Javier Téllez: “Yo soy hijo del exilio”
El artista venezolano inaugurará el jueves en el Museo Guggenheim Bilbao, la exposición individual "Teatro de sombras", compuesta por dos películas en las que reflexiona sobre el exilio
La obra de Javier Téllez es siempre una exhortación –sin imposiciones, claro– a voltear la mirada hacia aquellas personas a las que los cánones de la “normalidad” social han recluido en el olvido. Quienes protagonizan las instalaciones o las películas realizadas por el artista venezolano, nacido en Valencia, estado Carabobo, en 1969, son iguales a los que preferimos no ver, los desterrados del ojo público, los olvidados, los invisibles… esas rara avis que también nos configuran como colectivo. El Otro en el que no terminamos de reconocernos.


Si bien a finales de los años noventa, el artista hizo que el público de su obra experimentara con sus sentidos la atmósfera opresiva, desquiciada y deshumanizante de un hospital psiquiátrico (La extracción de la piedra de la locura, presentada en el Museo de Bellas Artes de Caracas en 1996) para más adelante registrar en la película Letter on the Blind for the Use of Those Who See (2007) las reacciones de seis invidentes que palpan el cuerpo de un elefante, de acuerdo con la parábola hindú The Blind Men and the Elephant, a estas alturas de un tercer milenio que paradójicamente ha ampliado las fronteras de la comunicación a distancia, pero ha cercado, amurallado, cerrado las fronteras geográficas, Javier Téllez reflexiona sobre el exilio, no a la manera tremendista y mediática de Ai Weiwei.
Desde 12 de este mes y hasta el 18 de noviembre, el Museo Guggenheim Bilbao expondrá Shadow Play, Teatro de sombras, muestra individual de Téllez, curada por Manuel Cirauqui, que reúne dos películas de 35 mm realizadas por él en 2014, como obras inéditas para una retrospectiva de su trabajo durante dos décadas, organizada por el museo Kunsthaus, de Zúrich: Bourbaki Panorama y Teatro de sombras.

"Bourbaki Panorama" (2014)
De la primera de ellas comenta el artista: “Se filmó en Lucerna, ciudad en la que existe uno de los panoramas –gigantescas pinturas circulares con una visión central de 360°– más importantes de Europa, que es el famoso Bourbaki Panorama, de Édouard Castres. Es una obra muy interesante porque no representa una escena de guerra, sino lo contrario: la derrota del ejército francés por las fuerzas prusianas y recrea la entrada de los soldados vencidos a Suiza, pidiendo asilo”.
Agrega Téllez que la pieza de Castres fue el leitmotiv de su película, a cuya realización se integró un grupo de inmigrantes que solicitaba asilo en Suiza, así como una obra de la colección permanente del Kunsthaus: la escultura La mano (1947), de Alberto Giacometti, creada por el artista suizo luego de ver una mano cortada en el suelo durante un bombardeo en Francia.
Causalidad o mera coincidencia, Castres hizo su panorama en el siglo XIX, en 1881; 66 años después Giacometti esculpió La mano y también 66 años luego, Téllez realizó Bourbaki Panorama. “De alguna manera, la obra de Giacometti se convierte en una especie de bisagra que organiza el discurso en la película”, explica el artista venezolano. “Los inmigrantes pasean alrededor del panorama empujando la escultura original. Es un homenaje al escultor al actualizar su obra con lo que pasa en la Europa del siglo XXI, en el que la emigración es uno de los temas fundamentales”.

"Teatro de sombras" (2014)
La segunda película, Teatro de sombras, que da nombre a la exposición de Téllez en el Guggenheim Bilbao, surgió de la idea de que fueran los mismos inmigrantes que participaron en Bourbaki Panorama los que contaran, a la manera de las sombras chinescas y sin decir palabra alguna, sus historias: cómo llegaron a Suiza, cómo hicieron el trayecto que va, por ejemplo, de Afganistán hasta Zúrich para pedir asilo... Como de costumbre, el artista trabajó con personas que no son actores profesionales y hasta les dio la libertad de participar en la redacción del guión.
“Es increíble cómo hemos involucionado a pasos agigantados en el tema de la inmigración. La situación de 2014 se ha agravado en el presente, incluso, la situación de los inmigrantes en Suiza ha variado, cada día son más limitadas las posibilidades de asilo”, apunta Javier Téllez.
-De alguna manera, ese tema se conecta con usted, que es un venezolano viviendo en Nueva York. Aunque sean situaciones distintas, hay en sus “actores” y en su persona un asunto de desarraigo.
-Más que de desarraigo, en mi caso, hablaría de nomadismo. En estos días la condición del intelectual venezolano es de nomadismo. El exilio es un tema muy común en Latinoamérica y obviamente en Venezuela. Yo soy fruto del exilio, soy hijo del exilio, “de la noche venimos y hacia la noche vamos”, Mi padre, el inmigrante era español y mi madre venezolana, crecí en un hogar del exilio, y del asilo, en el sentido de que mi padre, español, siempre se sintió como venezolano.
-Teatro de sombras alude a ilusión. ¿Por qué recurrió a esta técnica para hablar de una realidad tan compleja?
-Un objeto produce luz y sombra. La sombra es la marca del objeto, su mancha y cuando uno hace cine se da cuenta que lo que está haciendo es producir un lenguaje de luces y sombras, está filmando la inflexión de la luz sobre la película, una inflexión que siempre he asociado a la idea de la Verónica, del paño sagrado que cubre el rostro de Jesús y lo reproduce. El arte imita, pero el cine reproduce directamente la realidad porque es una impresión de ésta sobre la película. La historia del cine es una historia de la sombras, desde la cueva Platónica hasta Nosferatu. En Teatro de sombras, la sombra es el Otro, simbólicamente representa ese Otro que no queremos ver, ese Otro que es el inmigrante. Hoy más que nunca es nuestra responsabilidad ética el reconocimiento del Otro en nuestra propia identidad. Esto es lo único que podría salvarnos.
-¿Cuál es su percepción del exilio?
-En el contexto específico de nuestro país, hoy tenemos que hablar de dos Venezuela. No es suficiente hablar de la Venezuela de la oposición y la oficialista, sino de la Venezuela que vive en Venezuela y de la Venezuela que vive en el exilio. Son dos países: ambos fragmentados y dispersos por el exilio. Mi exilio no fue político, me fui de Venezuela en el año 91 y fue una consecuencia del propio exilio en el que nací, aquel año fui a la tierra de mis padres, de mis ancestros, España, y luego terminé en Nueva York. Después de tantos exilios lo que permanece es el nomadismo. Es lo que siempre he querido hacer: viajar, de un hospital psiquiátrico a otro, por ejemplo… Siempre he tenido la intención de crear un nuevo país ficticio con aquellos que están conectados a la otredad, con aquellos que son excluidos en cada país.
-¿Será que la humanidad, o buena parte de ella, busca una “tierra prometida” que no existe?
-La tierra prometida, quizás, solamente exista dentro de nosotros. Lo importante no es el sitio a donde se llega, sino el viaje, en sí mismo. Una de las características del siglo XXI es la recurrencia de los movimientos migratorios. En el siglo pasado esa particular condición existencial del ser humano fue descrita de manera brillante por Giacometti, con esas esculturas de seres en constante desplazamiento.
-¿Tienen los gobiernos actuales voluntad política para encontrar una solución al tema de los refugiados, de los desplazados?
-No quiero ser completamente pesimista, pero es obvio que los gobiernos no están haciendo lo suficiente. Hay un contraste: cuando llega una patera a una costa en Italia, por ejemplo, son las comunidades las que acogen a estas personas, a estos náufragos, pero el Estado hace lo contrario. Creo que la solución depende de la voluntad de la gente, que tiene que organizarse para pedir un mejor gobierno o resistir cuando no es posible, pero este es un problema general de la democracia hoy en día.
“Por otro lado –prosigue–, junto al tema del desplazamiento está el de la radicalización de los nacionalismos, que son aún más peligrosos, y que me han llevado a tomar con pinzas términos como desarraigo. La gente está emigrando, precisamente, porque se siente sin ciudadanía. Es mi propio caso, hoy en día no tengo pasaporte venezolano pues estoy esperando su renovación como miles de venezolanos en el exterior, por lo que no puedo entrar a Venezuela, tengo un pasaporte español porque tengo doble nacionalidad, pero la ineficacia de un proceso consular me niega un derecho básico que es el de libre transito en mi país.
-Los grupos humanos que usted ha visibilizado en sus obras no cesan de crecer. ¿Qué puede hacer el arte ante la problemática de los excluidos, de los exiliados, de los olvidados?
-Es fundamental que el arte sea una especie de herramienta para producir el diálogo. El arte no produce respuestas, pero sí genera preguntas. En cualquier ámbito de creación lo importante es producir preguntas que generen conocimiento. En términos del arte visual, Paul Klee lo dijo literalmente: el arte hace visible.
-¿Sus contemporáneos han entendido eso?
-Hay una generación, después de la mía, que creo es más consciente de la realidad del país. Pertenezco a una generación perdida entre la bonanza del pasado y la crisis del presente, de allí que no pueda identificarme con mis contemporáneos. La generación siguiente es la que ha tocado la herida, ha podido producir una obra de mayor profundidad política sobre la situación de Venezuela. Creo que el problema de nuestro país es que todavía no ha muerto completamente aquello que tenía que morir y no ha nacido aquello que tiene que nacer, para parafrasear a Gramsci.
@juanchi62
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