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El conjuro de los cardos

En una obra llena de contenidos oníricos, simbólicos, con una particular manera de referirse a las cosas sin nombrarlas, los cardos vienen a ser una metáfora de la aspereza

  • LINDA D'AMBROSIO

06/07/2020 05:00 am

Durante varios años, John Petrizzelli, creador venezolano conocido principalmente por su trabajo en el área de la cinematografía, se desempeñó como corresponsal de una agencia de noticias alemana. Ello suponía vivir permanentemente en tránsito, en condiciones hostiles la mayor parte de las veces, inmerso en lugares devastados por la guerra, el conflicto o el desastre natural. Frente a todo ello, escribir se transformó en un recurso para digerir cuanto percibía en su entorno, al tiempo que daba curso a su creatividad.

De esa época data gran parte del material que conforma El Conjuro de los Cardos, recientemente publicado por Kalathos. Se trata de una recopilación de 60 textos y 40 fotos, que transcriben las impresiones que el entorno iba surtiendo en el ánimo de Petrizzelli: “a veces son sueños, a veces son pesadillas, a veces son imágenes eróticas o poemas de amor… Un poco todo lo que uno va viviendo, cuando andas rodando por el mundo”, explica el autor, que se recluyó varios meses en San Tomé a principios de 2020 para revisar y ordenar sus manuscritos, a los que incorporó algunos textos adicionales.

En una obra llena de contenidos oníricos, simbólicos, con una particular manera de referirse a las cosas sin nombrarlas, los cardos vienen a ser una metáfora de la aspereza, del deterioro que ocasiona el ser humano en la naturaleza. Es pasar una segunda vez por un lugar y comprobar cómo este se ha transformado en el curso de pocos años. Constatar cómo se depaupera el paisaje. “La aspereza es una figura literaria”, explica John. “Más que el sufrimiento humano, es el daño que hemos hecho al mundo, lo que he visto tanto en treinta, cuarenta años, desde la época de África. Son lugares tristes”.

“Sonia los llamo postales. Yo no la conozco. Nunca había hablado con ella, Y creo que me captó ¡pero al máximo!”

Se refiere a la reconocida escritora Sonia Chocrón, quien accedió gentilmente a prologar la obra, tras leerla: “¿Son pesadillas? ¿Sueños? ¿Memorias? ¿Prosa poética? ¿Estados de conciencia? ¿Visiones apocalípticas? Imposible descifrarlo: son todo eso”, reza en un texto datado a los 28 días del mes de abril del año 2020, día 46 de confinamiento, un periodo aciago para la humanidad, en el que tuvo lugar un fenómeno que, de forma premonitoria, señala John en el libro: “Los nuevos dueños de la tierra celebrarán entre giros de astas y huellas de pezuñas el final del conjuro de los cardos”… Una descripción que nos suena muy próxima a ese fenómeno del que hemos sido testigos durante la pandemia: cómo, al “desaparecer” el ser humano, los otros animales han recuperado su derecho a disfrutar del espacio que mantenemos secuestrado, constituyéndonos en una amenaza, para ellos, para nosotros, para el propio planeta.

Las fotos son también una parte importante del libro. Son como instantáneas que retienen momentos, ruinas, “personas que conocí y a las que más nunca volví a ver”, dice John. Representan lo transitorio. La que escogió el diseñador para la portada está tomada en Marruecos cuando atravesaba por allí el personaje con su chilaba, al mediodía, proyectando su sombra en una plaza “que parecía sacada de una obra de De Chirico, el pintor metafísico italiano”.

El Conjuro de los Cardos tiene un valor lírico per se, pero constituye también una invitación a reflexionar sobre el impacto de nuestros actos en el mundo, y a intentar detener la progresiva depauperación que generamos a nuestro paso. Solo entonces, el grito aciago del brujo con los pies cubiertos de limo que profanó los campos para bendecir nuestra raza habrá llegado a su fin.

linda.dambrosiom@gmail.com
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