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Nuestro futuro

¿Quién no querría seguir viviendo en su propia casa, rodeado de sus seres queridos, incluso cuando se vuelve frágil? La familia, el hogar, el propio entorno representan la elección más natural para cualquiera”...

  • JOSÉ ANTONIO GÁMEZ E.

10/03/2021 05:03 am

“No advertimos que aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de otros sin un adecuado y cercano acompañamiento de la familia, mutila y empobrece a la misma familia. Además, termina privando a los jóvenes de ese necesario contacto con sus raíces y con una sabiduría que la juventud por sí sola no puede alcanzar” (Francesco, Carta Encíclica Fratelli tutti)

Una consecuencia no prevista de la forma de pensar contemporánea es el irrestricto optimismo hacia el futuro. Estamos muy inclinados a pensar que “todo futuro será mejor”. Es posiblemente una reacción, a la muy difundida actitud de que “todo pasado fue mejor”. Formas de pensar que muchas veces determinan actitudes y comportamientos sociales claves. Especialmente en el área de atención sanitaria, suele pensarse que cualquier adelanto técnico o innovación es de por sí una mejora neta en las condiciones de vida. La experiencia de los últimos años y muy especialmente de los últimos meses, nos hace ver que no es necesariamente así.

Dentro de esa consideración preferente por el futuro, hay otra característica de cómo solemos asumirlo en esta época. Por alguna razón que contradice nuestro individualismo, el futuro lo consideramos como un asunto colectivo. El futuro son los niños. Y sin duda lo son, pero lo son de la raza, la comunidad o la humanidad, si es que existen tales cosas. Porque desde una condición individual nuestro futuro no es otro que la vejez. En el mejor de los casos. La preferencia por los niños frente a los ancianos, tiene una razón comprensible. Los niños son un futuro posible, los ancianos un pasado cierto.

El olvido del valor de los mayores, de lo que representan y significan, no parece ser un avance de la civilización. El exponer a las personas mayores o impedidas a la posibilidad de una muerte adelantada, por razones de corte utilitarista o eugenésico, no deja de ser un contrasentido.

Único refugio

“Contrariamente a lo que podría sugerir una visión estereotipada, a nivel mundial las ciudades son lugares en los que, en promedio, la gente vive más. Los ancianos, por lo tanto, son numerosos, por ello es esencial hacer las ciudades habitables para ellos. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, en 2050 en el mundo habrá dos mil millones de personas mayores de sesenta años, es decir, una de cada cinco será anciana” (World Health Organization (2011). Global Health and Aging).

A pesar de todo este desarrollo social y sanitario, el mejor lugar para los ancianos al igual que para los niños, no es otro que la familia. No existe otro espacio en el que los ancianos puedan estar mejor atendidos que en el seno de la propia familia. No son los hogares de cuidado o los mal denominados “ancianatos” los lugares más adecuados para la atención de las personas mayores. La cantidad de decesos ocurridos durante la presente pandemia, lo dejan al descubierto. Nunca existe una sensibilidad comparable a aquella que se genera y cultiva dentro de la propia familia, para cuidar la vida y el legado de los adultos mayores.

“Entre estas últimas, existe sin duda el deber de crear las mejores condiciones para que los ancianos puedan vivir esta fase particular de la vida, en la medida de lo posible, en un ambiente familiar, con sus amistades habituales. ¿Quién no querría seguir viviendo en su propia casa, rodeado de sus seres queridos, incluso cuando se vuelve frágil? La familia, el hogar, el propio entorno representan la elección más natural para cualquiera” (La vejez: nuesttro futuro. La condición de los ancianos después de la pandemia)

jagamez@icloud.com
 
@vidavibra


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