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¿Por qué la guerra?

“Mientras existan naciones dispuestas a la aniquilación despiadada de otras, (…)” (Freud)

  • ALEJANDRO ANGULO FONTIVEROS

29/04/2021 05:00 am

Así le preguntó Einstein a Freud en carta del 30 de julio de 1932. Y agregó: “¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra? ¿Qué puede hacerse para evitar a los hombres el amargo destino de la guerra? ¿Es posible controlar la evolución mental del hombre como para ponerlo a salvo de esas psicosis promotoras de odio y destructividad?”.

Freud respondió a Einstein en extensa carta del 2 de septiembre de 1932: “(…) los impulsos primitivos, salvajes y malignos de la humanidad no han desaparecido en ninguno de sus individuos sino que persisten, aunque reprimidos, en el inconsciente, y esperan las ocasiones propicias para desarrollarse”. Y concluyó en que “mientras existan reinos y naciones dispuestos a la aniquilación despiadada de otros, estos tienen que estar preparados para defenderse y, por consiguiente armados para la guerra si quieren subsistir”. Freud, en otro sitio, calificó al hombre como “Un ser extraordinariamente más cruel y más perverso que otros animales”.

La acción más detestable que hay es la guerra sin justo motivo, como es harto frecuente. Más repugnante aún si se repara en la terrible y ultracomprobada condena fulminada por Montaigne: “Toda guerra se reduce al solo fin de robar”. Nobilísima excepción bien excepcional fue la Guerra de Independencia de América, comandada por Simón Bolívar, quien –caso único en los fastos universales– libertó a cinco naciones (incluida Colombia) ¡¡sin robarlas!!

Empero, ahora la Patria del Libertador es presa codiciada por un ávido grupo de hostiles farsantes muy bien armados –no con la dignidad desde luego– y nuncio de expoliaciones en el fabuloso venero del petróleo venezolano. Mucha sed tiene por esta magnífica riqueza –e innúmeras otras de la bien gloriosa tierra nativa– esa enloquecida banda internacional y, también, una furiosa sed de sangre que quiere matar (matar esa hemofílica sed y matar gente además) con la abominación de sembrar minas en la frontera venezolana con Colombia.

Supremamente aborrecible es la guerra sin causa legítima y uno de sus métodos más execrables es el de poner minas antipersonales: esta infamia la condena la Convención sobre la prohibición del empleo, almacenamiento, producción y transferencia de minas antipersonales (Tratado de Ottawa) vigente el 1° de marzo de 1999 ¡y suscrita por Colombia! El 90% de las víctimas son civiles y muchos niños. Aún después de la guerra matan gente. Provocan cada año más de 20.000 víctimas o una víctima cada 20 minutos y sobre todo civiles; e impiden explotar los recursos.

Colocar una mina puede costar 1,8 euros (unos dos dólares estadounidenses); pero desactivarla puede llegar a mucho más: hasta 718 euros. Las mismas empresas productoras de minas las desactivan. Están hechas para mutilar, más que para matar: las publicitan con que es mejor mutilar al enemigo que matarlo, pues un incapacitado cuesta más –en términos económicos– y además en lo moral y social el daño, afirman, es más fuerte (en tales términos) que el de una persona muerta. En diciembre de 1999 un centenar de Estados firmaron el Tratado de Ottawa e incluso España, aunque renuente al principio ¡y hasta Colombia! (¿Qué diría César Vallejo?). La Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Antipersonas (ICBL) obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1997.

Nota bene: Cual obra de caridad, pido que aquí se dejen de hablar de “gesta libertaria”, “campaña libertaria”, “batallas libertarias” y ahora “antorcha libertaria” por el recorrido –con el que desde luego estoy de acuerdo– en conmemoración del bicentenario de la muy gloriosa batalla de Carabobo, comandada por el Héroe de América, por el Libertador; al cual por fortuna todavía no se les ha ocurrido llamarlo “El Libertario”… “Libertador”, según el DRAE (última edición, 24, la del tricentenario), es “El que liberta” o pone en libertad. “Libertario” es “En el ideario anarquista, el que defiende la libertad absoluta y, por lo tanto, la supresión de todo gobierno y de toda ley. Comunismo”.

Simón Bolívar no era anarquista en absoluto: “La corrupción de los pueblos nace de la indulgencia de los tribunales y de la impunidad de los delitos. Mirad, que sin fuerza no hay virtud; y sin virtud perece la República”; “La clemencia con los criminales es un ataque a la virtud”; “El crimen en todos los partidos es igualmente odioso y condenable. Hagamos triunfar la justicia y triunfará la libertad”; “La impunidad de los delitos hace que éstos se cometan con más frecuencia: y al final llega el caso en que el castigo no basta para reprimirlos”; “La clemencia con el malvado es un castigo del bueno, y si es una virtud la indulgencia, lo es, ciertamente, cuando es ejercida por un particular; pero no por un Gobierno”; “Hasta la fuerza misma debiera emplearse en contra de individuos que desatienden los intereses de su país, en perjuicio de la confianza que éste les hace”; y “La clemencia con los criminales es un ataque a la virtud”.

aaf.yorga@gmail.com

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