José Gregorio Hernández
Alborada de su nombre limpio y radioso, apóstol de la solidaridad y del beneficio salutífero
El venezolano José Gregorio Hernández nació en Trujillo el 26 de octubre de 1864: eminente médico, profesor e incomparable filántropo. Por eso los venezolanos le tributamos admiración, respeto, gratitud y afecto.
Tuvo “esa capacidad de sentirse herido en la herida del prójimo” y el impulso más noble del corazón humano: la compasión. A muchos pacientes que por honorarios le daban dinero, se los dejaba bajo la almohada. Fue un auténtico franciscano seglar y así surgió del humilde pueblecito de Isnotú a ser el San Francisco de Asís venezolano, al cual le van muy bien los primeros versos del muy bello soneto de “nuestro mejor poeta modernista”, como llama el gran crítico literario Alexis Márquez Rodríguez a Alfredo Arvelo Larriva:
“San Francisco de Asís, el buen hermano / del blanco invierno y del otoño gris / y de la primavera y el verano; / del cardo hiriente y de la flor de lis; / del cordero infantil, del lobo anciano; / del extranjero y del natal país; / del Todo, polimorfo y soberano; / Francisco, el Santo fraternal de Asís, (…) “.
El muy caritativo José Gregorio inicia en 1891 la enseñanza de Histología, Fisiología y Bacteriología e instala el laboratorio adquirido por él en Europa por encargo del Gobierno venezolano, y encamínase al sitial de eximio propulsor de la Medicina pasteuriana y experimental en el país. En 1908 ingresa al monasterio de La Cartuja –en Farneta, aldehuela cerca de Lucca, en Italia– donde es llamado “Fray Marcelo”. Ha de regresar al año siguiente, después de diez meses de reclusión. Fray Marcelo no pudo adaptarse a las duras normas monásticas, y dijo a su regreso: “Todo lo pude sobrellevar fácilmente, excepto el trabajo manual de dos horas, que no me fue dado cumplir por mi debilidad de fuerzas físicas, y esto decidió mi venida”.
El Dr. Hernández introdujo el primer aparato para la tensión arterial en Venezuela. Este primer tensiómetro era del tipo esfigmomanómetro de Potain, y con él tomó la tensión arterial a todos sus alumnos, uno de los cuales –el muy honorable y destacado intelectual Pedro José Muñoz, al cual tuve el honor de conocer– refirió a mi padre que en el laboratorio recibieron del profesor Hernández sendas probetas y que por accidente partió la suya: El Dr. Hernández, sin decir nada, le dio otra y se le volvió a romper por lo que díjole el ilustre profesor: “Bachiller Muñoz, una permanencia suya en la universidad sería un peligro para el patrimonio de la universidad”… Y refiere el médico y escritor Antonio Sanabria que a un desaplicado le preguntó “¿Cuál es su profesión?” y contestó “estudiante”: “¿Y por qué no la ejerce?”…
El glorioso sabio e ilustrísimo médico Luis Razetti, gran señor de firmeza pero también de tolerancia, sonreía divertido cuando descubría las medallitas y oraciones que “Hernandito” –así llamaba al doctor José Gregorio Hernández– introducíale en los bolsillos sin que él se diera cuenta…
Como todo hombre digno, fue también un patriota: cuando una banda coaligada o gavilla anglo germana –pretextando el cobrar deudas– atacó cual salteadores a Venezuela (“la historia vuelve a repetirse”, como aquella canción) en 1902, uno de los primeros en inscribirse para tomar las armas y defender al país fue José Gregorio Hernández…
Concluyo con lo que escribió mi padre Luis Angulo Arvelo en 1979, en su Historia de la Medicina en Venezuela:
“El incansable transeúnte camina como siempre, de prisa, y quizá más que de ordinario. (Tal vez ese domingo se acumularon llamadas y pacientes que atender. No hay tiempo ni para una ligera siesta y a esa hora es necesario ver a la pobre señora de Amadores a Cardones y al niñito que cayó por el balcón, de Cardones a La Aurora. Y ni la una ni el otro parecen tampoco sanos de recursos. Hay que llevarlos). Entra en la farmacia. Sale ya provisto. Va a cruzar la esquina, pero ¡cuidado con el tranvía que va llegando! Mas el conductor detiene la máquina para darle paso, porque ¿no lo conocen y respetan y admiran y quieren todos en Caracas? Agradece con gesto cortés, y rápido lánzase a la acera opuesta sin poder ver el automóvil que venía pasando por el otro lado del tranvía… ¡Súbito ruido del vehículo que frena y el de un cuerpo que pega en el poste y da contra la acera… y gritos… y gente que corre hacia el lugar del accidente! El automóvil que pasaba arrolló al impaciente transeúnte que yace sin sentido. Con angustia y urgencia llévanlo al hospital, pero no hay nada que hacer. Y –para expresarlo como él tal vez hubiera deseado– fue así como el doctor José Gregorio Hernández entregó su alma a Dios.
Estupor, consternación, dolor. Y luego el vacío irreparable. Pero en seguida un halo casi sobrenatural o milagroso parece ir rodeando de santidad y de leyenda su nombre y su figura. Fue médico de cuerpos y de almas, y continúa siéndolo. Su pueblo correspóndele ahora con amor, gratitud y devoción. Ya el halo de santidad envuelve su figura y la ilumina. La ilumina con el fervor y la fe del alma popular de Venezuela!”.
aaf.yorga@gmail.com
Tuvo “esa capacidad de sentirse herido en la herida del prójimo” y el impulso más noble del corazón humano: la compasión. A muchos pacientes que por honorarios le daban dinero, se los dejaba bajo la almohada. Fue un auténtico franciscano seglar y así surgió del humilde pueblecito de Isnotú a ser el San Francisco de Asís venezolano, al cual le van muy bien los primeros versos del muy bello soneto de “nuestro mejor poeta modernista”, como llama el gran crítico literario Alexis Márquez Rodríguez a Alfredo Arvelo Larriva:
“San Francisco de Asís, el buen hermano / del blanco invierno y del otoño gris / y de la primavera y el verano; / del cardo hiriente y de la flor de lis; / del cordero infantil, del lobo anciano; / del extranjero y del natal país; / del Todo, polimorfo y soberano; / Francisco, el Santo fraternal de Asís, (…) “.
El muy caritativo José Gregorio inicia en 1891 la enseñanza de Histología, Fisiología y Bacteriología e instala el laboratorio adquirido por él en Europa por encargo del Gobierno venezolano, y encamínase al sitial de eximio propulsor de la Medicina pasteuriana y experimental en el país. En 1908 ingresa al monasterio de La Cartuja –en Farneta, aldehuela cerca de Lucca, en Italia– donde es llamado “Fray Marcelo”. Ha de regresar al año siguiente, después de diez meses de reclusión. Fray Marcelo no pudo adaptarse a las duras normas monásticas, y dijo a su regreso: “Todo lo pude sobrellevar fácilmente, excepto el trabajo manual de dos horas, que no me fue dado cumplir por mi debilidad de fuerzas físicas, y esto decidió mi venida”.
El Dr. Hernández introdujo el primer aparato para la tensión arterial en Venezuela. Este primer tensiómetro era del tipo esfigmomanómetro de Potain, y con él tomó la tensión arterial a todos sus alumnos, uno de los cuales –el muy honorable y destacado intelectual Pedro José Muñoz, al cual tuve el honor de conocer– refirió a mi padre que en el laboratorio recibieron del profesor Hernández sendas probetas y que por accidente partió la suya: El Dr. Hernández, sin decir nada, le dio otra y se le volvió a romper por lo que díjole el ilustre profesor: “Bachiller Muñoz, una permanencia suya en la universidad sería un peligro para el patrimonio de la universidad”… Y refiere el médico y escritor Antonio Sanabria que a un desaplicado le preguntó “¿Cuál es su profesión?” y contestó “estudiante”: “¿Y por qué no la ejerce?”…
El glorioso sabio e ilustrísimo médico Luis Razetti, gran señor de firmeza pero también de tolerancia, sonreía divertido cuando descubría las medallitas y oraciones que “Hernandito” –así llamaba al doctor José Gregorio Hernández– introducíale en los bolsillos sin que él se diera cuenta…
Como todo hombre digno, fue también un patriota: cuando una banda coaligada o gavilla anglo germana –pretextando el cobrar deudas– atacó cual salteadores a Venezuela (“la historia vuelve a repetirse”, como aquella canción) en 1902, uno de los primeros en inscribirse para tomar las armas y defender al país fue José Gregorio Hernández…
Concluyo con lo que escribió mi padre Luis Angulo Arvelo en 1979, en su Historia de la Medicina en Venezuela:
“El incansable transeúnte camina como siempre, de prisa, y quizá más que de ordinario. (Tal vez ese domingo se acumularon llamadas y pacientes que atender. No hay tiempo ni para una ligera siesta y a esa hora es necesario ver a la pobre señora de Amadores a Cardones y al niñito que cayó por el balcón, de Cardones a La Aurora. Y ni la una ni el otro parecen tampoco sanos de recursos. Hay que llevarlos). Entra en la farmacia. Sale ya provisto. Va a cruzar la esquina, pero ¡cuidado con el tranvía que va llegando! Mas el conductor detiene la máquina para darle paso, porque ¿no lo conocen y respetan y admiran y quieren todos en Caracas? Agradece con gesto cortés, y rápido lánzase a la acera opuesta sin poder ver el automóvil que venía pasando por el otro lado del tranvía… ¡Súbito ruido del vehículo que frena y el de un cuerpo que pega en el poste y da contra la acera… y gritos… y gente que corre hacia el lugar del accidente! El automóvil que pasaba arrolló al impaciente transeúnte que yace sin sentido. Con angustia y urgencia llévanlo al hospital, pero no hay nada que hacer. Y –para expresarlo como él tal vez hubiera deseado– fue así como el doctor José Gregorio Hernández entregó su alma a Dios.
Estupor, consternación, dolor. Y luego el vacío irreparable. Pero en seguida un halo casi sobrenatural o milagroso parece ir rodeando de santidad y de leyenda su nombre y su figura. Fue médico de cuerpos y de almas, y continúa siéndolo. Su pueblo correspóndele ahora con amor, gratitud y devoción. Ya el halo de santidad envuelve su figura y la ilumina. La ilumina con el fervor y la fe del alma popular de Venezuela!”.
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