Michel Foucault y la subjetividad
Foucault nos propuso un “mundo de vida”, como lo llamó el padre Alejandro Moreno, donde podamos asumir nuestra subjetividad con la humildad del sabio...
El pasado 25 de junio se cumplieron 36 años del fallecimiento de quien fue quizás el mayor y más original pensador francés contemporáneo: Michel Foucault. Nacido en Poitiers en 1926, tuvo una carrera destacada tanto en la academia como en el activismo político. Calificado de “intelectual específico”, Foucault advertía: “La filosofía antigua nos enseñó a aceptar nuestra muerte. La filosofía moderna, la muerte de los otros”. Foucault se empeñó en estudiar cómo nace la verdad a partir de los valores, realidades o discursos. No trataba de visualizar un sistema de pensamiento, sino un método que permitiera confrontar varios discursos definidos por su historicidad. Este pensador desarrolló una teoría de la “subjetivación”, según la cual uno puede acceder a la libertad mezclando las experiencias reales repetidas con el trabajo sobre sí mismo, en un contexto histórico determinado.
En la década de los años 80 sus cursos en el College de France fueron célebres, y dieron nacimiento a libros de referencia obligada en los institutos de estudios políticos alrededor del mundo. Algunas de sus cátedras se llamaron: “El gobierno de sí mismo y de los otros”, “La hermenéutica de sí mismo”, “Subjetividad y verdad”, “Historia de los sistemas de pensamiento” y “La biopolítica”. Sus publicaciones como “Vigilar y castigar”, donde Foucault presenta el contraste entre los sistemas de justicia, la ley natural y la moral bajo un manto de la vigilancia y del control del poder, o “Las palabras y las cosas”, en la cual plantea su idea de la “representación” de lo que es aceptable o no, y “La arqueología del saber”, donde analiza al “enunciado” discursivo como parte capital en la profundidad de la transmisión de ideas, son unos textos tan enriquecedores que al leerlos nos permiten pensar al mundo social desde una perspectiva completamente diferente.
Resulta apasionante abordar el tema de subjetividad y verdad desde la mirada de Foucault. Es que la verdad parece en nuestros días un concepto resbaloso que se diluye entre percepciones, posiciones tomadas, sobreinformación, desinformación, noticias falsas, posverdad y otros enredos que muestran un mundo tan complicado, que a menudo nos cuesta comprender. ¿Existe una verdad?, o ¿Cada uno tiene su propia verdad? Y si es así, ¿Dónde podemos encontrar a nuestra verdad?
La primera pregunta que el filósofo se hizo para comenzar sus reflexiones en este aspecto fue: ¿Cómo nuestras experiencias personales, que determinan nuestra esencia como sujetos o nuestra subjetividad, sumadas al saber que acumulamos a lo largo de la vida, se organizan en nosotros e influyen en nuestra percepción de la verdad? Para contestarlas Foucault no quiso utilizar las herramientas de análisis conocidas, sino prefirió concebir una “técnica de sí mismo”. Él trató de explicar nuestra percepción de la verdad por medio del conocimiento, y el dominio de sí mismo. ¿Qué hacer con uno mismo? ¿Cómo gobernarse?, se preguntaba con insistencia.
Su punto de partida fue el diálogo de Alcibíades en Platón, que sucede alrededor de preguntarse si se puede enseñar lo que no se conoce. Para aprender, establece el diálogo, es necesario saber que no se sabe. La justicia fue tomada como un ejemplo, sobre el cual Alcibíades confiesa que nunca creyó ignorar lo justo. En consecuencia, nunca se tomó el tiempo de aprenderlo. Eso quiere decir que Alcibíades al no dedicarse a aprender sobre la justicia no sabía lo que era justo, y por tanto no podía enseñarlo.
Proyectando ese razonamiento al mundo cotidiano, observamos que cuando logramos la madurez mental para admitir que ignoramos ciertas cosas como Alcibíades, obtenemos la humildad de los sabios como Sócrates -solo sé que no se nada- que nos permite asumir nuestra subjetividad con elegancia y seguridad. Así entendemos que nuestra opinión no representa forzosamente la verdad. Podemos asumir más fácilmente que tenemos una mirada sobre el entorno, muy válida, pero que las demás personas tienen otras visiones igual de válidas sobre la misma realidad. El escritor francés André Maurois decía en este aspecto que no somos espejos planos. Somos espejos curvos que vemos la vida según nuestra religión, nuestra educación familiar, nuestros orígenes y nuestra experiencia. Es una parte de la naturaleza humana que todos debemos asumir, pero hemos conocido tantos casos en los cuales alguien se cree poseedor absoluto de la verdad en algún tema, lo cual revela su falta de humildad y una gran incapacidad de asumir su subjetividad. Allí entra en el juego el gobierno de sí mismo. Si llegamos a estar conscientes de nuestra propia ignorancia y por tanto de nuestra subjetividad, entonces ¿Cómo gobernarnos?
Foucault nos regala una clave con su “Técnica de vida” o “Técnica de existencia” propia, que regula nuestra formación humana. Esto incluye las reflexiones internas que cada uno pueda realizar sobre el modo de vivir que deseamos, sobre la manera de conducirnos con los demás, y también acerca de fijarnos metas en nuestras vidas y buscar los medios para obtenerlas. El gobierno de sí mismo y las técnicas de vida se unen para formar un conjunto concebido en la antigua Grecia y en el Imperio Romano, antes del cristianismo, asegura Foucault. Se trata de unir el ser con el hacer, que siempre resulta una tarea complicada. Foucault nos propuso un “mundo de vida”, como lo llamó el padre Alejandro Moreno, donde podamos asumir nuestra subjetividad con la humildad del sabio y al mismo tiempo conducirnos con técnicas que nos permitan admitir la subjetividad de los otros.
alvaromont@gmail.com
En la década de los años 80 sus cursos en el College de France fueron célebres, y dieron nacimiento a libros de referencia obligada en los institutos de estudios políticos alrededor del mundo. Algunas de sus cátedras se llamaron: “El gobierno de sí mismo y de los otros”, “La hermenéutica de sí mismo”, “Subjetividad y verdad”, “Historia de los sistemas de pensamiento” y “La biopolítica”. Sus publicaciones como “Vigilar y castigar”, donde Foucault presenta el contraste entre los sistemas de justicia, la ley natural y la moral bajo un manto de la vigilancia y del control del poder, o “Las palabras y las cosas”, en la cual plantea su idea de la “representación” de lo que es aceptable o no, y “La arqueología del saber”, donde analiza al “enunciado” discursivo como parte capital en la profundidad de la transmisión de ideas, son unos textos tan enriquecedores que al leerlos nos permiten pensar al mundo social desde una perspectiva completamente diferente.
Resulta apasionante abordar el tema de subjetividad y verdad desde la mirada de Foucault. Es que la verdad parece en nuestros días un concepto resbaloso que se diluye entre percepciones, posiciones tomadas, sobreinformación, desinformación, noticias falsas, posverdad y otros enredos que muestran un mundo tan complicado, que a menudo nos cuesta comprender. ¿Existe una verdad?, o ¿Cada uno tiene su propia verdad? Y si es así, ¿Dónde podemos encontrar a nuestra verdad?
La primera pregunta que el filósofo se hizo para comenzar sus reflexiones en este aspecto fue: ¿Cómo nuestras experiencias personales, que determinan nuestra esencia como sujetos o nuestra subjetividad, sumadas al saber que acumulamos a lo largo de la vida, se organizan en nosotros e influyen en nuestra percepción de la verdad? Para contestarlas Foucault no quiso utilizar las herramientas de análisis conocidas, sino prefirió concebir una “técnica de sí mismo”. Él trató de explicar nuestra percepción de la verdad por medio del conocimiento, y el dominio de sí mismo. ¿Qué hacer con uno mismo? ¿Cómo gobernarse?, se preguntaba con insistencia.
Su punto de partida fue el diálogo de Alcibíades en Platón, que sucede alrededor de preguntarse si se puede enseñar lo que no se conoce. Para aprender, establece el diálogo, es necesario saber que no se sabe. La justicia fue tomada como un ejemplo, sobre el cual Alcibíades confiesa que nunca creyó ignorar lo justo. En consecuencia, nunca se tomó el tiempo de aprenderlo. Eso quiere decir que Alcibíades al no dedicarse a aprender sobre la justicia no sabía lo que era justo, y por tanto no podía enseñarlo.
Proyectando ese razonamiento al mundo cotidiano, observamos que cuando logramos la madurez mental para admitir que ignoramos ciertas cosas como Alcibíades, obtenemos la humildad de los sabios como Sócrates -solo sé que no se nada- que nos permite asumir nuestra subjetividad con elegancia y seguridad. Así entendemos que nuestra opinión no representa forzosamente la verdad. Podemos asumir más fácilmente que tenemos una mirada sobre el entorno, muy válida, pero que las demás personas tienen otras visiones igual de válidas sobre la misma realidad. El escritor francés André Maurois decía en este aspecto que no somos espejos planos. Somos espejos curvos que vemos la vida según nuestra religión, nuestra educación familiar, nuestros orígenes y nuestra experiencia. Es una parte de la naturaleza humana que todos debemos asumir, pero hemos conocido tantos casos en los cuales alguien se cree poseedor absoluto de la verdad en algún tema, lo cual revela su falta de humildad y una gran incapacidad de asumir su subjetividad. Allí entra en el juego el gobierno de sí mismo. Si llegamos a estar conscientes de nuestra propia ignorancia y por tanto de nuestra subjetividad, entonces ¿Cómo gobernarnos?
Foucault nos regala una clave con su “Técnica de vida” o “Técnica de existencia” propia, que regula nuestra formación humana. Esto incluye las reflexiones internas que cada uno pueda realizar sobre el modo de vivir que deseamos, sobre la manera de conducirnos con los demás, y también acerca de fijarnos metas en nuestras vidas y buscar los medios para obtenerlas. El gobierno de sí mismo y las técnicas de vida se unen para formar un conjunto concebido en la antigua Grecia y en el Imperio Romano, antes del cristianismo, asegura Foucault. Se trata de unir el ser con el hacer, que siempre resulta una tarea complicada. Foucault nos propuso un “mundo de vida”, como lo llamó el padre Alejandro Moreno, donde podamos asumir nuestra subjetividad con la humildad del sabio y al mismo tiempo conducirnos con técnicas que nos permitan admitir la subjetividad de los otros.
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