Mucha agua ha pasado debajo del puente desde que Charles Addams creó en 1938 La familia Addams y, por ende, a sus retorcidos y disparatados personajes, entre los que figura, Merlina.

Con el paso de las décadas, la que nació como una niña “pálida y delicada... sensible y tranquila, a la que le encantan los picnics y las salidas a las cavernas subterráneas... una niña solemne, vestida de gala y, en general, bastante perdida... reservada e imaginativa, poética, desfavorecida y dada a berrinches ocasionales...”, en palabras de su propio autor, se fue transformando, cortesía de la televisión y el cine, en una criatura con personalidad severa y siniestra, conocida por su humor negro, su ingenio agudo y su comportamiento siniestro, así como por su fascinación por la muerte y la sangre. Ni hablar de sus cualidades detectivescas y naturaleza solitaria y fría.

Por estos días, los fanáticos del clan Addams celebran la llegada a Netflix de los primeros cuatro capítulos de la segunda temporada de la serie inspirada en la historia de la primogénita del matrimonio conformado por Morticia (Catherine Zeta-Jones) y Homero (Luis Guzmán), bajo la impronta de Tim Burton.

En esta oportunidad, Merlina (Jenna Ortega) vuelve por voluntad propia a la Academia “Nunca jamás”, dirigida por el rector Barry Dort (Steve Buscemi), en compañía de su hermano Pericles (Isaac Ordoñez), sumergiéndose –sin imaginarlo- en una historia enfocada en el terror psicológico, que le rinde homenaje a clásicos de este género, llena de elementos expresionistas y góticos, en la que se torna más tensa la relación con su madre y se despliega su química con su abuela (Joanna Lumley), su tío Lucas (el actor de orígenes venezolanos Fred Armisen) y hasta con Dedos (Víctor Dorobantu).