Espacio publicitario

Ese brumal que nos cobija

El Mediterráneo y el Caribe son aguas acaloradas, encharcadas de mitos siempre espléndidos y abiertos, que protegen la ensoñación, el desparpajo, la mamadera de gallo y las alegorías recubiertas de creativas invenciones sorprendentes...

  • RAFAEL DEL NARANCO

08/11/2020 05:03 am

Hallándose nuestro cuerpo al nivel en que la vida se va asentando sobre sus andaduras y los anhelos disipándose, sentimos antiguas remembranzas que han marcado afinidades emotivas, y con ellas, peregrinaciones que ayudaron a ser agradecidos con la propia existencia.

Al día de ahora, admisiblemente se pueda ya subsistir sobre disparejos talantes, y a razón de las emanaciones del espíritu, seguir en sosegadas en playas con saborcillo caribeño de las mil aventuras a lo Emilio Salgari, mientras subimos y bajamos altozanos y riachuelos, envolviéndonos de añoranzas que aviven la cansina supervivencia actual con su infame Coronavirus. 

Lo recordamos esos letargos al estar leyendo en este tiempo de pandemia cruel, la obra “Cita con los clásicos” del admirado Kenneth Rexroth, y así, creyéndonos estar caminando bajo los capiteles del templo dedicado a Artemisa en la ciudad de Éfeso, mirábamos cambiar la luminiscencia del día y, tras una brisa suave, la llegada de un movimiento de sombras, ahora granas, ahora grises. Lo recordamos muy claramente: al anochecer, en las impresionantes ruinas de la ciudad jónica a orillas del mar Egeo, el viento era manso y henchido de nostalgia.

Las cercanas rocas de mármol nos llamaban con voces inundadas de sonidos de flautas. Era una extraña melodía que penetraba en nuestros ojos y envolvían los oídos.

Creímos saber con ese equipaje mitológico, que cada ser humano, candelilla o criatura proteica, es una copia de la memoria cuando a ésta la cubre una neblina traslúcida saliendo del riachuelo cercano. 

Allí recordamos las palabras de Heráclito de Éfeso: “Nadie se baña en el mismo río dos veces”, de la misma forma que sin los versos de Homero nos hundiríamos en el más completo oscurantismo.

Realizar ese viaje a Éfeso es algo que deberíamos hacer aunque fuera una sola vez en la vida. Igualmente ir a Roma, Jerusalén o La Meca. Si lo consiguiéramos, hallaríamos las raíces de nuestra idiosincrasia como seres enternecidos ante la belleza. También la vena religiosa, aunque esto sea ya una ecuación púdica de cada ser humano. 

Sobre la epopeya narrativa confluida en Ulises, Paris y Aquiles, regresamos al piélago de las civilizaciones. Es más, supimos que la cultura de ese entorno homérico surgió allí. Igualmente la filosofía, las humanidades, la Biblia y el Corán, los dioses paganos, el amor como motor de las pasiones y hasta las brutales guerras manaron en esas orillas mediterráneas.

En el tiempo de nuestro lejano viaje, la costa de ese piélago de las civilizaciones nos ofrecía palmerales, naranjos, pinos negros, lirios, alhelíes, claveles, olivares y lantanas, envolviendo por igual la crueldad y la ternura de la historia ahí desplegada.

Las ideas, el mito, la prosa, el teatro y la poesía se hicieron se volvieron un emporio mientras se despedazaban las olas ariscas contra los acantilados. Con el mismo ímpetu llegaron en bandas pasmosas la cosmología y la “politke”.
 
Cuando vivíamos en el Caribe leímos “Cien años de soledad”, y en esas páginas descubriendo con pasmo otra dimensión: la magia, el sortilegio, la alquimia y la irisación perturbadora del lodazal. Desde entonces necesitamos un poco menos a Ulises.

Macondo -la Troya moderna- era un pueblo marcado por la fantasía y el tiempo imperturbable, donde había unos gitanos vendedores de todo lo imposible y un cambalache de personajes en cuyo epicentro una mujer, Úrsula, era la representación genuina del matriarcado ginecocrático, el cordón umbilical de una historia interminable donde la pasión envolvía cada acto de la realidad circundante en una marisma sexual y violenta.

Con ella uno entendió a la mujer como una cadena invisible, palpable y real, cuya razón de ser reafirma la relación física y la descendencia según principios estáticos.

Era demasiada hembra y daba turbación. Con una sola mirada se posesiona completamente de piedras, ríos y almas.

Ella, personaje medular de la novela de García Márquez, es segmento integral de una ceremonia de iniciación esotérica, ya que en la trashumancia de luz, lobreguez y adivinación, la hembra renace en círculos de efusión, demencia y arrebatos, de tal forma que sus alucinaciones son parte completa de la realidad tal como lo desarrollaba Casandra, la fatídica troyana. 

En esos folios Gabo cruza la historia de la Tierra en un santiamén, un ciclo de cien años donde vamos de la prehistoria de la nuestra raza hasta el Apocalipsis que vendrá. Y en medio se expande, más allá de sus propias posibilidades, la esencia femenina como un viento huracanado.
Reflexivamente, sea chocante o un desatino, creemos que entre Troya y Macondo, Homero o García Márquez, el entorno y la invención subliminal es la milagrosa existencia misma. 

El Mediterráneo y el Caribe son aguas acaloradas, encharcadas de mitos siempre espléndidos y abiertos, que protegen la ensoñación, el desparpajo, la mamadera de gallo y las alegorías recubiertas de creativas invenciones sorprendentes. 

En La Ilíada, análoga a la ciénaga colombiana de Macondo, todo está saturado de conflictos, dudas, pavores, fogosidades, altercados, aprensiones, y con ello, pretensiones de seguir abriendo trochas que lleven a conocer la esplendorosa condición humana en su dimensión cósmica, sin dejar de ser intensamente humana. 
 
rnaranco@hotmail.com
Siguenos en Telegram, Instagram, Facebook y Twitter para recibir en directo todas nuestras actualizaciones
-

Espacio publicitario

Espacio publicitario

Espacio publicitario

DESDE TWITTER

EDICIÓN DEL DÍA

Espacio publicitario

Espacio publicitario