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No sé si habrá un renacer

Estamos muy mal como sociedad; es más, la nuestra es una sociedad enferma, lacerada con profundos abismos, que no encuentra su lugar ni su tiempo y anda dando tumbos en plena oscuridad...

  • RICARDO GIL OTAIZA

20/05/2021 05:04 am

Ayer quedé con un desagradable sabor a “mala conciencia”, luego de que fuera a pasear a una de mis perras por las áreas verdes de la urbanización. Creo haber contado que cerca de nuestra casa pasa uno de los ríos más importantes de Mérida, el Albarregas, por cierto: el más contaminado del estado. Recuerdo que hace años un candidato a gobernador prometió invertir recursos para su rescate, cuestión que no cumplió luego de usufructuar el poder a su real antojo y dejar una lamentable estela de bravuconerías. Da tristeza saber que varios fueron los poetas quienes en el pasado le dedicaron hermosas piezas al río, exaltando sus aguas transparentes, su suave fragancia a bosque, su canto impetuoso al recorrer a la ciudad y dividirla en dos hemisferios. Para resumirles la historia, en menos de un siglo lo destruimos al convertirlo en una cloaca.

Cuando di la vuelta al final del largo recorrido para recoger mis pasos, de una de las quintas salió un joven con dos botellas plásticas de refrescos de las más grandes, y sin sonrojarse al saber que yo lo estaba observando, las arrojó al cauce del río, me saludó como siempre sin mirarme a la cara, y entró como si nada a su casa. Créanme que me mordí la lengua para no detenerlo, para hacerle ver el grave daño que le ocasiona al río y al planeta con su reprobable conducta, para no recriminarle que siendo un joven debería tener espíritu conservacionista, si desea, eso sí, dejarle un mundo habitable a sus hipotéticos hijos. Y me mordí la lengua porque en ocasiones anteriores lo he hecho con otros vecinos, y a cambio he recibido una sarta de improperios y hasta amenazas de golpes, y en otras circunstancias me he enojado tanto que he caído en una suerte de desvarío. Pero quedé muy mal moralmente, me recriminé una y mil veces mi cobardía, y durante todo el día quedé con la ingrata sensación de haber traicionado mi más profundas convicciones, de haber echado por tierra mis principios y valores. Es más, me dirán que estoy chiflado, pero sentí que también había traicionado al río, compañero inseparable de toda la vida, y me juré a mí mismo y a la nada, hablando solo en el camino, que jamás me quedaría callado al ver un denigrante espectáculo como aquel, y que tendrán que agarrarme entre varios para que no me le vaya encima al más pintado.

Estamos muy mal como sociedad; es más, la nuestra es una sociedad enferma, lacerada con profundos abismos, que no encuentra su lugar ni su tiempo y anda dando tumbos en plena oscuridad. Estamos pisando fondo y no tomamos conciencia de ello, distraídos como estamos buscando con afán un destino. Los hogares, que son las primeras escuelas, están desarticulados, hundidos en crisis y en miasmas terribles, y de muchos de ellos no salen ciudadanos sino delincuentes que van a replicar una y mil veces buena parte de los males que nos aquejan. De la escuela ni hablar, sobreviviendo a la más pérfida orfandad, aquejada de todas las plagas y desalentada frente al futuro. Los padres y los maestros nos hallamos maniatados, sin fuerzas para seguir, mendigando mejores condiciones de vida y un norte al que podamos con confianza enrumbar a nuestros muchachos.

En este país hay un quiebre en todo los órdenes, y la moral es cuestión del pasado, aquí lo que prevalece es la ley del más fuerte y del más vivo, quienes desde siempre han sabido camuflarse en el centro de las oportunidades, sacarle provecho a cada circunstancia y hasta punta a una bola de billar. Salgo a la calle y lo que hallo es soledad y tristeza por doquier, quejas aquí y allá, la gente solo habla de necesidad, de harina Pan, de carestía, de desesperanza. Al país le cayó una pátina y una larga noche, y lo peor es que no sabemos cómo quitárnoslas de encima. Está claro, nadie vendrá en nuestra ayuda, esa fue una quimera que alimentó el ego de sobrevenidos líderes, y una cosquilla en el estómago que confundimos con síntoma de cambio.
 
No sé si habrá un renacer, por ahora luce lejano, y solo nos queda apretarnos más el cinturón hasta que no quede lugar para más ojales. Mientras tanto, muchos acabaron ya sus zapatos de tanto patear el destino. Veo gente mirando al cielo, tal vez implorando clemencia, a veces el Altísimo está muy alto y lo que llueve es miseria.
 
Hoy salí de nuevo a pasear a mi perra con la premeditada intención de toparme con el joven lanzador de botellas de refrescos, y no lo vi por ningún lado. Claro, no siempre hay botellas para lanzar al río.

@GilOtaiza

@ricardogilotaiza

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