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Rosalía: un fenómeno que va del mal querer al mal desear

A pesar de las controversias, la artista española consiguió ser, musicalmente, lo mejor de 2022. La “motomami” que revoluciona la industria

  • DULCE MARÍA RAMOS

11/12/2022 01:00 am

En Rosalía se repite el efecto Almodóvar: se ama o se odia. No hay puntos medios. A pesar de ello, la cantautora enamoró al mundo, especialmente a los más clásicos y conservadores, con su segundo álbum El mal querer (2018). Su naturalidad y estilo redefinieron el flamenco, aunque al igual que Camarón de La Isla, se le considere una hereje que traicionó sus raíces en un mercado dominado por ritmos urbanos y por hombres. Llegó con paso firme y las expectativas por su tercera producción discográfica eran altas, pues este significaría su consagración o su caída en el olvido. Debía demostrar lo que pregona en sus composiciones: Lo que yo hago dura.

Motomami, lanzado en marzo, se convirtió en el disco del año, premiado con el Grammy Latino en esa categoría, lo que ya había logrado con El mal querer en 2019: “Es el disco que más me he tenido que pelear por hacer”. Aunque la acusen de expropiación cultural o digan que su anterior álbum es superior, Motomami implicó su transformación, dejar atrás la fórmula que la hizo exitosa y, por ende, romper paradigmas, llegar a un mayor público y convertirse en un fenómeno mainstream, como lo confesó en su tema G3 N15: Esto no es el mal querer /eres el mal desear.

 

La performance
Tuvimos la oportunidad de ver el Motomami World Tour en Bogotá porque Motomami no se entiende sin performance. Un concierto que no sorprendió a nadie, sin las pretensiones que han caracterizado a los espectáculos de las grandes estrellas: luces, fuegos artificiales, confetis, cambios de vestuario... Se conocía cada detalle desde el lanzamiento de la producción discográfica en la plataforma TikTok y por la cantidad de videos que se repetían como bucles incansables en las redes sociales apenas la artista inició su tour en España el 6 de julio.

Motomami World Tour ha generado mucho debate; algunos lo subestiman calificándolo de frívolo, vacío, minimalista y sin la presencia de una banda que toque en vivo. Al igual que Rayuela de Julio Cortázar, Rosalía juega con el público y demuestra que la forma de consumir música hoy ha cambiado, que una presentación en vivo no se limita en contemplar a un artista y corear sus canciones; es una experiencia que va más allá de la frontera de la realidad y la virtualidad, es una performance que rompe la cuarta pared y que rinde honores a la artista feminista austríaca Valie Export, cuyo tatuaje -la hebilla de un liguero-, la intérprete española copió en su pierna izquierda.



En este juego rayuelesco, Rosalía nos da tres lecturas. La primera ya se conoce de antemano: las canciones, los pasos de baile y el posible outfit. La segunda es la experiencia del concierto en vivo, cuyo preámbulo es ambientado por algunos temas que inspiraron Motomami. Después del sonido de las motos, en ese escenario blanco con dos pantallas verticales gigantes en los laterales, emulando a un celular, aparecen Rosalía y sus bailarines con cascos luminosos, elemento dramático que recuerda las máscaras del teatro griego y que se despejan una vez que empieza la melodía de Saoko y Rosalía pregunta: Chica, ¿qué dices?, frase irónica porque si de algo se acusa a la artista es de que las letras de sus canciones no se entienden, es un español permeado por la jerga gitana, reguetonera, japonesa y spanglish; un español de calle, antiacadémico, que causa escozor en intelectuales y puristas del lenguaje.

La euforia se eleva a su máxima potencia y sin importar que use playback, Rosalía interpreta tema tras tema sin parar; ella es el centro y el público hipnotizado, baila, grita y su celular no para de grabarla o grabarse para testimoniar que es parte de la performance. En las pausas del show, Rosalía lee los carteles, recibe regalos, sube a sus fans al escenario; también baja de él para que le saquen fotos, la abracen… Desciende de su altar de diva, no es inalcanzable y con una cámara ella también registra todo lo que está pasando.

 

La tercera lectura del concierto llega después, cuando se revisan los videos desde la galería del celular, el WhatsApp, TikTok o Instagram. Aparecen así múltiples miradas y registros de cosas que no se alcanzaron a ver, que hacen dudar si realmente estuviste ahí o no. Se construye otro relato fragmentario y el concierto sigue, confirmando que la memoria en sí misma, por más que nos esforcemos en registrar cada instante, es un ejercicio de ficción.

Sakura: Ser una popstar
nunca te dura

Con el álbum y la performance en vivo de Motomami, Rosalía reafirma su mirada feminista. Es una especie de santa de la generación millennial y la generación de cristal. Más que histeria colectiva genera una devoción sublime, de éxtasis a través de la palabra y la música como la poesía mística de San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús, porque Dios es un elemento presente en el arte de la cantautora. Su gira termina el 18 de diciembre en París, ciudad emblema de la revolución industrial y será ahí donde Rosalía firmará la revolución musical de Motomami, la revolución de consumir y de consumirnos a través de pantallas, plataformas, multiversos y redes infinitas.

Quizás a futuro no todas sus canciones sean clásicos y algunas de esas composiciones se limiten a ser el hit del verano o de las redes como Despechá, pero la construcción de su imagen, aparentemente superficial; la capacidad de reinventarse, de ir en contra del sistema y de vender su arte marcará a las generaciones por venir, reafirmando que Rosalía, más allá de un fenómeno, lo hace a su manera y su objetivo es dejar un legado en una industria donde cada vez más las mujeres buscan su lugar: La que sabe, sabe /Que si estoy en esto es para romper.
@DulceMRamosR





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