Un santo con sombrero
José Gregorio es un venezolano como muchos, una muestra de lo bueno que hay en nosotros, una historia que camina por nuestras calles de manera cotidiana
Transcurre la segunda década del siglo XX. Caracas es una ciudad tranquila, bucólica si se quiere. En La Pastora un niño de apenas dos años es desahuciado por los médicos por gastroenteritis. Era común que los pequeños de entonces fallecieran por esta enfermedad. Este padecimiento roba los días de infancia del pequeño César Augusto y amenaza con quitarle la vida. Esa comunidad de trato afable permite que un vecino sugiera contactar al doctor Hernández, “Dicen que cura a la gente y que es muy abnegado”.
El doctor José Gregorio Hernández se presenta en la vivienda familiar de Ignacio y Amelia y pregunta qué tiene el niño. “Que se va a morir”, responde la angustiada madre. ¿Y quién dijo eso?, riposto el galeno. “Los médicos que lo han visto en el hospital”, contestó Amelia. José Gregorio vio directamente a los ojos de la atribulada madre y le dijo: “eso solo lo puede decir Dios. Él es quien lo decide”. Luego de la revisión médica, la lectura de exámenes e informes de los otros colegas salió a la botica –como era costumbre con todos sus pacientes- y regresó pronto para comenzar con el tratamiento que había traído.
Allí explicó cómo debían darse los medicamentos. ¿Cuánto cuesta el tratamiento y su atención doctor? preguntó la madre del pequeño César. “No se preocupe por eso, lo importante ahora es salvar la vida del niño”, dijo aquel noble médico de vocación infinita con un tono apacible, hasta familiar. De allí en adelante cada media hora pasaba por la casa a verificar la temperatura y la evolución del infante. Luego cada hora, cada dos horas, y así sucesivamente se mantuvo en control del enfermo hasta que se recuperó totalmente.
Amelia e Ignacio –madre de dieciséis niños y él panadero de oficio en la esquina de Gobernador-, preguntan una vez más cuánto eran los honorarios por el tratamiento del pequeño César Augusto a lo que José Gregorio Hernández respondió: “no se preocupen. Con eso cómprele alimentos a los niños y ayude a la gente que lo necesite”. Ese era José Gregorio, un médico con profundo sentido de solidaridad y una espiritualidad muy elevada.
Esta historia, como muchas otras que se hicieron comunes y generaron respeto y admiración de los caraqueños del momento, quedaron relegadas por los milagros narrados después de su muerte. Pero estos milagros en vida también tienen mucha importancia para muchos, como quienes los heredamos, quienes les sobrevivimos y tenemos de primera mano testigos de excepción. Con propiedad les cuento este episodio en la vida del médico de los pobres porque aquel pequeño Cesar Augusto, casi moribundo, era mi padre.
Y es que José Gregorio Hernández es muestra de lo mejor de nuestro gentilicio. De esa solidaridad infinita y pasión que nos hace únicos. De esa bondad y desprendimiento que es casi inimaginable que no pueda existir hoy. José Gregorio es lo mejor de nosotros, nos muestra y nos representa. Él nos interpreta.
Sobre sus atributos se dice mucho por estos días. Que hablaba seis idiomas. Nos comunicamos con todos de cualquier manera porque siempre resalta nuestra sonrisa y el comentario agradable, feliz.
Que José Gregorio fue un científico excepcional y fundó la cátedra de Bacteriología y Microbiología de la Universidad Central de Venezuela. Nosotros, los de a pie, nos reinventamos y siempre tenemos una solución para las cosas que se nos cruzan en el camino, inventiva le dicen. No es extraño, con su espíritu emprendedor, que el Venerable hasta se hiciera sus propios trajes sin ser sastre de oficio. Nuestra creatividad y arrojo no tiene límites.
Que el médico de los pobres tocaba piano y violín y le gustaba bailar. Somos Felices y ya. El premio Guinnes 2008 así lo corrobora.
Agregan las investigaciones que el doctor Hernández fue profesor universitario por años. Sin importar el oficio nos encanta enseñar, compartir los conocimientos y permitir a los otros aprender de nuestras experiencias. Es un rasgo característico, responsabilidad incluida.
El santo de los venezolanos fue el primero en alistarse en su parroquia cuando el bloqueo naval a Venezuela durante el gobierno de Cipriano Castro. A nosotros nos encanta el país, sus sabores, lugares, vivencias, historias y su alegría perenne. A pesar de las adversidades y problemas, estamos orgullosos de todo lo bueno que tenemos, de lo que realmente somos.
Como tutear en Venezuela no es sinónimo de irrespeto, podemos decir que José Gregorio es un venezolano como todos que le puso mucha pasión a su vocación de ayudar y sanar; que impregnó de amor y sacrificio su ejercicio médico; que se vinculó a la vida, a su comunidad y su país como solo la gente de bien sabe hacerlo.
José Gregorio Hernández es un orgullo para todos, un venezolano ejemplar, un ser que se entregó con pasión a su vocación por la vida, su país, sus paisanos y su comunidad.
José Gregorio es un venezolano como muchos, una muestra de lo bueno que hay en nosotros, una historia que camina por nuestras calles de manera cotidiana.
Aprende, crea y emprende.
Comunicador Social UCV
El doctor José Gregorio Hernández se presenta en la vivienda familiar de Ignacio y Amelia y pregunta qué tiene el niño. “Que se va a morir”, responde la angustiada madre. ¿Y quién dijo eso?, riposto el galeno. “Los médicos que lo han visto en el hospital”, contestó Amelia. José Gregorio vio directamente a los ojos de la atribulada madre y le dijo: “eso solo lo puede decir Dios. Él es quien lo decide”. Luego de la revisión médica, la lectura de exámenes e informes de los otros colegas salió a la botica –como era costumbre con todos sus pacientes- y regresó pronto para comenzar con el tratamiento que había traído.
Allí explicó cómo debían darse los medicamentos. ¿Cuánto cuesta el tratamiento y su atención doctor? preguntó la madre del pequeño César. “No se preocupe por eso, lo importante ahora es salvar la vida del niño”, dijo aquel noble médico de vocación infinita con un tono apacible, hasta familiar. De allí en adelante cada media hora pasaba por la casa a verificar la temperatura y la evolución del infante. Luego cada hora, cada dos horas, y así sucesivamente se mantuvo en control del enfermo hasta que se recuperó totalmente.
Amelia e Ignacio –madre de dieciséis niños y él panadero de oficio en la esquina de Gobernador-, preguntan una vez más cuánto eran los honorarios por el tratamiento del pequeño César Augusto a lo que José Gregorio Hernández respondió: “no se preocupen. Con eso cómprele alimentos a los niños y ayude a la gente que lo necesite”. Ese era José Gregorio, un médico con profundo sentido de solidaridad y una espiritualidad muy elevada.
Esta historia, como muchas otras que se hicieron comunes y generaron respeto y admiración de los caraqueños del momento, quedaron relegadas por los milagros narrados después de su muerte. Pero estos milagros en vida también tienen mucha importancia para muchos, como quienes los heredamos, quienes les sobrevivimos y tenemos de primera mano testigos de excepción. Con propiedad les cuento este episodio en la vida del médico de los pobres porque aquel pequeño Cesar Augusto, casi moribundo, era mi padre.
Y es que José Gregorio Hernández es muestra de lo mejor de nuestro gentilicio. De esa solidaridad infinita y pasión que nos hace únicos. De esa bondad y desprendimiento que es casi inimaginable que no pueda existir hoy. José Gregorio es lo mejor de nosotros, nos muestra y nos representa. Él nos interpreta.
Sobre sus atributos se dice mucho por estos días. Que hablaba seis idiomas. Nos comunicamos con todos de cualquier manera porque siempre resalta nuestra sonrisa y el comentario agradable, feliz.
Que José Gregorio fue un científico excepcional y fundó la cátedra de Bacteriología y Microbiología de la Universidad Central de Venezuela. Nosotros, los de a pie, nos reinventamos y siempre tenemos una solución para las cosas que se nos cruzan en el camino, inventiva le dicen. No es extraño, con su espíritu emprendedor, que el Venerable hasta se hiciera sus propios trajes sin ser sastre de oficio. Nuestra creatividad y arrojo no tiene límites.
Que el médico de los pobres tocaba piano y violín y le gustaba bailar. Somos Felices y ya. El premio Guinnes 2008 así lo corrobora.
Agregan las investigaciones que el doctor Hernández fue profesor universitario por años. Sin importar el oficio nos encanta enseñar, compartir los conocimientos y permitir a los otros aprender de nuestras experiencias. Es un rasgo característico, responsabilidad incluida.
El santo de los venezolanos fue el primero en alistarse en su parroquia cuando el bloqueo naval a Venezuela durante el gobierno de Cipriano Castro. A nosotros nos encanta el país, sus sabores, lugares, vivencias, historias y su alegría perenne. A pesar de las adversidades y problemas, estamos orgullosos de todo lo bueno que tenemos, de lo que realmente somos.
Como tutear en Venezuela no es sinónimo de irrespeto, podemos decir que José Gregorio es un venezolano como todos que le puso mucha pasión a su vocación de ayudar y sanar; que impregnó de amor y sacrificio su ejercicio médico; que se vinculó a la vida, a su comunidad y su país como solo la gente de bien sabe hacerlo.
José Gregorio Hernández es un orgullo para todos, un venezolano ejemplar, un ser que se entregó con pasión a su vocación por la vida, su país, sus paisanos y su comunidad.
José Gregorio es un venezolano como muchos, una muestra de lo bueno que hay en nosotros, una historia que camina por nuestras calles de manera cotidiana.
Aprende, crea y emprende.
Comunicador Social UCV
Instagram, Facebook & twitter: leozuritave
leozurita.ve@gmail.com
leozurita.ve@gmail.com
Siguenos en
Telegram,
Instagram,
Facebook y
Twitter
para recibir en directo todas nuestras actualizaciones