Un fenómeno sin precedentes se ha enquistado en nuestro imaginario: la (seudo) teoría conspirativa como explicación recurrente de la realidad. La información casi ilimitada de las vertiginosas redes sociales —lejos de servir como una herramienta de comprensión razonada— se ha convertido en caldo de cultivo para el papanatismo generalizado. Durante siglos se insistió en que a la masa se le podía engañar con facilidad, porque el acceso al conocimiento era privilegio de unos pocos. “La información es poder” reza la máxima a la que hoy le otorgo una mínima credibilidad.
Ciertamente no hay que ser ingenuo y creer a pie juntillas toda historia oficial relatada por un gobierno u otro ente de poder, pero descartar cualquier explicación racional o científicamente comprobable de manera sistemática y militante es un extremo, paradójicamente, igual de ingenuo. No puedo salir del asombro cada vez que descubro un nuevo miembro del “Club de la Suspicacia”, cuyo objetivo es develar la conspiración internacional en la que ¡todos! los gobiernos del planeta son cómplices para hacernos creer que la actual pandemia no es tan peligrosa como nos la pintan.
Mi única explicación es atávica. Hasta el siglo XX la civilización necesitó sostener su interpretación de la realidad a través de mitos religiosos. En la medida que la ciencia, la tecnología y la luz del razonamiento nos abría el horizonte de un universo maravilloso pero real, las historias fantásticas de los distintos credos pasaron a convertirse en deliciosas alegorías moralistas para el ejercicio privado de la fe de cada quien. Sin embargo, parece que sin un misterio irresoluto la explicación científica de la realidad es muy simple y árida para nuestra mente apasionada. Necesitamos complicarnos la vida y para eso están los charlatanes y falsos profetas que abundan en las redes sociales repitiendo estupideces en YouTube y publicando memes reveladores.
Mejor para mí, menos gente en la cola de la vacuna.
JorgeSayegh@gmail.com
@JorgeSayegh
Ciertamente no hay que ser ingenuo y creer a pie juntillas toda historia oficial relatada por un gobierno u otro ente de poder, pero descartar cualquier explicación racional o científicamente comprobable de manera sistemática y militante es un extremo, paradójicamente, igual de ingenuo. No puedo salir del asombro cada vez que descubro un nuevo miembro del “Club de la Suspicacia”, cuyo objetivo es develar la conspiración internacional en la que ¡todos! los gobiernos del planeta son cómplices para hacernos creer que la actual pandemia no es tan peligrosa como nos la pintan.
Mi única explicación es atávica. Hasta el siglo XX la civilización necesitó sostener su interpretación de la realidad a través de mitos religiosos. En la medida que la ciencia, la tecnología y la luz del razonamiento nos abría el horizonte de un universo maravilloso pero real, las historias fantásticas de los distintos credos pasaron a convertirse en deliciosas alegorías moralistas para el ejercicio privado de la fe de cada quien. Sin embargo, parece que sin un misterio irresoluto la explicación científica de la realidad es muy simple y árida para nuestra mente apasionada. Necesitamos complicarnos la vida y para eso están los charlatanes y falsos profetas que abundan en las redes sociales repitiendo estupideces en YouTube y publicando memes reveladores.
Mejor para mí, menos gente en la cola de la vacuna.
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