“Es muy curioso releer lo que los antiguos filósofos griegos dicen acerca de la figura del sabio, del sofós. Lo más interesante son los ejemplos que suelen poner. Un sabio es, por ejemplo, un buen zapatero. El que domina un arte aprendido de otros y en el que llega a ser maestro, es decir, que puede enseñarlo a otros. Poco tiene que ver esto, al parecer, con la figura moderna del savant o del scholar, del científico renombrado o del erudito inasequible. Y, sin embargo, toda ciencia y, muy especialmente, toda profesión, son originariamente un oficio, un craft: tienen mucho más
de artesanal de lo que la pedantería académica o la vanidad social están dispuestas a reconocer. (Alejandro Llano)

En la cultura dominante suele confundirse lo concreto con lo objetivo. Ambas nociones se relacionan sin más, con lo neutral. Sin embargo, lo concreto pertenece a una categoría diferente. Una forma de ser que supera lo meramente racional. La capacidad de concretar supera el pensamiento y la expresión. Paradójicamente está al alcance de todos. Del individuo común y corriente. Aquel que tiene una posición clara y definida más allá de toda pretensión de reconocimiento.

El maestro
De esta manera los oficios, las artes, la artesanía, adquieren un nuevo y aquilatado sentido. La posibilidad de relación con un elemento singular y simple dentro de la realidad, puede hacer del artesano, del obrero un verdadero sabio. No hace falta una probada erudición, ni mucho menos reconocimientos académicos. La posibilidad de dominar un elemento singular, con pericia y precisión es suficiente para alcanzar un nivel probo de conocimiento y conducta. Cuando es posible transmitir con eficacia esa cualidad, se alcanza la maestría.

“Y sólo lo logra quien posee un consumado oficio, quien domina la técnica o el arte que le es propia, quien posee una auténtica sabiduría práctica. La diferencia entre una persona creativa y un soñador es que la primera sabe cómo materializar sus ideas, cómo hacer operativos sus proyectos”


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