“Cuties-Guapis” Nuevo ensayo de censura
Maïmouna Doucouré (1985), francesa con raíces senegalesas, escritora y directora de “Guapis”, ha expresado siempre que su pretensión sólo fue la de criticar una sociedad que impulsa a las niñas a actuar como mujeres
El 9 de septiembre Netflix puso en pantalla “Cuties” (en Latinoamérica “Guapis”), film que versa sobre la situación que vivió en París Amy -niña musulmana de origen africano de 11 años- enfrentando la noticia del padre que regresaría para celebrar boda con una segunda esposa y en la escuela las diferencias con la cultura europea. El Twerking (danza de movimientos pélvicos sensuales similar al “perreo”) fue el camino para escapar de los problemas. Aceptada por grupo de su edad que se preparaba para participar en un concurso coreográfico, se enteró de cómo las atrevidas publicaciones que sus compañeras hacían en redes sociales, les daba reconocimiento. Hurtó un celular e hizo las suyas ganando muchos seguidores. Cambió forma de vestir y peinarse, y practicó hasta hacerlo mejor que todas. Descubierta del pillaje y desesperada al ver que perdería lo que la “conectaba” al mundo, tomó una última foto, de sus partes íntimas, y la hizo llegar a la nube, quería fama. Vino la calificación peyorativa y exclusión de sus propias amigas por “atreverse a tanto”. Al final bailó en público, enseñando mucho, pero algo en pleno acto la iluminó para entender el error. Corrió al hogar casi desnuda y la madre comprendió el por qué de la falta y perdonó. Con vestimenta de su edad fue al frente de su casa y jugó a saltar la cuerda brincando más y más, muy alto, como tratando de alcanzar nuevamente la inocencia. Fin de la historia.
Maïmouna Doucouré (1985), francesa con raíces senegalesas, escritora y directora de “Guapis”, ha expresado siempre que su pretensión sólo fue la de criticar una sociedad que impulsa a las niñas a actuar como mujeres, denunciar la hipersexualización infantil. El largometraje no es agradable. Hay bipolaridad. Va imperceptiblemente del candor a la mala intención; de la indiferencia a la atención; de la virtud al pecado; del castigo al indulto; del rechazo a la aceptación. La complejidad del tema la causa.
La película pasó inadvertida hasta que Netflix compró la exclusividad de derechos de transmisión. Se proyectó en 2020 en dos festivales de cine internacional e incluso fue galardonada: Sundance en EEUU (Mejor Dirección) y Berlín (Mención Especial). La detracción comenzó cuando el “gigante rojo” utilizó para promocionar su estreno un póster con niñas casi sin ropa y un trailer en que bailaban, por menos decir, eróticamente.
La reacción internacional fue inmediata: incitación a la pedofilia. La empresa se excusó y cambió de estrategia publicitaria: aparecieron en foto sólo los rostros de dos de las protagonistas y los cortos de respaldo enseñaron secuencias neutras. Organizaciones no Gubernamentales pidieron se suspendiera la difusión… ni se consideró.
No pudo haber error en Netflix respecto a cómo se comercializó “Cuties”, esas ligerezas no suceden en el marketing de transnacionales de la diversión, simplemente actuaron aviesamente para vender más; debieron ser sancionados tocándoles el bolsillo a sus dueños con multas millonarias. La contraparte tampoco podía oponerse a que se proyectara, a que se sacara de parrilla por una foto y minutos de escenas a su juicio reprochables.
Lo grave del asunto es que la libertad de los ciudadanos para ver lo que deseen y formarse idea propia de lo que se produce intelectualmente en cine, teatro, televisión, libros, en fin, a través de cualquier medio, encuentra ahora otra amenaza: las corporaciones y grupos de presión deben ponerse de acuerdo antes sobre los conceptos que pueden llegar o no a sus cerebros.
Con “Cuties” se ha ensayado un nuevo modelo de censura. Los monopolios, sean de la naturaleza que sean no se conforman con el dominio material, quieren el mental. Cuando se enfrentan no triunfa el bien sobre el mal, es una pelea entre hienas. El único muro de contención ante posturas totalitarias deshonestas o moralizantes, es la subjetividad. Hay que verla, luego se le podrá tildar de cualquier cosa. Lo prohibido, para que tenga base sólida y ética, sólo puede provenir de la creencia y voluntad individual.
@doctorgoitia
Maïmouna Doucouré (1985), francesa con raíces senegalesas, escritora y directora de “Guapis”, ha expresado siempre que su pretensión sólo fue la de criticar una sociedad que impulsa a las niñas a actuar como mujeres, denunciar la hipersexualización infantil. El largometraje no es agradable. Hay bipolaridad. Va imperceptiblemente del candor a la mala intención; de la indiferencia a la atención; de la virtud al pecado; del castigo al indulto; del rechazo a la aceptación. La complejidad del tema la causa.
La película pasó inadvertida hasta que Netflix compró la exclusividad de derechos de transmisión. Se proyectó en 2020 en dos festivales de cine internacional e incluso fue galardonada: Sundance en EEUU (Mejor Dirección) y Berlín (Mención Especial). La detracción comenzó cuando el “gigante rojo” utilizó para promocionar su estreno un póster con niñas casi sin ropa y un trailer en que bailaban, por menos decir, eróticamente.
La reacción internacional fue inmediata: incitación a la pedofilia. La empresa se excusó y cambió de estrategia publicitaria: aparecieron en foto sólo los rostros de dos de las protagonistas y los cortos de respaldo enseñaron secuencias neutras. Organizaciones no Gubernamentales pidieron se suspendiera la difusión… ni se consideró.
No pudo haber error en Netflix respecto a cómo se comercializó “Cuties”, esas ligerezas no suceden en el marketing de transnacionales de la diversión, simplemente actuaron aviesamente para vender más; debieron ser sancionados tocándoles el bolsillo a sus dueños con multas millonarias. La contraparte tampoco podía oponerse a que se proyectara, a que se sacara de parrilla por una foto y minutos de escenas a su juicio reprochables.
Lo grave del asunto es que la libertad de los ciudadanos para ver lo que deseen y formarse idea propia de lo que se produce intelectualmente en cine, teatro, televisión, libros, en fin, a través de cualquier medio, encuentra ahora otra amenaza: las corporaciones y grupos de presión deben ponerse de acuerdo antes sobre los conceptos que pueden llegar o no a sus cerebros.
Con “Cuties” se ha ensayado un nuevo modelo de censura. Los monopolios, sean de la naturaleza que sean no se conforman con el dominio material, quieren el mental. Cuando se enfrentan no triunfa el bien sobre el mal, es una pelea entre hienas. El único muro de contención ante posturas totalitarias deshonestas o moralizantes, es la subjetividad. Hay que verla, luego se le podrá tildar de cualquier cosa. Lo prohibido, para que tenga base sólida y ética, sólo puede provenir de la creencia y voluntad individual.
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