Por qué vacunarnos es tan importante
Vacunar a por lo menos al 70% de la población de un país parece importantísimo, así como seguir usando mascarillas y guardando distancias físicas al salir. De esa manera podremos volver a cierta normalidad. A nuestra nueva realidad...
En este mundo de pandemias que nos tocó vivir, lleno de noticias angustiantes y a veces contradictorias, los seres humanos nos encontramos ante unas disyuntivas nunca planteadas. ¿Salir o quedarnos en casa? ¿Vernos con algún familiar o solamente chatear con él? ¿Caminar en algún lugar para airearnos, o hacer ejercicios recluidos? Y también ¿vacunarnos o no vacunarnos? No solamente nosotros los particulares nos encontramos ante esas encrucijadas. Los funcionarios públicos de cualquier país, esos cuyas decisiones afectan a todo un pueblo, se encuentran ante el dilema de decretar confinamientos destrozando así el comercio y la economía, o relajar las cuarentenas aumentando el número de contagios.
A nadie le ha tocado fácil y ya todos conocemos el caso de alguien muy cercano, familiar, vecino, compañero o amigo, que ha sido atacado por el mortal Covid-19. Como si fuera una luz al final del túnel, leemos a diario en los medios de comunicación que constantemente aparecen diferentes vacunas en muchos países. Es demasiado pronto para llegar a conclusiones, pero como es natural con el tiempo se comprobará que algunas vacunas serán más efectivas que otras y traerán consigo menos efectos colaterales. Por la premura de la pandemia, esta vez la aprobación de los permisos sanitarios para aprobar las vacunas fue expedita. Por eso en Estados Unidos se suministran unas 4,5 millones de dosis diarias gratuitas a sus habitantes, y al 15 de abril ya en ese país habían vacunado a más de 198 millones de personas. Las autoridades sanitarias europeas tardaron un poco más en ese proceso de autorización, y por eso han vacunado más lentamente a pesar de haber descubierto varias fórmulas primero. Ahora en Israel, donde ya esta vacunada prácticamente la totalidad de su población, se anuncia que ya están listos para salir el mercado los métodos nasales de luchar contra el Covid-19, y también en pastillas que pronto estarán en la calle, evitando los altísimos costos de logística y refrigeración de las actuales vacunas.
Por otro lado han aparecido noticias que nos angustian sobre unas muy pocas muertes asociadas a las vacunas Astra Zéneca y Johnson & Johnson. Parece que en unos poquísimos casos de personas vacunadas se han formado coágulos, que han sido mortales en una mínima proporción. Los efectos marginales de las vacunas no se han podido comprobar empíricamente, únicamente por falta de tiempo. Si estuviéramos en condiciones normales sin pandemia, cualquiera de esas vacunas hubiera estado varios años en período de prueba antes de salir a la calle. Pero la premura y la angustia de ver cómo muere tanta gente por ese virus, obligaron a tomar los riesgos. En Estados Unidos aprobaron la vacuna de Pfizer, de tecnología alemana, antes que en Alemania. Nuestro vecino del norte también aprobó la vacuna desarrollada por Astra Zéneca y la Universidad de Oxford antes que los ingleses. Por ese adelanto burocrático, que por cierto impulsó la anterior administración norteamericana, en ese país han podido vacunar más rápido que en Europa.
Sin embargo esas noticias de los efectos marginales que tienen las vacunas han traído un enorme peso sicológico a muchas personas, que sienten miedo a vacunarse. Claro, el mundo ha evolucionado y la libertad individual de escoger está ahora más desarrollada que nunca. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en la ceremonia de apertura de un gimnasio bio-seguro, cuyo protocolo para entrar implica un aparato que escanea la condición sanitaria del asistente exigiendo que estuviera vacunado, declaró que siempre habrá una minoría de personas que por motivos religiosos o personales no se vacunará jamás, pero que el resto de la población de su país ya estaba enteramente vacunada.
Hay personas que nunca se vacunarán porque están en contra del concepto, de meter agentes extraños en su cuerpo, de jugar con los genes y tantas cosas más. En cambio, en el mundo antes de la pandemia para ninguna madre vacunar a su hijo contra el sarampión, el polio, o la varicela fue un motivo de dudas. Era una decisión muy fácil de tomar, porque la obligatoriedad sanitaria del pediatra así lo indicaba. Seguramente esas vacunas también algún efecto dañino habrán tenido en un porcentaje mínimo de los vacunados, pero en esos casos se ha privilegiado el efecto positivo que ha tenido la vacuna en millones de niños que han sido blindadas contra la enfermedad evitando enfermedades innecesarias. Eso es un poco lo que está pasando ahora con las vacunas contra el Covid-19. Ya varios países han prohibido el uso de ciertas vacunas en sus territorios. Que difícil tomar esa decisión, cuando no se tiene otra vacuna a mano. Pareciera que cualquier vacuna es mejor que no tener nada.
El combate contra una feroz pandemia que casi ninguno de los seres que estamos vivos había experimentado, la gripe española que dejó 50 millones de muertos comenzó en el año 1918, pasa por unos protocolos sanitarios que parecen haber llegado para quedarse por un largo tiempo. La higiene personal, lavarse las manos constantemente, guardar cierto distanciamiento físico con los demás, evitar muchedumbres cuando sea posible, el uso de gel sanitario y mascarillas probablemente serán nuestra nueva realidad. Estamos cambiando nuestro comportamiento sanitario personal y social. Pero ese hecho tan positivo no parece ser suficiente para evitar los contagios, por eso es que además de observar los lineamientos bio-sanitarios hay que vacunar a la gran mayoría de la población. De esa manera, el combate contra el Covid-19 será realmente efectivo. Una cosa sumada a la otra. Las dos por separado no aseguran ningún triunfo.
Vacunar a por lo menos al 70% de la población de un país parece importantísimo, así como seguir usando mascarillas y guardando distancias físicas al salir. De esa manera podremos volver a cierta normalidad. A nuestra nueva realidad. Los gobiernos que no han perdido la brújula y siguen esa dirección, son los primeros que podrán exhibir resultados alentadores en esta lucha que ya ha dejado tantas muertes y dolor alrededor del mundo.
alvaromont@gmail.com
A nadie le ha tocado fácil y ya todos conocemos el caso de alguien muy cercano, familiar, vecino, compañero o amigo, que ha sido atacado por el mortal Covid-19. Como si fuera una luz al final del túnel, leemos a diario en los medios de comunicación que constantemente aparecen diferentes vacunas en muchos países. Es demasiado pronto para llegar a conclusiones, pero como es natural con el tiempo se comprobará que algunas vacunas serán más efectivas que otras y traerán consigo menos efectos colaterales. Por la premura de la pandemia, esta vez la aprobación de los permisos sanitarios para aprobar las vacunas fue expedita. Por eso en Estados Unidos se suministran unas 4,5 millones de dosis diarias gratuitas a sus habitantes, y al 15 de abril ya en ese país habían vacunado a más de 198 millones de personas. Las autoridades sanitarias europeas tardaron un poco más en ese proceso de autorización, y por eso han vacunado más lentamente a pesar de haber descubierto varias fórmulas primero. Ahora en Israel, donde ya esta vacunada prácticamente la totalidad de su población, se anuncia que ya están listos para salir el mercado los métodos nasales de luchar contra el Covid-19, y también en pastillas que pronto estarán en la calle, evitando los altísimos costos de logística y refrigeración de las actuales vacunas.
Por otro lado han aparecido noticias que nos angustian sobre unas muy pocas muertes asociadas a las vacunas Astra Zéneca y Johnson & Johnson. Parece que en unos poquísimos casos de personas vacunadas se han formado coágulos, que han sido mortales en una mínima proporción. Los efectos marginales de las vacunas no se han podido comprobar empíricamente, únicamente por falta de tiempo. Si estuviéramos en condiciones normales sin pandemia, cualquiera de esas vacunas hubiera estado varios años en período de prueba antes de salir a la calle. Pero la premura y la angustia de ver cómo muere tanta gente por ese virus, obligaron a tomar los riesgos. En Estados Unidos aprobaron la vacuna de Pfizer, de tecnología alemana, antes que en Alemania. Nuestro vecino del norte también aprobó la vacuna desarrollada por Astra Zéneca y la Universidad de Oxford antes que los ingleses. Por ese adelanto burocrático, que por cierto impulsó la anterior administración norteamericana, en ese país han podido vacunar más rápido que en Europa.
Sin embargo esas noticias de los efectos marginales que tienen las vacunas han traído un enorme peso sicológico a muchas personas, que sienten miedo a vacunarse. Claro, el mundo ha evolucionado y la libertad individual de escoger está ahora más desarrollada que nunca. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en la ceremonia de apertura de un gimnasio bio-seguro, cuyo protocolo para entrar implica un aparato que escanea la condición sanitaria del asistente exigiendo que estuviera vacunado, declaró que siempre habrá una minoría de personas que por motivos religiosos o personales no se vacunará jamás, pero que el resto de la población de su país ya estaba enteramente vacunada.
Hay personas que nunca se vacunarán porque están en contra del concepto, de meter agentes extraños en su cuerpo, de jugar con los genes y tantas cosas más. En cambio, en el mundo antes de la pandemia para ninguna madre vacunar a su hijo contra el sarampión, el polio, o la varicela fue un motivo de dudas. Era una decisión muy fácil de tomar, porque la obligatoriedad sanitaria del pediatra así lo indicaba. Seguramente esas vacunas también algún efecto dañino habrán tenido en un porcentaje mínimo de los vacunados, pero en esos casos se ha privilegiado el efecto positivo que ha tenido la vacuna en millones de niños que han sido blindadas contra la enfermedad evitando enfermedades innecesarias. Eso es un poco lo que está pasando ahora con las vacunas contra el Covid-19. Ya varios países han prohibido el uso de ciertas vacunas en sus territorios. Que difícil tomar esa decisión, cuando no se tiene otra vacuna a mano. Pareciera que cualquier vacuna es mejor que no tener nada.
El combate contra una feroz pandemia que casi ninguno de los seres que estamos vivos había experimentado, la gripe española que dejó 50 millones de muertos comenzó en el año 1918, pasa por unos protocolos sanitarios que parecen haber llegado para quedarse por un largo tiempo. La higiene personal, lavarse las manos constantemente, guardar cierto distanciamiento físico con los demás, evitar muchedumbres cuando sea posible, el uso de gel sanitario y mascarillas probablemente serán nuestra nueva realidad. Estamos cambiando nuestro comportamiento sanitario personal y social. Pero ese hecho tan positivo no parece ser suficiente para evitar los contagios, por eso es que además de observar los lineamientos bio-sanitarios hay que vacunar a la gran mayoría de la población. De esa manera, el combate contra el Covid-19 será realmente efectivo. Una cosa sumada a la otra. Las dos por separado no aseguran ningún triunfo.
Vacunar a por lo menos al 70% de la población de un país parece importantísimo, así como seguir usando mascarillas y guardando distancias físicas al salir. De esa manera podremos volver a cierta normalidad. A nuestra nueva realidad. Los gobiernos que no han perdido la brújula y siguen esa dirección, son los primeros que podrán exhibir resultados alentadores en esta lucha que ya ha dejado tantas muertes y dolor alrededor del mundo.
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