Dentro del cada vez más diverso panorama temático del cine venezolano contemporáneo, una película como La sombra del sol se recibe como una bocanada de aire fresco, sin que ello implique un desapego total de las realidades de un país en el que alcanzar los sueños, a veces, parece imposible. Para Miguel Ángel Ferrer, el coguionista, junto con Guillermo de la Rosa, y director del filme, los imposibles no existen.

De su padre gallego, aficionado al video, y su madre cubana, bailarina, Ferrer heredó una especial sensibilidad hacia el arte a la que ni su pasión por el atletismo opuso resistencia cuando a los 19 años decidió dejarlo todo para estudiar cine. Lo hizo en la Universidad de Miami, pues este caraqueño nacido en 1984 vive en Estados Unidos desde que tenía 13.

“El cine siempre fue algo muy respetado en mi familia. Mis padres siempre me llevaban al cine y también veíamos películas en la televisión que nos transportaban a lugares a los cuales no podíamos viajar porque no teníamos los recursos. Las historias de fantasía me abrían la mente a las posibilidades de la imaginación, al igual que lo hace un buen libro. Las películas me han cambiado, me han hecho mejor hermano, mejor hijo, mejor pareja; es ahí, en esa iglesia, donde muchos vamos a comulgar juntos, esa iglesia llamada 'cine’, donde me di cuenta del poder que tiene una historia bien contada, y yo quería y sigo queriendo cambiar el mundo a través de buenas historias, como ellas me cambiaron a mí”, dice Miguel Ángel Ferrer sobre la revelación del arte de las imágenes en movimiento.