Según la RAE, la “megalomanía” es la manía de grandeza de ciertas personas falsamente convencidas de saberlo todo. Es un defecto muy frecuente en el género humano que pero asume características deletéreas cuando quien lo sufre es un político, porque las consecuencias de ese capricho de omnisciencia las paga el país.

El eminente economista austríaco Hayek (1899-1992) decía que el autoritarismo nace, crece y se desarrolla justamente por la pretensión de poseer el monopolio del conocimiento, o sea de ser los únicos que saben lo que hay que hacer para realizar el bien común. De esa pretensión absolutista y egocéntrica viene la necesidad de catequizar a los ciudadanos a través de un profundo e incisivo lavado cerebral. El aspecto más negativo y ciertamente más preocupante de esa “megalomanía” arraigada, es que el político víctima de esa tara mental alimentada por soberbia y por tanta vanidad, no solamente no acepta consejos sino que no está dispuesto a reconsiderar las decisiones tomadas, llegando al extremo de justificar tercamente todo lo que está haciendo, buscando a quien echarle la culpa si las cosas van mal.

Porque, al fin y al cabo, la vanidad no es otra cosa que una engreída satisfacción de sus propias capacidades…más presuntas que reales, acompañadas pero por tanta ambición. Las personas vanidosas y, por ende megalómanas, carecen de sentido crítico y se auto convencen de ser personas superiores, se complacen por lo que hacen…y no están haciendo nada, ostentan sus supuestas capacidades, se regocijan, no aceptan confrontaciones y rehúsan el diálogo. Cuántas personas de la política contemporánea no tienen muchas ideas…y si las tienen son malas, tienen la cabeza vacía o llena de fantasía y esa patología - ya que de auténtica patología se trata - los convierte en personas incapaces pero arrogantes y llenas de presunción, típico de las personas megalómanas. Por supuesto cualquier parecido con personas conocidas… ¡no es casual!

Desde Italia -