En Venezuela se vive de apariencias
Vivimos en un país donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase, que desprecia el contenido
A veces puede ser difícil afirmar si Venezuela es un lugar feliz o infeliz porque cumple con ambas condiciones. Más allá de las penurias que sufre el país y por muy pesimista que nos encontremos, el venezolano no le cuesta compartir gestos fraternales. Los miembros de esta sociedad que alguna vez fue catalogada como la más alegre del mundo hoy pueden encontrarse en una extensa cola de supermercado o en un deteriorado hospital y aún mantener cierta actitud positiva y risueña. Ese arte con el que los venezolanos transforman el tránsito por las desgracias en alegría es uno de los aspectos que más lo caracteriza en el mundo.
Las personas que viven para aparentar no han desarrollado una adecuada conciencia de sí mismas, no tienen una autoestima sólida, sino que dependen emocionalmente de las valoraciones de los demás. Eso les lleva a perder la conexión consigo mismas, no son capaces de identificar sus propias necesidades y pierden de vista sus objetivos en la vida ya que su meta se limita a buscar la aprobación construyendo una máscara tras la cual esconderse. De esta manera, cuando más intentemos aparentar, más lejos estaremos de alcanzar eso que aparentamos. Es una doble atadura porque cuanto más nos preocupemos por simular ser felices, menos tiempo tendremos para intentar descifrar que nos hace felices en realidad.
Aunque algunos consideren esta realidad como inexistente, muchos venezolanos viven en la clásica bicicleta a pedal tratando de mantener un estándar de vida que no es acorde a sus ingresos. El trasfondo, una inseguridad que da paso a una vida basada en las apariencias. Esta situación no sólo se remite a las pertenencias materiales, sino que también se hace visible en las relaciones humanas que se establecen con el entorno, donde el verdadero ser es ocultado por una personalidad maquillada. Una de las explicaciones para entender esta actitud se debe a la imperiosa necesidad de ser aceptado, amado y sentir que uno es importante para los demás.
Ante esta necesidad surgirían máscaras o personajes que encubren la verdadera personalidad de un individuo. “Desde la infancia descubrimos que no todo lo que uno dice o hace es aceptado por nuestros padres, hermanos, amigos. Entonces, comenzamos a desarrollar una serie de mecanismos de supervivencia para mantener esa respuesta amorosa y afectiva de nuestro entorno”. Sin embargo, esta respuesta adaptativa al medio en una etapa adulta se puede volver neurótica, porque la persona empieza a identificarse con esa imagen ficticia que ha construido. Es decir, ya no es una respuesta de supervivencia sino de sobre-adaptación y comienzas a actuar premeditadamente por tener esa aprobación de los demás y termina por olvidarse de sí misma. Este descuido implica que no hay un interés por identificar las propias necesidades, los objetivos de vida, las cosas o situaciones con que se disfruta, los intereses y capacidades que hacen que cada persona sea única e irrepetible.
Hay personas que terminan perdiéndose en la falsedad y la hipocresía, con frecuencia estas no desarrollan todos los aspectos de su ser y necesitan aparentar situaciones emocionales, económicas o relaciones de familia que ya no tienen o nunca han tenido para parecer que están bien, pero no tienen conciencia de sí mismas, no han construido su autoestima y dependen emocionalmente de la opinión de terceras personas. Mantener ese estatus, imagen de perfección y prestigio no es fácil ni menos cuando dista de la realidad, pero es tal el esfuerzo que se hace por vivir de una apariencia, que tarde o temprano termina por estallar, la verdad se asoma y la persona se libera. La presión social efectivamente existe, pero no todos respondemos aparentando lo que no somos. El tema está en aprender y aceptar sanamente que puede haber un alto porcentaje que no apruebe lo que se dice o cómo se vive, pero eso no significa que el valor de la persona esté en juego.
Vivimos en un país donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase, que desprecia el contenido. La búsqueda de aceptación y la adaptación terminan allí donde comienza a corroer nuestra identidad empujandonos a convertirnos en algo que no somos. Pueden ser grandes empresarios, directores de compañías, profesionales exitosos y boliburgueses, enchufados, personas cercanas al régimen que crearon su riqueza gracias a estos. El que tiene acceso a dólares en Venezuela todavía vive cómodo por ahora, a diferencia de muchos que apenas pueden sobrevivir. Es una población que se ha acostumbrado a un elevado nivel de vida en un país petrolero hoy empobrecido por el saqueo.
En fin, las nuevas generaciones tienen otra consciencia sobre la realidad del país, y se espera que sean ellos los encargados de sacar a Venezuela de esta terrible crisis social de apariencia y antivalores. En lo económico nos recuperamos con un cambio. Pero en lo social pasarán décadas para recuperarnos del grave daño en todos los extractos sociales.
@eccioleonr
Las personas que viven para aparentar no han desarrollado una adecuada conciencia de sí mismas, no tienen una autoestima sólida, sino que dependen emocionalmente de las valoraciones de los demás. Eso les lleva a perder la conexión consigo mismas, no son capaces de identificar sus propias necesidades y pierden de vista sus objetivos en la vida ya que su meta se limita a buscar la aprobación construyendo una máscara tras la cual esconderse. De esta manera, cuando más intentemos aparentar, más lejos estaremos de alcanzar eso que aparentamos. Es una doble atadura porque cuanto más nos preocupemos por simular ser felices, menos tiempo tendremos para intentar descifrar que nos hace felices en realidad.
Aunque algunos consideren esta realidad como inexistente, muchos venezolanos viven en la clásica bicicleta a pedal tratando de mantener un estándar de vida que no es acorde a sus ingresos. El trasfondo, una inseguridad que da paso a una vida basada en las apariencias. Esta situación no sólo se remite a las pertenencias materiales, sino que también se hace visible en las relaciones humanas que se establecen con el entorno, donde el verdadero ser es ocultado por una personalidad maquillada. Una de las explicaciones para entender esta actitud se debe a la imperiosa necesidad de ser aceptado, amado y sentir que uno es importante para los demás.
Ante esta necesidad surgirían máscaras o personajes que encubren la verdadera personalidad de un individuo. “Desde la infancia descubrimos que no todo lo que uno dice o hace es aceptado por nuestros padres, hermanos, amigos. Entonces, comenzamos a desarrollar una serie de mecanismos de supervivencia para mantener esa respuesta amorosa y afectiva de nuestro entorno”. Sin embargo, esta respuesta adaptativa al medio en una etapa adulta se puede volver neurótica, porque la persona empieza a identificarse con esa imagen ficticia que ha construido. Es decir, ya no es una respuesta de supervivencia sino de sobre-adaptación y comienzas a actuar premeditadamente por tener esa aprobación de los demás y termina por olvidarse de sí misma. Este descuido implica que no hay un interés por identificar las propias necesidades, los objetivos de vida, las cosas o situaciones con que se disfruta, los intereses y capacidades que hacen que cada persona sea única e irrepetible.
Hay personas que terminan perdiéndose en la falsedad y la hipocresía, con frecuencia estas no desarrollan todos los aspectos de su ser y necesitan aparentar situaciones emocionales, económicas o relaciones de familia que ya no tienen o nunca han tenido para parecer que están bien, pero no tienen conciencia de sí mismas, no han construido su autoestima y dependen emocionalmente de la opinión de terceras personas. Mantener ese estatus, imagen de perfección y prestigio no es fácil ni menos cuando dista de la realidad, pero es tal el esfuerzo que se hace por vivir de una apariencia, que tarde o temprano termina por estallar, la verdad se asoma y la persona se libera. La presión social efectivamente existe, pero no todos respondemos aparentando lo que no somos. El tema está en aprender y aceptar sanamente que puede haber un alto porcentaje que no apruebe lo que se dice o cómo se vive, pero eso no significa que el valor de la persona esté en juego.
Vivimos en un país donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase, que desprecia el contenido. La búsqueda de aceptación y la adaptación terminan allí donde comienza a corroer nuestra identidad empujandonos a convertirnos en algo que no somos. Pueden ser grandes empresarios, directores de compañías, profesionales exitosos y boliburgueses, enchufados, personas cercanas al régimen que crearon su riqueza gracias a estos. El que tiene acceso a dólares en Venezuela todavía vive cómodo por ahora, a diferencia de muchos que apenas pueden sobrevivir. Es una población que se ha acostumbrado a un elevado nivel de vida en un país petrolero hoy empobrecido por el saqueo.
En fin, las nuevas generaciones tienen otra consciencia sobre la realidad del país, y se espera que sean ellos los encargados de sacar a Venezuela de esta terrible crisis social de apariencia y antivalores. En lo económico nos recuperamos con un cambio. Pero en lo social pasarán décadas para recuperarnos del grave daño en todos los extractos sociales.
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