Visiones y posturas
Los radicalismos no permiten la convivencia sana ni la construcción colectiva y nos desmerecen como seres pensantes y actores sociales
El mejor ejemplo para describir posturas antagónicas es echar mano del blanco y el negro, entendiendo que uno representa la luz y el otro la ausencia de ésta, claro está hablando meramente en el mapa cromático pues ya existen otras acepciones con referencia a esta dicotomía que no son el objeto de este artículo.
Para continuar con el ejemplo cromático podemos hablar de posiciones intermedias en una escala de grises. En todo caso con mayor o menor inclinación hacia alguno de los extremos pero siempre menos radicales que las fronteras y matizadas por argumentos con reales pretensiones de validez y razones próximas a la realidad.
En este punto, mientras más radical es la postura más vehemente pueden ser los argumentos, saltándose al ámbito de lo ilógico y entrando en un espacio escaso en razones y certezas. Aquí nacen dos fenómenos que no solo afectan la comprensión sino también la interrelación humana y social: la dogmatización de los argumentos por un lado y, por el otro, la intolerancia e irrespeto. Ambos tan perjudiciales y dañinos como el atrincheramiento en ideas y posturas.
Los dogmas pasan por asumirse como verdades inamovibles, irrefutables y de toda certeza a pesar que en ocasiones no tienen ninguna conexión con la realidad ni aproximación a la lógica. Además, muy utilizados por las religiones, las ideologías políticas y la economía, pretenden dar base ciertas a posturas para construir instituciones de superioridad y ganar mayor número de seguidores y adeptos.
La intolerancia es la ausencia de trato digno, libertad y diversidad al no respetar ni reconocer al otro con sus posturas y pensamientos. Altamente incongruente con escenarios públicos de relaciones armónicas y de crecimiento colectivo.
Todo este escenario de visiones y posturas llama a la reflexión para evitar caer en una doble moral, muy en práctica por estos días. Así, no pocos critican lo que ellos consideran es un pensamientos único sobre la práctica política, pero le hacen frente desde sus conceptos basados en dogmas y trincheras propias de ese pensamiento único que critican y que por antagónico no se convierte en verdad, sino que deja ver la intolerancia y hasta la ignorancia y falta de dominio en ciertos temas políticos. La derecha culpa a la izquierda de pensamiento único y viceversa sin siquiera entender que una de las prácticas políticas más recurrentes pasa por el establecimiento y uso de dogmas para ganar más seguidores y escuderos.
En el caso de la política y economía fundidas en corrientes ideológicas la terquedad oculta la repetición de argumentos y deja en evidencia que todo dogma tiene unos intereses claros que favorecen a determinados actores. El liberalismo económico establece libre mercado y la no intervención del Estado aunque debe ese mismo Estado brindar recursos para que los inversionista motiven el mercado. Suena contradictorio o, mejor dicho, interesado.
Por otro lado el llamado intervencionismo económico pone al Estado en juego al intervenir en el mercado con políticas de fijación de precios y generar subvenciones a sectores priorizados de la economía o determinadas empresas, lo que al final termina por generar proteccionismo económico. Lo malo puede ser un Estado como actor y no como garante. Para los liberales, en este caso, es que la discrecionalidad de acción y toma de decisiones no está en sus manos. De nuevo vemos posiciones interesadas.
Para contraponerse al otro, al contrario, se emiten juicios. Esos juicios en muchos casos más que cargados de justicia y ecuanimidad, vienen impregnados por los propios valores y conceptos. De allí, que como dijo Nikola Tesla, “cuando comprendes que toda opinión es una visión cargada de historia personal, empezarás a comprender que todo juicio en una confesión”.
Carl Jung manifestó con contundencia que “pensar es difícil. Por eso la mayoría de la gente prefiere juzgar”. Más que debatir ideas y confrontarse en el plano mismo de los pensamientos, la eliminación del oponente con juicios de valor terminan por ser un arma que descalifica al contrario, no sin antes desmeritar al mismo sujeto que las expone.
Para muchos es incomprensible pensar que aunque algunos estén de acuerdo con un punto y otros con una creencia diametralmente opuesta ambos puedan tener razón en buena parte de sus posturas. Además, lo que afecta y minimiza a uno lo hace por igual con el otro.
Los radicalismos no permiten la convivencia sana ni la construcción colectiva y nos desmerecen como seres pensantes y actores sociales proclives al respeto y tolerancia para generar cualquier fórmula de crecimiento sostenible.
“Solo una mente educada puede entender un pensamiento diferente al suyo sin necesidad de aceptarlo”, decía Aristóteles. Y agrego con humildad que "y sin intentar imponer a rajatabla el pensamiento propio como la panacea universal".
Aprende, crea y emprende.
Leonardo Zurita
Comunicador Social UCV
Instagram. Facebook & Twitter: leozuritave
leozurita.ve@gmail.com
Para continuar con el ejemplo cromático podemos hablar de posiciones intermedias en una escala de grises. En todo caso con mayor o menor inclinación hacia alguno de los extremos pero siempre menos radicales que las fronteras y matizadas por argumentos con reales pretensiones de validez y razones próximas a la realidad.
En este punto, mientras más radical es la postura más vehemente pueden ser los argumentos, saltándose al ámbito de lo ilógico y entrando en un espacio escaso en razones y certezas. Aquí nacen dos fenómenos que no solo afectan la comprensión sino también la interrelación humana y social: la dogmatización de los argumentos por un lado y, por el otro, la intolerancia e irrespeto. Ambos tan perjudiciales y dañinos como el atrincheramiento en ideas y posturas.
Los dogmas pasan por asumirse como verdades inamovibles, irrefutables y de toda certeza a pesar que en ocasiones no tienen ninguna conexión con la realidad ni aproximación a la lógica. Además, muy utilizados por las religiones, las ideologías políticas y la economía, pretenden dar base ciertas a posturas para construir instituciones de superioridad y ganar mayor número de seguidores y adeptos.
La intolerancia es la ausencia de trato digno, libertad y diversidad al no respetar ni reconocer al otro con sus posturas y pensamientos. Altamente incongruente con escenarios públicos de relaciones armónicas y de crecimiento colectivo.
Todo este escenario de visiones y posturas llama a la reflexión para evitar caer en una doble moral, muy en práctica por estos días. Así, no pocos critican lo que ellos consideran es un pensamientos único sobre la práctica política, pero le hacen frente desde sus conceptos basados en dogmas y trincheras propias de ese pensamiento único que critican y que por antagónico no se convierte en verdad, sino que deja ver la intolerancia y hasta la ignorancia y falta de dominio en ciertos temas políticos. La derecha culpa a la izquierda de pensamiento único y viceversa sin siquiera entender que una de las prácticas políticas más recurrentes pasa por el establecimiento y uso de dogmas para ganar más seguidores y escuderos.
En el caso de la política y economía fundidas en corrientes ideológicas la terquedad oculta la repetición de argumentos y deja en evidencia que todo dogma tiene unos intereses claros que favorecen a determinados actores. El liberalismo económico establece libre mercado y la no intervención del Estado aunque debe ese mismo Estado brindar recursos para que los inversionista motiven el mercado. Suena contradictorio o, mejor dicho, interesado.
Por otro lado el llamado intervencionismo económico pone al Estado en juego al intervenir en el mercado con políticas de fijación de precios y generar subvenciones a sectores priorizados de la economía o determinadas empresas, lo que al final termina por generar proteccionismo económico. Lo malo puede ser un Estado como actor y no como garante. Para los liberales, en este caso, es que la discrecionalidad de acción y toma de decisiones no está en sus manos. De nuevo vemos posiciones interesadas.
Para contraponerse al otro, al contrario, se emiten juicios. Esos juicios en muchos casos más que cargados de justicia y ecuanimidad, vienen impregnados por los propios valores y conceptos. De allí, que como dijo Nikola Tesla, “cuando comprendes que toda opinión es una visión cargada de historia personal, empezarás a comprender que todo juicio en una confesión”.
Carl Jung manifestó con contundencia que “pensar es difícil. Por eso la mayoría de la gente prefiere juzgar”. Más que debatir ideas y confrontarse en el plano mismo de los pensamientos, la eliminación del oponente con juicios de valor terminan por ser un arma que descalifica al contrario, no sin antes desmeritar al mismo sujeto que las expone.
Para muchos es incomprensible pensar que aunque algunos estén de acuerdo con un punto y otros con una creencia diametralmente opuesta ambos puedan tener razón en buena parte de sus posturas. Además, lo que afecta y minimiza a uno lo hace por igual con el otro.
Los radicalismos no permiten la convivencia sana ni la construcción colectiva y nos desmerecen como seres pensantes y actores sociales proclives al respeto y tolerancia para generar cualquier fórmula de crecimiento sostenible.
“Solo una mente educada puede entender un pensamiento diferente al suyo sin necesidad de aceptarlo”, decía Aristóteles. Y agrego con humildad que "y sin intentar imponer a rajatabla el pensamiento propio como la panacea universal".
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Leonardo Zurita
Comunicador Social UCV
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