Etimológicamente, el término “utopía” está formado por la letra griega “u” que significa “nada, ningún” y “topos” que significa lugar de donde “utopía” es igual a “ningún lugar”. En el sentido figurativo en cambio, la palabra “utopía” significa un proyecto imposible de realizar. Es interesante saber que el nombre “utopía” ha sido expresamente acuñado por el eminente filósofo y humanista inglés Thomas More (1478 – 1535) como título de su obra cumbre para denominar a un lugar inexistente, modelo imaginario de una sociedad perfecta y teóricamente igualitaria donde los hombres viven en plena realización de un ideal político y moral, en una abierta crítica a la sociedad de la época. Y así, en esa hipotética sociedad, no existía la propiedad privada, considerada por More como la raíz de todos los males (ser rico es malo, decía un personaje conocido por todos nosotros), no existía el dinero ya que toda transacción se hacia a través del canje, y la actividad predominante era la agricultura pero con el detalle de que cada núcleo familiar se quedaba con la cantidad de producto estrictamente necesario y lo demás había que llevarlo a un depósito para ser redistribuido a los más necesitados. En cierta forma y bajo distintas condiciones, esos conceptos de More se anticipan de tres siglos al pensamiento comunistoide de Karl Marx (1818 – 1883).

Ahora bien, en sintonía con el título de mi artículo de hoy y, por lo tanto en referencia al modelo de esa sociedad teóricamente “perfecta”, la experiencia de tantos años ha demostrado que ese mundo imaginario es utópico y, por eso, irrealizable. Si todos los países del Este europeo condenados a tantos años de dictadura comunista, han dejado a Marx por Montesquieu, es evidente que la derrota del social-comunismo ha sido la derrota de la fantasía y de la “utopía”. Perseverar en eso es seguir apoyando a los que insisten, es un imperdonable acto de torpeza política.

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