“Para mí literatura es literatura. No creo que debamos ponerle etiquetas”
Para Fedosy Santaella, su nuevo libro de cuentos, "Los escapistas", no aborda solo la migración, sino la huida y el arte de escapar
“Los personajes de Los escapistas no son solo migrantes, son prófugos de la realidad, se refugian en la música, en las grietas de una pared, en un saxofón, en un amor perdido. Se escapan como pueden, como todos lo hemos hecho en algún momento”.
Con estas palabras se refiere el escritor Israel Centeno al más reciente volumen de cuentos de Fedosy Santaella, publicado bajo el sello editorial Oscar Todtmann, en el que este narrador, poeta, docente, asesor literario, y ahora dibujante, nos vuelve a sorprender con su dominio de la anécdota, la construcción de personajes y un manejo de referentes intertextuales que es reto permanente para el lector inteligente.
Instalado en México desde 2017, donde se desenvuelve como asesor literario particular de personas que quieren revisar sus trabajos o empezar a escribir un libro, y director a distancia de tesis de la Maestría Creativa de la Universidad de La Rioja, Santaella nació en Puerto Cabello, estado Carabobo, en 1970, dentro de una familia conformada por inmigrantes ucranianos del lado materno, y venezolanos de ascendencia española del lado paterno. Cursó estudios de Letras en las universidades Católica Andrés Bello y Central de Venezuela.
-¿Cuál es para usted la diferencia entre escribir cuentos y una novela?
-El cuento requiere de la economía del lenguaje y de situaciones mucho más tensas, así como de silencios prodigiosos y sugerentes que nos dejan sostenidos sobre un universo de símbolos inquietantes. En ese sentido, la novela puede detenerse más en el detalle y en las dispersiones. Siento que el cuento está más cercano a una forma sagrada de ver el mundo, mientras que la novela es menos mágica, más profana.
“Entre mi anterior libro de cuentos y Los escapistas hay diez años de diferencia”, afirma este escritor para quien la literatura ha sido un destino y una forma de vida. Trece novelas, tres poemarios y 18 libros de cuentos, traducidos al chino, esloveno, turco, inglés y japonés, testimonian una entrega total a la escritura, que le ha deparado merecidos reconocimientos en las bienales Pocaterra (2004), Ramos Sucre (2007) y Eugenio Montejo (2017), Concurso de Cuentos de El Nacional, y Premio internacional Novela Corta Ciudad de Barbastro (2016), entre otros.
“No quiero decir que estuve ese tiempo escribiendo el libro”, continúa. “Algunos cuentos son recientes, tendrán dos años como máximo. Otros son anteriores. Quizás el más añejo sea Taxidermia, cuento que ganó el Concurso de Cuentos de El Nacional en 2013. Pero yo tengo en México ya ocho años. ¿Qué quiero decir? Que el libro nació entre estas dos aguas, entre los cuentos nuevos y los que fueron revisados en esta etapa. Así que escribí un poco con el tema de la migración en mente, y fui dándoles vueltas, redondeándolos. Algunos tratan directamente el tema del ‘escape’ migratorio, como Incompleto, otros hablan de huidas interiores necesarias.
En el volumen, quince relatos desafían la imaginación con nuevas formas de abordaje de la literatura neo fantástica, hilvanados por el tema de la huida, el escape o la disolución.
Con estas palabras se refiere el escritor Israel Centeno al más reciente volumen de cuentos de Fedosy Santaella, publicado bajo el sello editorial Oscar Todtmann, en el que este narrador, poeta, docente, asesor literario, y ahora dibujante, nos vuelve a sorprender con su dominio de la anécdota, la construcción de personajes y un manejo de referentes intertextuales que es reto permanente para el lector inteligente.
Instalado en México desde 2017, donde se desenvuelve como asesor literario particular de personas que quieren revisar sus trabajos o empezar a escribir un libro, y director a distancia de tesis de la Maestría Creativa de la Universidad de La Rioja, Santaella nació en Puerto Cabello, estado Carabobo, en 1970, dentro de una familia conformada por inmigrantes ucranianos del lado materno, y venezolanos de ascendencia española del lado paterno. Cursó estudios de Letras en las universidades Católica Andrés Bello y Central de Venezuela.
-¿Cuál es para usted la diferencia entre escribir cuentos y una novela?
-El cuento requiere de la economía del lenguaje y de situaciones mucho más tensas, así como de silencios prodigiosos y sugerentes que nos dejan sostenidos sobre un universo de símbolos inquietantes. En ese sentido, la novela puede detenerse más en el detalle y en las dispersiones. Siento que el cuento está más cercano a una forma sagrada de ver el mundo, mientras que la novela es menos mágica, más profana.
“Entre mi anterior libro de cuentos y Los escapistas hay diez años de diferencia”, afirma este escritor para quien la literatura ha sido un destino y una forma de vida. Trece novelas, tres poemarios y 18 libros de cuentos, traducidos al chino, esloveno, turco, inglés y japonés, testimonian una entrega total a la escritura, que le ha deparado merecidos reconocimientos en las bienales Pocaterra (2004), Ramos Sucre (2007) y Eugenio Montejo (2017), Concurso de Cuentos de El Nacional, y Premio internacional Novela Corta Ciudad de Barbastro (2016), entre otros.
“No quiero decir que estuve ese tiempo escribiendo el libro”, continúa. “Algunos cuentos son recientes, tendrán dos años como máximo. Otros son anteriores. Quizás el más añejo sea Taxidermia, cuento que ganó el Concurso de Cuentos de El Nacional en 2013. Pero yo tengo en México ya ocho años. ¿Qué quiero decir? Que el libro nació entre estas dos aguas, entre los cuentos nuevos y los que fueron revisados en esta etapa. Así que escribí un poco con el tema de la migración en mente, y fui dándoles vueltas, redondeándolos. Algunos tratan directamente el tema del ‘escape’ migratorio, como Incompleto, otros hablan de huidas interiores necesarias.
En el volumen, quince relatos desafían la imaginación con nuevas formas de abordaje de la literatura neo fantástica, hilvanados por el tema de la huida, el escape o la disolución.

Según el autor, su libro habla del arte de perderse y de encontrarse (CORTESÍA)
“Digamos que el tema de la huida, del movimiento, del ir o estar en lugares, es fundamental”, señala Santaella. “Las centollas de Ushuaia, por ejemplo, transcurre, tal como el nombre lo indica, en Ushuaia, Argentina. Allí tenemos un venezolano que se ha ido para allá, huyendo quién sabe de qué (quizás del país, que ya es suficiente motivo) y que trabaja ahora como mesonero en un restaurante que vende centollas. Allí conoce a otro escapista, un argentino que huyó de Buenos Aires y que tiene una historia, un pasado que lo alcanzará. Hay otro cuento que transcurre en Misiones, Argentina; otro que transcurre en Bogotá, y su protagonista, en este caso, termina escapando de una historia absolutamente lynchiana”.
Sin embargo, advierte, su libro no se pretende un trabajo sobre la migración, aunque la considere: “El libro –aclara- no toca en exclusiva el tema de la migración, sino de los escapes en general, del arte de perderse y de encontrarse, una actividad humana propia de la sobrevivencia, del decoro de seguir viviendo, de la búsqueda de un sentido, a veces incluso de un absurdo necesario para seguir existiendo en un mundo que te obliga a actuar con un buen sentido que más bien resulta tiránico. Se escapa para seguir vivo, ¿no es cierto?
-¿Qué opinión le merece la llamada “literatura de la diáspora”?
-Para mí literatura es literatura. No creo que debamos ponerle etiquetas. Esos son nombres para venderse, para hacerse un corralito en torno a intereses de pequeños grupos con hambre de fama. Sin duda, llevamos nuestro país a donde vamos. Pero el tema ha permeado nuestras letras Y hablamos de ello. Pero podemos hablar de eso y mil cosas más. Lo importante es no hacer literatura para turistas literarios.
-¿Turistas literarios?
-Sí, tal cual. Repentismo, como lo llama Carlos Sandoval. Una literatura que se escribe sacándole jugo a la tragedia venezolana. Poco honesta y para nada sincera o sentida.
Paralelamente a su producción literaria, Fedosy Santaella ha recuperado su pasión por el dibujo, dedicándose también al mismo tiempo a la ilustración para sus clientes, o para sus propios libros, como en el caso de Los escapistas, cuya portada es de su autoría.
“Yo dibujaba mucho de niño”, confiesa. “Dibujé incluso durante los primeros años de la universidad. En algún momento lo dejé. No sé, otras distracciones ocuparon mi tiempo. Con la pandemia volví a dibujar otra vez, y no he parado desde entonces. Ya he escrito bastante, y lo seguiré haciendo, pero el dibujo me permite descansar de las exigencias de la escritura. El dibujo es una manifestación más del arte, de mis necesidades creativas. Creo que funciona como una forma de meditación, de acto de concentración en el que puedo respirar”.
“Cuando dibujo respiro de un modo diferente, cada trazo es una respiración. También me permite pensarme. Cuando escribo pienso en lo que escribo, cuando dibujo tengo espacio para pensar en mí, en mis actos, en como estoy con mi día a día, y con la vida que he vivido hasta ahora”.
@weykapu
“Digamos que el tema de la huida, del movimiento, del ir o estar en lugares, es fundamental”, señala Santaella. “Las centollas de Ushuaia, por ejemplo, transcurre, tal como el nombre lo indica, en Ushuaia, Argentina. Allí tenemos un venezolano que se ha ido para allá, huyendo quién sabe de qué (quizás del país, que ya es suficiente motivo) y que trabaja ahora como mesonero en un restaurante que vende centollas. Allí conoce a otro escapista, un argentino que huyó de Buenos Aires y que tiene una historia, un pasado que lo alcanzará. Hay otro cuento que transcurre en Misiones, Argentina; otro que transcurre en Bogotá, y su protagonista, en este caso, termina escapando de una historia absolutamente lynchiana”.
Sin embargo, advierte, su libro no se pretende un trabajo sobre la migración, aunque la considere: “El libro –aclara- no toca en exclusiva el tema de la migración, sino de los escapes en general, del arte de perderse y de encontrarse, una actividad humana propia de la sobrevivencia, del decoro de seguir viviendo, de la búsqueda de un sentido, a veces incluso de un absurdo necesario para seguir existiendo en un mundo que te obliga a actuar con un buen sentido que más bien resulta tiránico. Se escapa para seguir vivo, ¿no es cierto?
-¿Qué opinión le merece la llamada “literatura de la diáspora”?
-Para mí literatura es literatura. No creo que debamos ponerle etiquetas. Esos son nombres para venderse, para hacerse un corralito en torno a intereses de pequeños grupos con hambre de fama. Sin duda, llevamos nuestro país a donde vamos. Pero el tema ha permeado nuestras letras Y hablamos de ello. Pero podemos hablar de eso y mil cosas más. Lo importante es no hacer literatura para turistas literarios.
-¿Turistas literarios?
-Sí, tal cual. Repentismo, como lo llama Carlos Sandoval. Una literatura que se escribe sacándole jugo a la tragedia venezolana. Poco honesta y para nada sincera o sentida.
Paralelamente a su producción literaria, Fedosy Santaella ha recuperado su pasión por el dibujo, dedicándose también al mismo tiempo a la ilustración para sus clientes, o para sus propios libros, como en el caso de Los escapistas, cuya portada es de su autoría.
“Yo dibujaba mucho de niño”, confiesa. “Dibujé incluso durante los primeros años de la universidad. En algún momento lo dejé. No sé, otras distracciones ocuparon mi tiempo. Con la pandemia volví a dibujar otra vez, y no he parado desde entonces. Ya he escrito bastante, y lo seguiré haciendo, pero el dibujo me permite descansar de las exigencias de la escritura. El dibujo es una manifestación más del arte, de mis necesidades creativas. Creo que funciona como una forma de meditación, de acto de concentración en el que puedo respirar”.
“Cuando dibujo respiro de un modo diferente, cada trazo es una respiración. También me permite pensarme. Cuando escribo pienso en lo que escribo, cuando dibujo tengo espacio para pensar en mí, en mis actos, en como estoy con mi día a día, y con la vida que he vivido hasta ahora”.
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