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Armando Quintero: “Cuento cuentos para compartir la alegría de las palabras”

Este domingo 13 de febrero se llevó sus cuentos al cielo este reconocido narrador oral, escritor e ilustrador, artífice de “Los Cuentos de la Vaca Azul”

  • Diario El Universal

13/02/2022 02:49 pm

MARITZA JIMÉNEZ 
EL UNIVERSAL

Falleció este domingo 13 de febrero el escritor, pintor e ilustrador Armando Quintero Laplume, uno de los principales narradores orales de nuestro país, donde desarrolló una reconocida labor al frente del grupo Los Cuentos de la Vaca Azul, que por más de 30 años ha llevado la magia de la voz a diferentes escenarios nacionales e internacionales.

Armando Quintero nació en Uruguay en 1944, donde se formó como profesor de Literatura en el Instituto de Profesores de Artigas (1977). Aprendiz eterno, entre nosotros continuó su formación incesante, en las aulas del Postgrado de Literatura Venezolana de la UCV, especializaciones en Narración Oral Escénica y Teatro en el Celcit, Dilomados de Estudios Avanzados de Periodismo y Promoción de la Lectura en la UCAB y Diplomado en Literatura Infantil en la Universidad de Oriente.


Quintero nació en Uruguay en 1944 (CORTESÍA)

Desde 1989 asumió como docente en Narración Oral y Artes Escénicas y en Literatura Infantil en las Escuelas de Educación y de Letras de la UCAB, donde emprendió hasta 2005 la tarea de formar nuevas generaciones en los secretos de este arte de la palabra.

Como narrador oral, participó en numerosos Festivales Internacionales de Teatro y de Narración Oral en varias ciudades de Argentina, Colombia, Cuba, España, México, Uruguay y Venezuela, donde llevó a cabo unipersonales, presentaciones en grupos y numerosos talleres de formación y especialización, recibiendo importantes reconocimientos por sus aportes a la Educación con la Narración Oral, como los premios Premio Chamán, de la Cátedra Itinerante de Narración Oral Escénica (CINOE), en 1991, y el Caracol, de AMENA, México, entre otros.

Al mismo tiempo, llevó a cabo una intensa producción literaria, como autor e ilustrador, que incluye títulos como Un lugar en el bosque (España, 2004), libro ganador del Primer Premio Nacional de Literatura Infantil por obra editada del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay y el reconocimiento de Los Mejores del 2006 otorgado por el Banco del Libro y fue expuesto en la muestra de Los 30 de los 30 realizada por esta institución.

Igualmente son muy valorados sus cuentos Caracol-Caracois, el libro-álbum ¿Has visto al león?, y No hace falta la voz que ha sido traducidos a varios idiomas.


Ilustración de Armando Quintero para "Los Cuentos de la Vaca Azul" (CORTESÍA)

De su perfil de Facebook, donde mantenía una actividad constante de comentarios y análisis, tomamos esta hermosa alegoría compartida desde Israel por la narradora Prima Felman, en la que nos deja su mensaje de optimismo aun en medio de la oscuridad:

País en niebla
Poco a poco, la niebla nos fue invadiendo.
Nadie se asustó.
Incluso, muchos hasta la apoyaron, porque la sentían como un cambio refrescante y beneficioso para una ciudad calurosa, para un país del trópico.
Todo parecía normal.
Al principio, uno la veía a lo lejos como una nube, que en forma de isla cubría el pico más alto de la montaña a cuyo pie está nuestra ciudad.
La vimos acostarse y deslizarse por sus laderas como una enorme culebra que, muy visible, las iba envolviendo con sensual lentitud.
Pero crecía cada vez más.
Y se convertía en múltiples manos, cuyos dedos, con mucha delicadeza cubrían, hasta desaparecerlas de la vista, a las casas y edificios.
Penetraba por las calles y avenidas. Tanto, que dejamos de ver las aceras cercanas.
Comenzamos a asustarnos cuando la vimos penetrar, como una tenue hoja de papel cebolla, por las puertas de entrada de cada casa y apartamento.
Y nos decíamos: Si fuera la oscuridad, que siempre asusta porque está en todas partes y no se va de ahí, ¿pero la niebla? La niebla viene pasa y se va.
Pero ésta no.
Daba la seguridad de querer quedarse para siempre.
Fue envolviendo las sillas, las mesas, las bibliotecas, los armarios, las camas.
Fue cubriendo los platos, las tazas, los vasos, los cubiertos todos los enseres.
No hubo ni un objeto, ningún ser que no quedara oculto por la niebla.
Incluso, nosotros mismos.
Poco a poco todos nos acostumbramos a alimentarnos con alimentos de niebla. A curarnos con medicinas de niebla. Y hasta a sentir, que nuestra seguridad estaba en la niebla.
Pasaron uno, tres, seis, nueve, doce, quince y unos tres años más.
De pronto Juanito, el bebe de nuestra vecina de piso, que comenzaba a gatear, sopló la niebla que le envolvía e hizo un halo despejado a su alrededor.
Por jugar con él, sus padres soplaron. Y crearon un espacio de luz.
Al empezar a verse las caras, no dejaron de hacerlo.
La niebla se replegaba, se alejaba.
Parecía temerosa del aire que cada uno tenía dentro de sí.
Cuando le vimos hacer lo que hacían, nosotros también soplamos. Y soplaron los vecinos del piso, los del edificio, los de la zona. Toda la ciudad soplo.
Para cuando la niebla solo era una nube en forma de isla, que cubría el pico más alto de la montaña a cuyo pie esta nuestra ciudad, todos a una la hicimos remontar.
De ella, nos queda el recuerdo. Y la seguridad de que, a cualquier niebla, por más pequeña que comienza, no la tenemos que dejar avanzar.

Armando Quintero Laplume.


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