OPINIÓN
“Araya”, venezolanamente universal
El cineasta Lorenzo Vigas recuerda cómo conoció a Margot Benacerraf en este texto en el que explica por qué “Araya” es la película más importante de nuestra cinematografía
Por LORENZO VIGAS

A principios de la década de los noventa, antes de empezar a soñar en hacer películas, cuando me apasionaba el cine pero había tomado la decisión de estudiar biología, vi algunos films que me marcaron, y que, de alguna manera, influyeron en que años más tarde decidiera dedicarme enteramente a lo que hago actualmente: películas.
La mayor parte de las películas que vi, fueron de Ingmar Bergman. Descubrí un cine que miraba hacia el interior de los personajes. Me asombró. Algo tan distinto a lo que hacíamos en Venezuela. O por lo menos, a lo que había visto hasta ese momento. Para ese entonces también vi Araya, de Margot Benacerraf. Me sorprendió la belleza de sus imágenes y la crudeza de sus personajes. Luego me enteré que la directora era amiga de mis padres.
Unos años después, durante una proyección organizada en el taller de pintura de mi padre para presentar mi primer video amateur, Vigas en el Museo de la Moneda de Paris, conocí a Margot. Recuerdo haber estado muy nervioso porque vería mi primer trabajo. Al final se acercó y me dijo que pensara seriamente en dedicarme a hacer películas. En ese momento, no había contemplado aún dejar la biología, pero no era cualquier persona la que me lo decía; era la directora de esa película que se había quedado grabada en mi memoria.
Vi Araya unas veces más, y cada vez, entendí un poco mejor por qué es la película más importante de nuestra cinematografía. No se ha hecho otra obra, que de una manera tan poderosa, logre una metáfora tan universal a partir de un lugar y de unos hechos tan locales. Es la obra más venezolanamente universal realizada en un país obsesionado en tratar de aparentar ser lo menos “venezolano” posible, sobre todo, en cuanto a su producción artística. Araya probó que la manera más acertada de conseguir lo universal es a través de lo local.
Recuerdo el día en que recibí una llamada de Margot porque había visto mi cortometraje Los elefantes nunca olvidan. Recuerdo su decepción al no ver en mi película referencias de su Araya. “¡Pero no se ven las salinas!”, dijo. Sabía que había filmado en la misma localidad. A partir de allí estuvo siempre cerca, pendiente de mis proyectos.
Lamento no haber podido pasar por su casa a mostrarle mi última película (La caja). Repetidas veces me había manifestado sus ganas de verla. Le había escrito recientemente para mandársela, quizás en las planicies de Chihuahua encontraría alguna referencia de su Araya. Así no la encontrara, su obra está siempre escondida en mis películas. Donde la cámara no apunta, en el olor del set.
Mayo 30, 2024
La mayor parte de las películas que vi, fueron de Ingmar Bergman. Descubrí un cine que miraba hacia el interior de los personajes. Me asombró. Algo tan distinto a lo que hacíamos en Venezuela. O por lo menos, a lo que había visto hasta ese momento. Para ese entonces también vi Araya, de Margot Benacerraf. Me sorprendió la belleza de sus imágenes y la crudeza de sus personajes. Luego me enteré que la directora era amiga de mis padres.
Unos años después, durante una proyección organizada en el taller de pintura de mi padre para presentar mi primer video amateur, Vigas en el Museo de la Moneda de Paris, conocí a Margot. Recuerdo haber estado muy nervioso porque vería mi primer trabajo. Al final se acercó y me dijo que pensara seriamente en dedicarme a hacer películas. En ese momento, no había contemplado aún dejar la biología, pero no era cualquier persona la que me lo decía; era la directora de esa película que se había quedado grabada en mi memoria.
Vi Araya unas veces más, y cada vez, entendí un poco mejor por qué es la película más importante de nuestra cinematografía. No se ha hecho otra obra, que de una manera tan poderosa, logre una metáfora tan universal a partir de un lugar y de unos hechos tan locales. Es la obra más venezolanamente universal realizada en un país obsesionado en tratar de aparentar ser lo menos “venezolano” posible, sobre todo, en cuanto a su producción artística. Araya probó que la manera más acertada de conseguir lo universal es a través de lo local.
Recuerdo el día en que recibí una llamada de Margot porque había visto mi cortometraje Los elefantes nunca olvidan. Recuerdo su decepción al no ver en mi película referencias de su Araya. “¡Pero no se ven las salinas!”, dijo. Sabía que había filmado en la misma localidad. A partir de allí estuvo siempre cerca, pendiente de mis proyectos.
Lamento no haber podido pasar por su casa a mostrarle mi última película (La caja). Repetidas veces me había manifestado sus ganas de verla. Le había escrito recientemente para mandársela, quizás en las planicies de Chihuahua encontraría alguna referencia de su Araya. Así no la encontrara, su obra está siempre escondida en mis películas. Donde la cámara no apunta, en el olor del set.
Mayo 30, 2024

Lorenzo Vigas y Margot Benacerraf celebran el León de Oro que el cineasta ganó en Venecia (CORTESÍA LORENZO VIGAS)
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