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Educación en naufragio

En Venezuela no nos escapamos del problema. La inversión millonaria queda automáticamente descartada. Lo que nos deja sin mayor alternativa: la educación telemática. Ahora, ¿quiénes pueden permitírselo?

  • NELSON TOTESAUT RANGEL

11/10/2020 05:01 am

En medio de tanto caos, ¿qué tan importante es la educación? Me refiero tanto a aquella básica, primaria, como a la superior. Ya que ambas garantizan que una sociedad crezca de forma sana para asegurar su progreso. Hemos visto como el esfuerzo sostenido de países ha sido infructífero para restablecer la normalidad en las escuelas.

Primero, ha sido la reacción natural y automática de casi todos los países el cancelar las actividades escolares. Esta medida hizo que el virus fuese, de manera inicial, una enfermedad de ancianos. La media, para el primer trimestre del año, rondaba los mayores de 50 años. Siendo, inclusive, una teoría la que los jóvenes eran más resistentes al virus. Teoría que fue rápidamente descartada, ya que, luego de iniciar el verano, la media velozmente bajó. Situándose actualmente en la veintena, debido al desenfreno propio que conlleva el verano: discotecas, playas y bares.

Una vez entonces resuelto que el virus afecta a todos por igual, se buscó consolidar las plataformas virtuales como nuevo medio predilecto de enseñanza. Esto nos trajo el segundo problema, uno social. No todos poseen computadoras, conexión estable al internet o cualquier otro medio que sea necesario para ser parte del aula virtual.

Así, y como la democracia reza que todos somos iguales, las clases quedarían suspendidas en el limbo de la enfermedad. Ahora, meses después, el mundo civilizado se propone retomar actividades académicas para que el daño económico no se vuelva también uno educacional.

Cabe antes destacar que la medida, a largo plazo, resultó ser acertada. Pese a que muchos padres -desesperados por tener los hijos en casa tanto tiempo-, piensen lo contrario hoy podemos evaluar el impacto real de las medidas adoptadas meses atrás. Por ejemplo, Eran Segal, científico del Weizmann Institute, comentando los aciertos y descuidos de Israel, resaltó que abrir las escuelas resultó ser un error. Al final, es normal que un brote de los menores se expanda hacia los mayores.

La riqueza lo intenta
Pese a ello, me impresionó particularmente las medidas adoptadas por ciertos lugares. Por ejemplo, la Universidad Luigi Bocconi (Milán, Italia), invirtió cuatro millones de euros en acondicionar sus instalaciones. Y con acondicionar nos referimos a los mecanismos ya bien conocidos por todos: mascarillas gratis para el personal, gel desinfectante para todos, kilómetros de señalizaciones que pretenden velar por el distanciamiento social, termoescanners por doquier y un equipo preparado para atender cualquier foco que se genere en el campus.

Pero toda esta parafernalia ni un día les duró. Casi inmediatamente se detectaron dos casos del virus y se tuvo que aislar a un entero edificio estudiantil. La inversión, al menos desde el punto de vista de la prevención, demostró ser insuficiente. Quedará evaluarla desde el punto de vista de la reacción efectiva y del control de la propagación.

Ahora, ¿qué universidad (o, mejor dicho, cuántas) pueden permitirse una inversión así? Queda claro que muy pocas, y no pensemos solo en Venezuela, sino en la misma ciudad, Milán, en donde la universidad pública, Università degli Studi, carece también de fondos para lograr la acometida. Lo que nos demuestra, una vez más, que la pandemia aflora y acentúa la brecha social.

En Venezuela no nos escapamos del problema. La inversión millonaria queda automáticamente descartada. Lo que nos deja sin mayor alternativa: la educación telemática. Ahora, ¿quiénes pueden permitírselo? Sé que el IESA lo hace, siendo quizá la casa de estudios con la plataforma más desarrollada. La UCAB, la UNIMET, son otras. Sin embargo, siguen siendo “Bocconis venezolanas”. Casos aislados que le permiten la educación a pocos.

Así, nunca ha estado más vigente el dicho que se ha reinventado con la Covid-19: todos nos encontramos en el mismo océano, sí; solo que algunos están en un yate y otros en una balsa. Y naufragar en la segunda es más común.



@NelsonTRangel

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