedia.

O el trabajo del peruano Andrés Pérez González, cuya serie de serigrafías representa a siluetas de manifestantes venezolanos que protestaron contra el Gobierno venezolano en diferentes momentos.


"Fervor", serie de serigrafías del artista peruano Andrés Pérez González (CORTESÍA)

Palabra: reúne testimonios, discursos y denuncias que usan como vehículo a la palabra. Es esencial aquí, la instalación sonora El último retorno, que el peruano José Luis Martinat creó a partir de la recopilación de comentarios publicados en YouTube por peruanos que encontraban en videos musicales de canciones criollas, la plataforma ideal para expresar su añoranza, su rencor, sus juicios xenofóbicos y hasta su idealización sobre el regreso a la patria.

Por su parte, Trochas (20 mil pesos por persona), de la venezolana Ana Mosquera, es un textil donde se inscriben datos recopilados que venezolanos compartían en un grupo de Facebook para encontrar rutas ilegales que les permitieran cruzar las fronteras.

Territorio: es el eje donde se inscriben las obras que “cruzan fronteras y conjugan geografías y paisajes”. Es importante aquí el trabajo del venezolano Juan José Olavarría, quien bordó a mano sobre un mapa textil de América del Sur, la ruta de los llamados “Caminantes venezolanos” que emigran, desplazándose a pie, por los territorios del continente.

Los cuadernillos Dibujando América, de la pareja peruana Gilda Mantilla y Raimond Chaves, representan a diversos paisajes del territorio venezolano y de otros países vecinos, en tiempos en los que la migración masiva apenas era una intuición lejana. Y se enfrentan a 2219, tres libros de la artista venezolana Alicia Caldera, que establecen un recorrido por la migración venezolana en Colombia, el tránsito, los nuevos espacios habitados, lo ajeno y la fragmentación de la identidad.

Y finalmente, Casa: donde se aborda “el arraigo/desarraigo, la memoria, la casa que se lleva a cuestas”, como los caracoles del video performance Ostracismo del venezolano Max Provenzano. O la serie de la venezolana Marylee Coll, quien propone un registro fotográfico íntimo sobre algunas casas abandonadas por familias de clase media, a causa de la migración.


Videoperformance de Max Provenzano, "Ostracismo" (CORTESÍA)

Cada eje cuenta con una representación de prácticas artísticas que denotan las transformaciones identitarias y la dispersión de las voces migrantes, lo cual significó un gran esfuerzo logístico desde todo punto de vista.

Para Arroyo, la exposición “propone una reflexión sobre los procesos migratorios, pero también es una oportunidad para pensar, en el ámbito cultural, sobre las difíciles condiciones de los artistas y de las instituciones artísticas que deben lidiar con las carencias y los obstáculos de un sector que tradicionalmente es menos prioritario que cualquier otro”.

La muestra estará en sala hasta febrero de 2020 y Fabiola Arroyo tiene la visión de que ésta sirva como un proyecto iniciático, del cual se deriven en adelante otras iniciativas artísticas, de investigación, de intervención y de debate en comunidad para seguir pensando el arte contemporáneo en contextos tan mutantes como el que vivimos actualmente.

@Moncadadiana 
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